La brisa fría barrió la calidez de los rayos del sol, dejando gélidas caricias sobre las copas de los arbustos. El invierno, su estación favorita. Pasar las tardes encerrado dentro de las cuatros paredes de la casa, una taza de té caliente, la chimenea encendida, el portátil y la compañía agradable de la gran pelota de pelos ébano. Nada más idóneo para su solemne inspiración.
Depositó la taza en la mesita y las ideas, dentro de su mente, comenzaron a desencadenarse, dejándose llevar por miles de panoramas diferentes, personajes aún sin nombres…
El constante sonido del timbre lo sacó de su quimera. Bufó por lo bajo y dejó de escribir. Con cuidado, depositó el portátil en la mesita. Echó una mirada rápida hacia Mávros, comprobando que seguía en su letargo, ¿cómo seguía durmiendo
La paz y tranquilidad mutó a la paranoia y desesperación total y no, no era porque fuese dramático al extremo, aunque los dos primeros días tuvo ataques de ansiedad, llegando al punto de querer renunciar a todo lo que construyó con tanto esfuerzo durante años. Discutió con Odette y le exigió un reemplazo para el nuevo editor. Pese a sus intentos, todo fue en vano y Odette hizo caso omiso, alegando que era un mero capricho y que él exageraba las cosas.Una semana transcurrió y no estaba conforme con el hecho de saber que —de ahora en más— tendría a Dominic trabajando en sus obras. Optó por maldecir a la maldita casualidad de que justamente aquel muchacho estuviese —de alguna u otra manera— involucrado en su vida. Antes, quizá, lo llegó a tolerar, pero la situación hubo dado un giro drástico y todo modificó. Sentía pá
Lo supo aquella tarde. Su lado coherente se lo advirtió, pero hizo caso omiso y ahora padecía de las consecuencias. Jamás debió dejarse llevar por un mero impulso infundado por una sonrisa afable y unos ojos color verde musgo.Cometió un error.El muchacho le dio su número sin dudarlo y él aceptó, prometiéndole que lo llamaría.No cumplió.Una semana transcurrió de aquel casual encuentro y, ahora, mientras verificaba su correo electrónico, se percató de un mail —el primero— de, bueno, su editor.Su ánimo inestable no lo ayudaba en nada. Odette aún se encontraba de viaje, sin fecha de regreso y eso lo enervaba. La terminó culpando de todos sus nuevos problemas. Sin embargo, más allá de lo tedioso que le resultaba el asunto en sí, el trabajo estaba por encima de cualquier cosa, siempre lo supo y no de
Cometió una equivocación. Las cosas no se encontraban… sosegadas. Todo era un descontrol y caos, en su mente por supuesto.Por primera vez se sentía deprimido y frustrado, sin hallar respuestas para los miles de dilemas que se formulaban en su cabeza. Una maraña de pensamientos y suposiciones fantasmas, ¿estaba siendo paranoico en extremo? Sí, definitivamente se estaba ahogando en un vaso con agua, aunque él lo viese como si fuese un océano.No se encontraba preparado. Solo le quedaban tres días para hallar una excusa válida que le permitiese discordar ante semejante locura. Era su culpa por haberse precipitado, de nuevo, a causa de sus impulsos y haber aceptado una salida con Dominic. La culpa lo carcomía por dentro y no supo a ciencia cierta el verdadero motivo de ello. Era un lío, todo en sí lo era. Lo más ínfimo fue el hecho de no saber por qué sen
La semana pasó fugaz y cuando quiso darse cuenta, su editora había regresado de París. En los días anteriores, al regreso de Odette, se mantuvo encerrado en sí mismo e incluso dejó de lado sus proyectos. Su mente no estaba equilibrada, muchos pensamientos atiborrándolo y volviéndolo casi demente. Por supuesto, una vez asumido los errores, le resultó más sencillo hacerle frente a lo que vendría más adelante, pero, ahora, las cosas volvían a ser pacíficas. Los pensamientos centrados en un solo objetivo: el trabajo. Pese a ello, una parte de su consciencia le recordaba que tendía que hablar con su editor. Odette sabría darle un consejo o, bueno, él deseaba que fuese así. La comunicación con Dominic —le gustase o no— siguió de forma profesional. Después de todo, aquel chico también era su editor.(…)Mi
Quedó observando el paisaje. El manto gélido y blanco desapareció. A su percepción, el tiempo pasó veloz, aunque no estaba tan errado. Su estación favorita del año se despedía, dejando que la naturaleza siguiese su curso.Se alejó de los ventanales de su dormitorio y caminó el corto trayecto hasta la puerta. Echó una rápida mirada a la estancia, comprobando la luz natural que se filtraba de manera casi mágica a través de los cristales. Soltó un bufido y abandonó el cuarto.En la comodidad del living, se desplomó en el sofá predilecto con toda la parsimonia acumulada de la mañana, en la mesita, la taza humeante de té. Quedó hipnotizado viendo el vapor de la taza, alejando su mente de la realidad. Las ideas formándose, su numen adueñándose de sí, los personajes cobrando vida. Colocó el port&a
Observó la pila de libros sobre el escritorio y su mirada cayó en el borrador que hace unos minutos atrás estuvo leyendo. Hasta el momento, le costaba asimilar el hecho de estar trabajando con y para su escritor favorito. No le importaba si no lo conocía, no importaba que su comunicación fuese a través de correos electrónicos o por medio de su compañera. Si tuviese que ser franco consigo mismo, admitía sentir cierto atisbo de envidia y celos hacia Odette. Odette sí conocía a William Norba. A veces pensaba que era injusto porque, siendo también su editor, tendría que conocerlo, reunirse y discutir sobre las próximas obras que se publicarían, pero firmó un contrato y no había posibilidad alguna de revocar ese hecho.Sacudió la cabeza, despejando todo tipo de pensamientos innecesarios que no fuesen relacionados con el trabajo que tenía por delante.
Los círculos oscuros debajo de sus ojos delataban la falta de sueño. Su mente hilvanó diferentes posibles escenarios, los pensamientos centrados en lo que sucedería dentro de unas horas. Se palpó el rostro, los dedos acariciando la insipiente barba, ¿hace cuánto no se rasuraba? No le importaba, de hecho, la barba era lo menos relevante ahora mismo. Exhaló un suspiro mientras analizaba su semblante en el pulcro cristal, decidió afeitarse. Cuando contempló nuevamente su rostro, la piel lisa y suave le brindó una visión totalmente opuesta. Aún mantenía los horribles círculos oscuros, pero, por lo demás, no se quejaba. Desechó la afeitadora, se quitó el resto del pijama. Corrió la cortina, despejando el espacio de la ducha. El agua tibia comenzó a caer, el cuerpo relajándose a medida que sentía la lluvia artificial deslizarse por cada centímetro de su dermis. Despejó la mente, no necesitaba liarse con cosas que no tenían sentido alguno. No por el momento.
Se paseó de un lado al otro, la típica danza en los momentos exasperantes.—¿Qué se supone estás haciendo? —Ahogó un grito y frenó los pasos, volteando en torno a la voz—. Gracias a Dios te has detenido.¿Qué hacía su editora en casa? ¿No se había marchado ya? En ese preciso tris, Odette le resultaba cansina y mucho.—¿Por qué sigues aquí? —cuestionó, masajeó sus sienes—. Necesito hacer un viaje.—No puedes —Ladeó la cabeza hacia un lado, analizando el rostro de la fémina—. Li, tus libros están siendo editados, ¿entiendes? Conoces todo el proceso que conlleva ese trabajo y por lo mismo necesito que estés disponible por…—No, ese no es mi trabajo —espetó quejumbroso—. Es tuyo y de Dominic. Ustedes son los encargad