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Capítulo 55 - Caminar, aunque las rodillas sangren

Habían pasado cuatro días desde la muerte de mi madurito. No salía del cuarto, pasaba los días en la mecedora que tenía en el balcón de la habitación que daba al jardín de la casa; así hiciera frío, sol, lluvia y dependiendo del clima me ponía una cobija encima de lana, en las noches si ingresaba al cuarto, pero no lograba conciliar el sueño y prefiero estar en cualquier parte del cuarto menos en la cama, porque ya no estaba mi marido.

En el día me sentaba a ver si la brisa se llevaba el sentimiento de tristeza, como dijo el padre en su sermón. Él dijo algo muy certero, no podía ser egoísta y querer tenerlo a mi lado cuando sabía del dolor en su cuerpo. Mis padres no me habían dejado sola, ellos se encargaron de mis hijos, aunque cuando llegaban del colegio; ya sea por mi padre o por David que se ofreció a recogerlos, me obligaba a recibirlos.

Luego me encerraban en el cuarto. Mis amigos me visitaban, así no hablará mucho, se quedan un momento compartiendo conmigo en el cuarto y luego
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