Observó el halo de electricidad proyectarse en el firmamento oscuro, acompañado por la emisión de luz causada por el paso de la corriente y, luego, el sonido etéreo desarrollado por las ondas de choque. Aquello, a sus ojos, era magnífico. Rara vez podía presenciar tan nítidamente las líneas rectas y otras indefinidas que dibujaban figuras inexistentes y carentes de sentido en el infinito gris-negro. Hubo espigado cierta obsesión por las tormentas, sobre todo si eran eléctricas. Sin embargo, todo aquel encanto daba el hincapié preciso para dejarse llevar a un lugar sin nombre, sin nada en realidad. Solo su mente proyectando paisajes semejantes al que observaba de manera casi hipnótica.
Se perdió viendo aquellos nimbos y escuchando el férreo sonido que estos producían. Su propio reflejo se alzó imponente en el cristal, odiando al instante la intensidad de la luminosid
Rechazó —como siempre— la asistencia a la convocatoria de los Premios Literarios Nacionales. Su último libro de poesías fue nominado y, por supuesto, Odette estuvo detrás de él insistiendo, una vez más, de que el evento era perfecto para dejarse conocer por el público y por sus lectores-seguidores. Lejos —posiblemente nunca— estaba el día en que dejase las sombras y el anonimato. No era una opción, era una decisión. Hubo discusiones, palabras hirientes y, como era tan malditamente habitúe, su editora cedió a sus caprichos.Él se encontraba feliz con la vida que llevaba. Tranquilidad, paz y libertad, ¿por qué modificar su rutina, su vida? No. Así estaba bien. Vivir tras bambalinas funcionaba de maravilla y no había disputa que válgase para pensar lo contrario. A pesar de que todo se encontraba en equilibrio, hubo algo qu
La brisa fría barrió la calidez de los rayos del sol, dejando gélidas caricias sobre las copas de los arbustos. El invierno, su estación favorita. Pasar las tardes encerrado dentro de las cuatros paredes de la casa, una taza de té caliente, la chimenea encendida, el portátil y la compañía agradable de la gran pelota de pelos ébano. Nada más idóneo para su solemne inspiración.Depositó la taza en la mesita y las ideas, dentro de su mente, comenzaron a desencadenarse, dejándose llevar por miles de panoramas diferentes, personajes aún sin nombres…El constante sonido del timbre lo sacó de su quimera. Bufó por lo bajo y dejó de escribir. Con cuidado, depositó el portátil en la mesita. Echó una mirada rápida hacia Mávros, comprobando que seguía en su letargo, ¿cómo seguía durmiendo
La paz y tranquilidad mutó a la paranoia y desesperación total y no, no era porque fuese dramático al extremo, aunque los dos primeros días tuvo ataques de ansiedad, llegando al punto de querer renunciar a todo lo que construyó con tanto esfuerzo durante años. Discutió con Odette y le exigió un reemplazo para el nuevo editor. Pese a sus intentos, todo fue en vano y Odette hizo caso omiso, alegando que era un mero capricho y que él exageraba las cosas.Una semana transcurrió y no estaba conforme con el hecho de saber que —de ahora en más— tendría a Dominic trabajando en sus obras. Optó por maldecir a la maldita casualidad de que justamente aquel muchacho estuviese —de alguna u otra manera— involucrado en su vida. Antes, quizá, lo llegó a tolerar, pero la situación hubo dado un giro drástico y todo modificó. Sentía pá
Lo supo aquella tarde. Su lado coherente se lo advirtió, pero hizo caso omiso y ahora padecía de las consecuencias. Jamás debió dejarse llevar por un mero impulso infundado por una sonrisa afable y unos ojos color verde musgo.Cometió un error.El muchacho le dio su número sin dudarlo y él aceptó, prometiéndole que lo llamaría.No cumplió.Una semana transcurrió de aquel casual encuentro y, ahora, mientras verificaba su correo electrónico, se percató de un mail —el primero— de, bueno, su editor.Su ánimo inestable no lo ayudaba en nada. Odette aún se encontraba de viaje, sin fecha de regreso y eso lo enervaba. La terminó culpando de todos sus nuevos problemas. Sin embargo, más allá de lo tedioso que le resultaba el asunto en sí, el trabajo estaba por encima de cualquier cosa, siempre lo supo y no de
Cometió una equivocación. Las cosas no se encontraban… sosegadas. Todo era un descontrol y caos, en su mente por supuesto.Por primera vez se sentía deprimido y frustrado, sin hallar respuestas para los miles de dilemas que se formulaban en su cabeza. Una maraña de pensamientos y suposiciones fantasmas, ¿estaba siendo paranoico en extremo? Sí, definitivamente se estaba ahogando en un vaso con agua, aunque él lo viese como si fuese un océano.No se encontraba preparado. Solo le quedaban tres días para hallar una excusa válida que le permitiese discordar ante semejante locura. Era su culpa por haberse precipitado, de nuevo, a causa de sus impulsos y haber aceptado una salida con Dominic. La culpa lo carcomía por dentro y no supo a ciencia cierta el verdadero motivo de ello. Era un lío, todo en sí lo era. Lo más ínfimo fue el hecho de no saber por qué sen
La semana pasó fugaz y cuando quiso darse cuenta, su editora había regresado de París. En los días anteriores, al regreso de Odette, se mantuvo encerrado en sí mismo e incluso dejó de lado sus proyectos. Su mente no estaba equilibrada, muchos pensamientos atiborrándolo y volviéndolo casi demente. Por supuesto, una vez asumido los errores, le resultó más sencillo hacerle frente a lo que vendría más adelante, pero, ahora, las cosas volvían a ser pacíficas. Los pensamientos centrados en un solo objetivo: el trabajo. Pese a ello, una parte de su consciencia le recordaba que tendía que hablar con su editor. Odette sabría darle un consejo o, bueno, él deseaba que fuese así. La comunicación con Dominic —le gustase o no— siguió de forma profesional. Después de todo, aquel chico también era su editor.(…)Mi
Quedó observando el paisaje. El manto gélido y blanco desapareció. A su percepción, el tiempo pasó veloz, aunque no estaba tan errado. Su estación favorita del año se despedía, dejando que la naturaleza siguiese su curso.Se alejó de los ventanales de su dormitorio y caminó el corto trayecto hasta la puerta. Echó una rápida mirada a la estancia, comprobando la luz natural que se filtraba de manera casi mágica a través de los cristales. Soltó un bufido y abandonó el cuarto.En la comodidad del living, se desplomó en el sofá predilecto con toda la parsimonia acumulada de la mañana, en la mesita, la taza humeante de té. Quedó hipnotizado viendo el vapor de la taza, alejando su mente de la realidad. Las ideas formándose, su numen adueñándose de sí, los personajes cobrando vida. Colocó el port&a
Observó la pila de libros sobre el escritorio y su mirada cayó en el borrador que hace unos minutos atrás estuvo leyendo. Hasta el momento, le costaba asimilar el hecho de estar trabajando con y para su escritor favorito. No le importaba si no lo conocía, no importaba que su comunicación fuese a través de correos electrónicos o por medio de su compañera. Si tuviese que ser franco consigo mismo, admitía sentir cierto atisbo de envidia y celos hacia Odette. Odette sí conocía a William Norba. A veces pensaba que era injusto porque, siendo también su editor, tendría que conocerlo, reunirse y discutir sobre las próximas obras que se publicarían, pero firmó un contrato y no había posibilidad alguna de revocar ese hecho.Sacudió la cabeza, despejando todo tipo de pensamientos innecesarios que no fuesen relacionados con el trabajo que tenía por delante.