Capítulo 30
Diego frunció el ceño, a punto de soltar "¡qué indecencia!".

—¿Cómo terminaste así? —aunque Raúl estaba vestido, se veía más seductor que si estuviera desnudo.

Las cejas de Diego temblaban.

—Me atrapó la lluvia —respondió Raúl con ligereza, peinando hacia atrás su cabello mojado.

Desde el ángulo de Sofía, su perfil mostraba proporciones perfectas: una nariz alta y recta como un tobogán que hacía perder el aliento, y un hoyuelo en la mejilla que atraía todas las miradas.

Diego, sostenido por Raúl, no pudo evitar cubrirse los ojos. ¡Necesitaba gafas de sol, el resplandor que emanaba su hijo era cegador!

—Papá, déjame ayudarte a acostarte, no te esfuerces.

—¿Quién se está esforzando? —¡El único esforzándose eres tú, pavoneándote como un pavo real seductor!

Apenas terminó de hablar, notó la mirada preocupada de Sofía. Antes de entender qué sucedía, Raúl lo empujó a la cama.

Raúl sacudió la almohada con fuerza, levantando una nube de polvo que hizo toser a Diego.

Sofía corrió a servir agua.
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