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Capítulo 33. Sustos que dan gusto
«¡Ayuda! ¡Alguien que me ayude!»

Los gritos de Estela alertaron a Julián, que escuchó los gritos de la niña desde la entrada de su casa; el corazón del vaquero latió sin compas y corrió al interior de su vivienda, agradeció el haber dejado a Ángela donde su madre y abuela.

—¡Ayuda! —gritó de nuevo la niña cuando Julián abrió la puerta, la sangre en sus venas se congeló por un momento al ver a Estela llorar frente a Natalia, tirada en el piso.

—¡Natalia! —gritó, estrellando las rodillas al piso.

—Mi mamita, ayuda a mi mamita —suplicó la niña con la voz rota por el llanto. Sus pequeñas mejillas eran una cascada de lágrimas.

—Deja que la levante —pidió, pues la niña estaba encima de Natalia, la cubría de manera protectora, algo que rompió más aún el corazón del vaquero—. Cariño, hazte a un lado para que pueda llevarla al hospital —le pidió con ternura, pese a la prisa que tenía.

Estela asintió y se apartó, su pequeño cuerpo temblaba producto del llanto y del miedo.

—¿Va a estar bie
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