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Capítulo 10 «¿No lo ves? Muere por ti»

—La misma que calza y viste. Ha pasado mucho tiempo, Erika. Me sorprende que sigas luciendo tan… —La mira de pies a cabeza—. Tan tú.

—Me gustaría decir lo mismo de ti, pero luces muy diferente a la Astoria que vi por última vez en casa de Marcus. No pareces tan…

—¿Demacrada? —Sonrió—. Es una suerte que no lo parezca más, y… —mira a Marcus—, no vayas a malinterpretar las cosas, es solo una relación laboral, tienes el camino despejado para que sigas intentando eso que haces.

—¿Qué estoy haciendo? —rio fingiendo desentendimiento.

—Intentar reemplazarme. No creas que pasa desapercibido la clase de perfume que usas, ni la manera en la que te vistes. Si no lo mal recuerdo, esa es la clase de ropa que usaba hace unos años. Créeme, a nuestra edad actual, no luce tan linda como debería.

Erika apretó la mandíbula, apenas se reencontró con Astoria y esta ya la estaba sacando de quicio. Lograba ver que, de cierta forma, era como regresar en el tiempo, como si todos los esfuerzos que ella hubiera hecho para acercarse a Marcus durante la partida de Astoria, se hubieran ido al caño.

—Al parecer, quien está malinterpretando las cosas, eres tú, Asto. Pero cada uno hace con su vida lo que quiere y piensa lo que le hace feliz. Marcus y yo solo somos amigos, no hay nada mas que eso, sabes que nunca hubo algo así entre nosotros.

—No lo sé, Erika, no es de mi incumbencia. Solo hago mi trabajo y luego todo regresará a la normalidad.

—¿Tu trabajo? ¿Puedo saber a qué se dedica la señora?

—Astoria es mi escolta personal, estará a mi lado todo el tiempo —intervino Marcus con un tono firme.

—No es necesario que bromeen de esa manera, en serio —rio— ¿Cuál es tu trabajo, Asto?

—Romperles el hocico a las personas problemáticas —contestó con indiferencia.

—Entonces es cierto… ¿Eso significa que tienes armas? —Tragó grueso.

—Mis manos por sí solas son armas mortales, querida —expuso con firmeza—. Aunque sí, siempre llevo una conmigo —sonrió con satisfacción.

Si bien no era un arma como tal, el emplear esa palabra haría que Erika mantuviera su distancia, cosa que Astoria agradecería un montón.

—Tengo trabajo por hacer, Erika. Me está retrasando más de lo previsto, le pido que, por favor, se retire.

—Bien, me iré… pero antes, ¿de verdad te seguirá todo el día? —indagó con incredulidad y un poco de molestia en su voz, no le gustaba que ella estuviera tan cerca de «su hombre».

—Y noche —añadió Astoria, de cierta manera le gustaba añadir un poco de leña al fuego.

—Dije que es mi escolta, pasará a mi lado todo el tiempo —aclaró sin notar la mueca de frustración que hizo Erika.

—Es tonto que le permitas a una chica ser tu escolta, y más a ella. No tiene ninguna clase de habilidad —dio un paso en dirección de Marcus—. Ella no es capaz de defenderte, debes conseguir a alguien mucho más capacitado, es una burla, una excusa para acercarse a ti.

Marcus, por su parte, estaba centrado en su trabajo, cada intento de cercanía de su amiga era como si nada sucediera; a pesar de que en otras ocasiones le habría pedido que se alejara, deseaba probar un poco más a Astoria y a su tolerancia.

—Está demasiado cerca de mi cliente —informó centrando su atención en el cuerpo de Erika.

Una risa escapó de los labios de esa copia barata. No le agradaba para nadie que otra persona le dijera qué hacer, mucho menos una mujer como la arrastrada de Astoria. A los ojos de esa mujer, ella regresó para quitarle a su hombre. Era una pena que no se valorara como mujer, o eso, por lo menos, era lo que pasaba por la cabeza del mal intento de Erika.

—¿Qué harás al respecto? Es mi amigo —susurró acercándose a él, extendiendo su mano para tocar su mejilla.

—Le aconsejo que se detenga, o no me haré responsable de los daños —aclara la escolta con un tono firme de voz.

Estaba claro que ese tono no era para nada severo, no como lo que empleó la noche anterior con esas muchachitas que no sabían qué hacer. La mirada intimidante de Astoria no se separaba de la amiga de su jefe, la cual estaba resuelta a llevarle la contraria.

—¿Qué daños? ¡No seas ridícula, Astoria! No matarías a una sola mosca, te conozco.

La mano de Erika se acercó mucho más, estaba a centímetros de tocar a Marcus, el cual no se inmutaba. Su atención estaba en los números y en lo que se suponía, estaba haciendo, pues, lo hacía porque confiaba en Astoria.

Un gran ruido seguido a un quejido fue lo que finalmente sacó su atención de su trabajo. Ahí estaban, Astoria sujetando el brazo de Erika, presionándolo en contra del escritorio, mientras un gesto de dolor y molestia se apoderaba del rostro de la imprudente.

—Se lo dije.

—¡Suéltame! ¡Salvaje! —Forcejeó para intentar liberarse, su fuerza no era nada en comparación.

Los ojos de Austria se fueron en busca de la atención de Marcus, esperaba su aprobación para soltarla; del caso contrario, no le molestaría tenerla ahí hasta cortar completamente su circulación.

Con un asentimiento, las manos de la chica abandonaron a Erika y dio unos pasos para atrás, regresando a su posición inicial. La copia barata se dejó caer sobre sus rodillas de una manera miserable.

»¡¿Estás loca?! ¡Eres como una bestia salvaje! —La molestia era palpable en su voz, la tomó por sorpresa y no le agradaba para nada quedar indefensa frente a esa mujer que regresó para arrebatarle lo que le pertenecía.

—Se equivoca, soy peor que una bestia salvaje, ¿le gustaría una demostración? —sonrió de lado, con un tono de fingida inocencia.

—¡¿Vas a dejar que ella haga lo que quiera?! ¡Me va a dejar un moretón en toda mi muñeca! —se quejaba como una niña pequeña.

—Ella simplemente estaba haciendo su trabajo, es para eso que la contraté, para que ninguna persona pusiera un dedo sobre mí —la miró por unos segundos y su atención se desvió por Astoria, la cual, tenía una pequeña sonrisa satisfecha en los labios.

—¡Agh! —se quejó Erika con fuerza, se levantó y salió dando un gran portazo.

La sala quedó sumida en un gran silencio, mientras Astoria reunía toda su fuerza de voluntad para evitar soltar una gran carcajada. El hecho de que durante todos esos años no fue capaz de ocupar su antiguo lugar, le hacía gracia.

No, no era porque extrañara a Marcus, no era porque quisiera regresar a su lado, era por el simple hecho de que Erika creyó que jugando a la segunda versión de Astoria haría que Marcus se fijara en ella. Era una pena.

—Buen trabajo, Astoria.

—¿Acaso no lo ha notado? —cuestionó finalmente.

—Notar, ¿qué, exactamente?

—¿No lo ves? Muere por ti —señaló observando en dirección a la puerta, no creía que él fuera tan tonto como para no haberlo notado en esos años.

—Lo veo —sonrió—, pero mi corazón le pertenece a otra persona, no a ella. Por más que lo intente, no va a ocupar tu lugar, Astoria —la miró fijamente.

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