Capítulo VIII

La brisa fría barrió la calidez de los rayos del sol, dejando gélidas caricias sobre las copas de los arbustos. El invierno, su estación favorita. Pasar las tardes encerrado dentro de las cuatros paredes de la casa, una taza de té caliente, la chimenea encendida, el portátil y la compañía agradable de la gran pelota de pelos ébano. Nada más idóneo para su solemne inspiración.

Depositó la taza en la mesita y las ideas, dentro de su mente, comenzaron a desencadenarse, dejándose llevar por miles de panoramas diferentes, personajes aún sin nombres…

El constante sonido del timbre lo sacó de su quimera. Bufó por lo bajo y dejó de escribir. Con cuidado, depositó el portátil en la mesita. Echó una mirada rápida hacia Mávros, comprobando que seguía en su letargo, ¿cómo seguía durmiendo

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