La oscuridad de MargaretMargaret estaba en su habitación, de pie junto a la ventana. Sus ojos se perdían en la lejanía, con el ceño fruncido y los labios presionados en una línea de frustración. Su corazón latía con fuerza, pero no de amor, sino de enojo y resentimiento. No quería saber nada de su hijo. Todo en su interior clamaba por venganza y justicia a su manera.Un suave golpeteo en la puerta la sacó de sus pensamientos. —Adelante —dijo con voz firme sin siquiera voltear.Isabela entró, cargando en sus brazos al pequeño Alejandro. Sus ojos reflejaban una mezcla de preocupación y ternura. —Quise traértelo —dijo en un tono amable—. Es importante que le des leche materna.Margaret se giró lentamente y su mirada se clavó en Isabela con frialdad. —No estoy de ánimo para darle nada, Isabela. Solo quiero recuperarme rápido y empezar mi vida de nuevo.Isabela frunció el ceño y ajustó al bebé en su brazo. —Margaret, este niño es tu hijo. Necesita de ti, de tu amor y cuidado. Al menos pié
Alejandro se despertó temprano, el cuerpo tenso y la mente inquieta. Se dirigió al baño sin pensarlo demasiado, dejando que el agua caliente de la ducha resbalara por su piel, tratando de despejar su mente del torbellino de pensamientos que lo atormentaban. Pero apenas cerró los ojos, un recuerdo lo golpeó con fuerza.FlashbackAlejandro cerró la puerta con un leve golpe y se quitó la corbata con un gesto impaciente. Su camisa estaba desabrochada en el cuello, y Camila no pudo evitar notar la mancha de lápiz labial apenas visible en la tela blanca. Su estómago se contrajo, pero en lugar de decir algo, desvió la mirada y caminó hacia la cama.—¿Qué sucede? —preguntó Alejandro con voz grave, notando su expresión.—Nada —respondió ella, con un tono seco.Él entrecerró los ojos y dio un paso hacia ella. No iba a dejarlo pasar. La sujetó suavemente por el brazo y la obligó a girarse para enfrentarlo.—¿Estás celosa de ver ese beso en mi camisa? —susurró contra su oído, su aliento cálido ro
Alejandro cerró los ojos bajo el agua caliente de la ducha.Respiró hondo, tratando de controlar el torbellino de sensaciones que lo dominaban, pero fue en vano. Su deseo por Camila era tan real como el agua que caía sobre él. Con un estremecimiento final, dejó que el recuerdo lo consumiera por completo. Jadeante, apoyó ambas manos contra la pared de la ducha, intentando recuperar la compostura."Maldita sea, Camila...", susurró entre dientes.Terminó de ducharse y salió del baño, envuelto en una toalla. Se secó rápidamente y se vistió con su característico traje impecable. Justo cuando terminaba de ajustar el reloj en su muñeca, alguien tocó la puerta. Se acercó y, al abrir, vio a Andrés de pie, con una expresión seria en el rostro.—Pasa —le indicó Alejandro, sin rodeos.Andrés entró y se dejó caer en un sillón.—Ya tenemos a los hombres —informó—. Les di instrucciones de buscar a Camila y también de protegerla.Alejandro frunció el ceño.—¿Proteger a mi esposa? —repitió en tono de
Camila dormía profundamente en su habitación, pero su mente estaba atrapada en un sueño inquietante. Se veía a sí misma vestida de novia, caminando con un elegante vestido blanco hacia un altar adornado con flores. En sus manos, sostenía un ramo de rosas blancas; su corazón latía acelerado. Frente a ella, en el altar, estaba Adrien, impecable en su traje negro, esperándola con una sonrisa cálida y una mirada que le transmitía seguridad.Mientras avanzaba lentamente por el pasillo, escuchó de repente una voz fuerte y desesperada.—¡Camila, no lo hagas! —Alejandro gritó desde el fondo de la iglesia; su expresión era de furia y dolor.Camila se detuvo en seco, con el corazón martilleándole el pecho. Alejandro se abrió paso entre los invitados con pasos apresurados, sus ojos oscurecidos por la emoción contenida.—No te cases con él. ¡Eres mía, no lo olvides! No te dejaré ser feliz con otro hombre. Ven conmigo, te lo suplico. Te juro que te explicaré todo —dijo Alejandro, su voz impregnada
Alejandro seguía impactado por la noticia que su abogado le había dado. No podía creerlo. Camila ya no era su esposa. Aunque él no había firmado nada, ella había tomado esa decisión por su cuenta, dejándolo fuera de toda posibilidad de impedirlo. Ese pensamiento lo atormentaba. Se pasó una mano por el cabello, respirando hondo mientras intentaba asimilarlo.Andrés, que había estado observándolo en silencio, cruzó los brazos y se apoyó en el borde del escritorio.—No te preocupes —dijo finalmente—. Eso no es ningún impedimento para que Camila esté a tu lado.Alejandro alzó la vista y lo miró fijamente. Andrés tenía razón. No importaba si en este momento ya no estaban casados; él no pensaba dejarla ir. Camila era suya, y la recuperaría sin importar lo que tuviera que hacer.—Tienes razón —afirmó Alejandro con determinación, mientras apretaba los puños—. Solo quiero sacarla de este lugar y llevarla conmigo. Quizás es mejor así. Le pediré nuevamente que sea mi esposa, pero esta vez será d
Camila acomodaba sus maletas con movimientos lentos, como si cada prenda que doblaba y guardaba fuera un peso más sobre su corazón. Sentía la opresión en el pecho, la angustia de estar tomando una decisión que, aunque parecía correcta, la hacía dudar. De pronto, la puerta de la habitación se abrió y Adrien entró ajustándose el saco. Se detuvo en el umbral y la observó por un instante antes de decir con voz calmada:—Voy a la oficina a dejar todo listo. Dejaré a mi chofer para que te lleve a la iglesia. Yo estaré esperándote en el altar.Camila levantó la vista y vio la sonrisa confiada de Adrien. Él desvió la mirada hacia la cama, donde el vestido blanco descansaba con una delicadeza que contrastaba con el torbellino en su interior.—¿Te gusta el vestido?—preguntó con una leve sonrisa.Camila miró el vestido y asintió lentamente.—Sí, me gusta.—Bueno, entonces me voy. No llegues tarde.— Adrien se inclinó y le dio un suave roce en los labios. Ella no se apartó, pero tampoco correspond
Alejandro estaba furioso. Apretaba los puños con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos. No podía creer que Camila le hubiera colgado la llamada de esa manera. La desesperación lo consumía, y su respiración era agitada. Andrés, al verlo así, decidió intervenir.—Cálmate, primo. Acabo de hablar con los hombres. Revisarán todas las iglesias en busca de Camila. Si está casándose, lo sabremos pronto.Alejandro lo miró con determinación y con una chispa de desesperación en los ojos.—No se casará, Andrés. Tengo que impedir esa boda. No puedo perderla.Andrés suspiró, comprendiendo la angustia de su primo. Caminó hasta la nevera, sacó un vaso con agua y se lo extendió.—Bebe esto y tranquilízate.Alejandro tomó el vaso, bebió el agua de un solo trago y luego lo dejó con fuerza sobre la mesa.—Salgamos a buscarla, Andrés. No podemos esperar más.Ambos salieron apresurados del hotel y subieron al auto. Alejandro conducía con los ojos atentos a cada iglesia que pasaban. Su corazón l
La advertencia de un padreAdrien estaba en su oficina, acomodando algunos documentos y dejando todo en orden antes de marcharse. Su mente estaba ocupada en el viaje que estaba a punto de emprender con Camila, en su futura vida juntos, en la idea de construir un hogar con ella. Sin embargo, el golpe seco de la puerta interrumpió sus pensamientos.Su padre entró con el ceño fruncido y una mirada de desaprobación en el rostro.—Hijo, ¿me puedes explicar qué está sucediendo? ¿A dónde vas con tanta urgencia?Adrien soltó un suspiro y dejó los papeles sobre su escritorio.—Papá, ya basta. No soy un niño.—Pero actúhas como si lo fueras.Adrien negó con la cabeza, frustrado.—Me voy de viaje con Camila. Es todo.Su padre cruzó los brazos y lo observó con expresión seria.—Hijo, sé que quieres formar un hogar con esa muchacha, pero esa chica no te ama.—¡Cállate, papá!—Escúchame. Si te casas con ella, no serás feliz.Adrien comenzó a caminar de un lado a otro de la oficina, tratando de cont