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La rodilla de David rebotaba nerviosamente mientras esperaba el despegue del avión. Era su primera vez volando y la ansiedad lo consumía. A su lado, ED no hacía más que resoplar con impaciencia.

—Maldición, ¿quieres dejar de hacer eso? —se quejó ED, con la vista fija en la rodilla inquieta de David—. Eres un fraude. ¿No se supone que los hombres como tú, rudos y dominantes, no le temen a nada y profesan autocontrol?

David intentó mantener la calma, respirando profundamente para controlar sus temores.

—¿Y no se supone que los hombres como tú, pulcros de saco y corbata, son distinguidos, pacientes y educados? —David le devolvió el comentario sin pensarlo. ED rodó los ojos, aparentemente molesto. —Y si tanto te molesta estar a mi lado, ¿por qué no le diste tu lugar a Liam? Preferiría estar sentado junto a él.

—Liam es la estrella aquí, tiene su lugar privilegiado —David resopló, ignorando la indirecta de ED—. A ti, en cambio, tengo que soportarte por las circunstancias. Pero si crees que
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