Capítulo 136: La Decisión de CamilaEl rugido del motor se perdió en la distancia mientras Alejandro permanecía inmóvil, con los puños apretados y la sangre ardiendo en sus venas. Su pecho subía y bajaba con rapidez, tratando de controlar la ira que lo consumía. Sin pensarlo, golpeó con furia a uno de los hombres que lo habían retenido, derribándolo al suelo. Luego corrió desesperado tras el auto, pero fue en vano; el vehículo ya había desaparecido en la oscuridad de la noche.Andrés se acercó con cautela, sabiendo que Alejandro estaba al borde de perder el control.—¿Estás bien? —preguntó, aunque la respuesta era obvia.Alejandro lo fulminó con la mirada y, sin pensarlo, lo tomó por el cuello de la camisa, empujándolo con fuerza contra la pared más cercana.—¡Todo esto es tu culpa! —gruñó con rabia—. Si no la hubieras ayudado, ella seguiría conmigo. ¡Tú la alejaste de mí!Andrés forcejeó hasta lograr zafarse del agarre de Alejandro. Se frotó el cuello, respirando con dificultad.—Lo
La Determinación de AlejandroAlejandro sintió su teléfono vibrar en el bolsillo de su chaqueta. Con un movimiento rápido, lo sacó y desbloqueó la pantalla. Sus ojos se clavaron en el remitente: Camila. Un destello de esperanza cruzó su mente por un segundo, pero tan pronto como abrió el mensaje y leyó las palabras, sus manos se cerraron en un puño con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron.Alejandro sintió su teléfono vibrar en el bolsillo de su chaqueta. Con un movimiento rápido, lo sacó y desbloqueó la pantalla. Sus ojos se clavaron en el remitente: Camila. Un destello de esperanza cruzó su mente por un segundo, pero tan pronto como abrió el mensaje y leyó las palabras, sus manos se cerraron en un puño con tanta fuerza que sus nudillos palidecieron."Me casaré con Adrien, así me dejarás en paz."El aire pareció escaparse de sus pulmones. Su mandíbula se tensó y su mirada se volvió más oscura que nunca. Andrés, que estaba sentado a su lado en el auto, notó el cambio en su expre
La oscuridad de MargaretMargaret estaba en su habitación, de pie junto a la ventana. Sus ojos se perdían en la lejanía, con el ceño fruncido y los labios presionados en una línea de frustración. Su corazón latía con fuerza, pero no de amor, sino de enojo y resentimiento. No quería saber nada de su hijo. Todo en su interior clamaba por venganza y justicia a su manera.Un suave golpeteo en la puerta la sacó de sus pensamientos. —Adelante —dijo con voz firme sin siquiera voltear.Isabela entró, cargando en sus brazos al pequeño Alejandro. Sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y ternura. —Quise traértelo —dijo en un tono amable—. Es importante que le des leche materna.Margaret se giró lentamente y su mirada se clavó en Isabela con frialdad. —No estoy de ánimo para darle nada, Isabela. Solo quiero recuperarme rápido y empezar mi vida de nuevo.Isabela frunció el ceño y ajustó al bebé en su brazo. —Margaret, este niño es tu hijo. Necesita de ti, de tu amor y cuidado. Al menos pié
Alejandro se despertó temprano, el cuerpo tenso y la mente inquieta. Se dirigió al baño sin pensarlo demasiado, dejando que el agua caliente de la ducha resbalara por su piel, tratando de despejar su mente del torbellino de pensamientos que lo atormentaban. Pero apenas cerró los ojos, un recuerdo lo golpeó con fuerza.FlashbackAlejandro cerró la puerta con un leve golpe y se quitó la corbata con un gesto impaciente. Su camisa estaba desabrochada en el cuello, y Camila no pudo evitar notar la mancha de lápiz labial apenas visible en la tela blanca. Su estómago se contrajo, pero en lugar de decir algo, desvió la mirada y caminó hacia la cama.—¿Qué sucede? —preguntó Alejandro con voz grave, notando su expresión.—Nada —respondió ella, con un tono seco.Él entrecerró los ojos y dio un paso hacia ella. No iba a dejarlo pasar. La sujetó suavemente por el brazo y la obligó a girarse para enfrentarlo.—¿Estás celosa de ver ese beso en mi camisa? —susurró contra su oído, su aliento cálido ro
Alejandro cerró los ojos bajo el agua caliente de la ducha.Respiró hondo, tratando de controlar el torbellino de sensaciones que lo dominaban, pero fue en vano. Su deseo por Camila era tan real como el agua que caía sobre él. Con un estremecimiento final, dejó que el recuerdo lo consumiera por completo. Jadeante, apoyó ambas manos contra la pared de la ducha, intentando recuperar la compostura."Maldita sea, Camila...", susurró entre dientes.Terminó de ducharse y salió del baño, envuelto en una toalla. Se secó rápidamente y se vistió con su característico traje impecable. Justo cuando terminaba de ajustar el reloj en su muñeca, alguien tocó la puerta. Se acercó y, al abrir, vio a Andrés de pie, con una expresión seria en el rostro.—Pasa —le indicó Alejandro, sin rodeos.Andrés entró y se dejó caer en un sillón.—Ya tenemos a los hombres —informó—. Les di instrucciones de buscar a Camila y también de protegerla.Alejandro frunció el ceño.—¿Proteger a mi esposa? —repitió en tono de
Camila dormía profundamente en su habitación, pero su mente estaba atrapada en un sueño inquietante. Se veía a sí misma vestida de novia, caminando con un elegante vestido blanco hacia un altar adornado con flores. En sus manos, sostenía un ramo de rosas blancas; su corazón latía acelerado. Frente a ella, en el altar, estaba Adrien, impecable en su traje negro, esperándola con una sonrisa cálida y una mirada que le transmitía seguridad.Mientras avanzaba lentamente por el pasillo, escuchó de repente una voz fuerte y desesperada.—¡Camila, no lo hagas! —Alejandro gritó desde el fondo de la iglesia; su expresión era de furia y dolor.Camila se detuvo en seco, con el corazón martilleándole el pecho. Alejandro se abrió paso entre los invitados con pasos apresurados, sus ojos oscurecidos por la emoción contenida.—No te cases con él. ¡Eres mía, no lo olvides! No te dejaré ser feliz con otro hombre. Ven conmigo, te lo suplico. Te juro que te explicaré todo —dijo Alejandro, su voz impregnada
Alejandro seguía impactado por la noticia que su abogado le había dado. No podía creerlo. Camila ya no era su esposa. Aunque él no había firmado nada, ella había tomado esa decisión por su cuenta, dejándolo fuera de toda posibilidad de impedirlo. Ese pensamiento lo atormentaba. Se pasó una mano por el cabello, respirando hondo mientras intentaba asimilarlo.Andrés, que había estado observándolo en silencio, cruzó los brazos y se apoyó en el borde del escritorio.—No te preocupes —dijo finalmente—. Eso no es ningún impedimento para que Camila esté a tu lado.Alejandro alzó la vista y lo miró fijamente. Andrés tenía razón. No importaba si en este momento ya no estaban casados; él no pensaba dejarla ir. Camila era suya, y la recuperaría sin importar lo que tuviera que hacer.—Tienes razón —afirmó Alejandro con determinación, mientras apretaba los puños—. Solo quiero sacarla de este lugar y llevarla conmigo. Quizás es mejor así. Le pediré nuevamente que sea mi esposa, pero esta vez será d
Camila acomodaba sus maletas con movimientos lentos, como si cada prenda que doblaba y guardaba fuera un peso más sobre su corazón. Sentía la opresión en el pecho, la angustia de estar tomando una decisión que, aunque parecía correcta, la hacía dudar. De pronto, la puerta de la habitación se abrió y Adrien entró ajustándose el saco. Se detuvo en el umbral y la observó por un instante antes de decir con voz calmada:—Voy a la oficina a dejar todo listo. Dejaré a mi chofer para que te lleve a la iglesia. Yo estaré esperándote en el altar.Camila levantó la vista y vio la sonrisa confiada de Adrien. Él desvió la mirada hacia la cama, donde el vestido blanco descansaba con una delicadeza que contrastaba con el torbellino en su interior.—¿Te gusta el vestido?—preguntó con una leve sonrisa.Camila miró el vestido y asintió lentamente.—Sí, me gusta.—Bueno, entonces me voy. No llegues tarde.— Adrien se inclinó y le dio un suave roce en los labios. Ella no se apartó, pero tampoco correspond