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¿Sucede algo, milord? — preguntó la condesa Percival.

—No, todo marcha estupendamente bien— respondió él con una sonrisa — Instrucciones personales que le daba a mi sirviente. Eso es todo.

No había podido acercarse a esa bella dama como él hubiese deseado ya que Lady Percival acaparaba toda su atención. Había visto a la misteriosa dama bailar con varios caballeros, desde ancianos, hombres jóvenes que para él eran unos simples niños y con cada uno de ellos nunca paraba de sonreír, era su sonrisa natural o era falsa ya que nadie podría sonreír tanto en una sola noche.

No prestaba atención lo que decía el grupo en el que estaba, escuchó de tras de él a su lacayo aclarar la garganta. Como buen caballero se disculpó con las damas y caballeros, giró sobre sus talones y esperó el informe de éste.

Si se quedaban otra hora más ella no lo iba a poder soportar. Llevaba toda la noche fingiendo esa sonrisa. Si tuviera un espejo donde mirarse seguramente se vería estúpido.

Su padre se acercó a ella
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