Helene dio un paso atrás, y el hombre frente a ella dio otro al frente. Era tan alto y fuerte que la pobre joven no tendría ninguna oportunidad contra él, así que no tenía más remedio que tratar de correr, pero estaban muy cerca, si el hombre estiraba la mano lograría agarrarla. Dio otro paso atrás, pero él sonrió con malicia cuando recortó la distancia que los separaba. — Yo no vi nada — dijo, la voz le tembló — le juro que no vi nada, no diré nada. — Mi compañero tiene razón, los muertos guardan secretos. Helene apretó el cuarzo que le colgaba del cuello, era el de la suerte, uno de los que le habían salvado la vida a su hermano Oliver y recurría a él en momentos como esos. — Ya le dije que yo no diré nada, solo déjeme en paz — el moreno miró alrededor, la calle estaba casi vacía, muy pocas personas apenas si estaban a la vista. Estaba sola. — Lamento decepcionarte, pero no creo en tu palabra, nuestro jefe es un hombre paranoico. Helene respiró profundo para que no s
Helene observó la carretera por la ventana del auto, aún sentía el cuerpo entumecido y le ardían los codos por haberse arrastrado por el suelo, además que olía a diantres. Toro la miró por el retrovisor un par de veces antes de animarse a decirle algo. — ¿Estás bien? La muchacha entrecerró los ojos mientras la luz de una farola la cegaba, comenzaba a dolerle la cabeza. — Creo que sí, aunque no lo creas, no es la primera vez que amenazan mi vida.Toro dio una vuelta y redujo la velocidad del auto. — Itsac me contó que ya no le ayudarás con el matrimonio falso — Helene volvió a pensar y no dijo nada.— Aunque no lo parezca, Itsac es un muchacho todavía, y ha tenido que enfrentar tanto en esta vida que parece amargado y recto, pero no es así, tuvo que madurar a la fuerza cuando su padre murió en un accidente de avión y él tuvo que pasar semanas solo en la selva.Helene miró al hombre. — ¿Por eso las cicatrices? ¿Tuvo un accidente? Toro se puso serio de repente.— Lo siento, guapa,
Helene no sabía bien qué era el problema que Itsac tenía con su tío, pero lo que sí le quedaba muy claro era que las tensiones se sentían palpables como el aire. — Recuerdo haberte dicho que no eres bienvenido en mi casa — le dijo Itsac al hombre que levantó el mentón. Era rubio como su sobrino, pero con los ojos oscuros como una salamandra y los observó a todos con detenida atención. — No es forma de tratar a la familia. Itsac se puso de pie. — ¡Familia! ¿me hablas de familia cuanto tú abandonaste a tu hijo y a tu esposa por dinero? — le gritó y el hombre no cambió su expresión — cuando te ofreciste comedidamente a ayudarme con tu inversión nunca imaginé que tratarías de quitarme la presidencia. El hombre caminó con las manos en la espalda y rodeó la mesa. La mujer que abrió la puerta llegó con la cara roja. — Lo siento señor, él … Itsac negó hacia ella para indicarle que no pasaba nada y el recién llegado se detuvo en la cabecera. — Tú no eres suficientemente bueno
Itsac pateó la mesa con fuerza y la bebida de Helene se regó sobre el mantel blanco. Toro le dio un trago a su vaso y se puso de pie. — ¿Qué es lo qué pasó? — preguntó, pero el piloto parecía colérico. Helen se preguntó si alguna vez en su vida lo vería tranquilo. — Es verdad, Aeromaya tiene una denuncia, una grave — el rubio tenía el papel apretado con tanta fuerza en su mano que lo había arrugado — esto es su culpa, es culpa de Amadeus. — Pero él también es dueño de parte de la aerolínea — inquirió Helene — no le conviene ¿no? — Él solo quiere estropear mi administración, demostrarles a los demás accionistas que no puedo con el puesto. Está dispuesto a llegar a límites inconcebibles… como dejar tus fotos en la sala para que todos las vieran. — ¿Crees que fue él? — le preguntó Toro, y él asintió. — Claro que fue él, lo entendí en cuanto habló sobre los estudiantes. — ¿Qué ganaría él con eso? — Desprestigiarte, de alguna forma supo que nos casaremos, debe tener espía
Helene enredó los dedos en la cabellera rubia del piloto cuando sintió que los labios húmedos y cálidos se posaron sobre los suyos. Las manos grandes de él apretaron sus caderas y la atrajeron al cuerpo del hombre que suspiró su aroma. Helene abrió un poco la boca para darle entrada, e Itsac aprovechó la abertura para explorar la boca de la mujer lentamente, muy lenta y tortuosa mente. Su boca sabía a licor, el licor que le había dado la valentía o la locura de besarla, pero Helene no pensó con claridad en ese momento. La besó despacio por un largo minuto, probando sus labios, sintiendo su sabor. La barba corta le hizo cosquillas en los labios cuando los succionó el carnoso labio del hombre que metió la lengua despacio en su boca. Cuando ambas lenguas se encontraron, Helene apretó el cabello del hombre entre sus dedos, ¿Hacía cuánto no la besaban de esa manera? Su corazón latió con fuerza contra su pecho y se dejó llevar por esa sensación embriagante de los brazos de un hom
Helene apretó el bolso contra el pecho y esperó al pie de la tarima mientras sus demás compañeros salían del recinto para hablar con Itsac. El piloto esperaba con las manos en los bolsillos y una expresión calmada. Helene no pudo mirarlo a la cara, sentía… algo incómodo. Imaginarlo con la pelirroja le produjo un poco de desazón en el pecho. — ¿Estás cómoda con los guardias? — le preguntó él cuando estuvieron solos. — Estaría más cómoda en mi casa. — Lo pensé, Toro tiene razón, es mejor que te mantengamos vigilada mientras descubrimos qué tanto peligro corres con Bertinelli. Él está justo ahora en el interrogatorio. Helene se miró los tacones. — ¿Eso era todo? Debo hacer los deberes que me dejaste. Itsac bajó de la tarima y se detuvo frente a Helene, luego estiró la mano y con sus dedos levantó el mentón de la joven para que lo mirara a la cara. — No creas que no me di cuenta de que estabas distraída e incómoda durante toda la clase — Helene lo miró a los ojos claros, pe
Helene pasó por ropa a su casa, bueno, a la casa de su cuñado, y recogió todo lo que pudo. Toro la llamó por teléfono y le dejó muy claro que quisiera o no debía irse con ellos para la la casa de Itsac y cuando llegaron y Helene vio que habían duplicado la seguridad entendió que algo muy malo había pasado. Esperó a Toro en la sala, donde Itsac tenía varios computadores y pantallas y se preguntó para qué, y cuando el hombre de la cicatriz apareció Helene casi que corrió hacia él. — ¿Qué dijo? ¿qué pasó en el interrogatorio? — Toro parecía cansado, pero le señaló el mueble de la sala y Helene se sentó. — Mal. Resulta que Bertinelli no solo sabe de tu existencia, él te mandó matar — Helene sintió que un frío enorme le llenó el estómago y luego se extendió por su cuerpo. — Pero… pero yo no hice nada, ¿Qué pasó? — Toro la tomó de la mano y la apretó. — Viste, eso pasó. El policía que intentó matarte es un policía corrupto, si lo reconocieras y lo denunciaras eso sería peligroso para B
Dormir en compañía de Itsac resultó no sólo cómodo sino también gratificante. Las pesadillas de Helene desaparecieron, como si nunca hubieran existido y cuando despertó en la mañana el brazo de Itsac se había enredado en su cadera y sus pechos estaban juntos. Las pesadas piernas del hombre estaban enredadas con las suyas y cuando Helene fue consciente de lo que estaba pasando el corazón le palpitó con fuerza. — Itsac — murmuró, el hombre dormido se veía… tierno, como si todo el mal genio en su cuerpo hubiese desaparecido. Helene lo agarró por las mejillas, para despertarlo, pero sus labios carnosos se le hicieron muy atractivos, así que mejor apartó la mirada. Lo movió por el hombro, el mexicano pesaba por los menos unos cien kilos y sus piernas le impedían salir a Helene, pero con el movimiento lo único que consiguió Helene fue que él la apretara más contra su cuerpo, hasta que sintió la dura erección clavarse en su ingle. El pantalón de la pijama de Itsac era muy delgado, as