—¡Ignacio! —gritó Renata asustada al ver el cuerpo del padre de su hijo tirado sobre el piso y lo peor para ella fue ver el rostro de Carlitos, el niño estaba más pálido que una hoja de papel.—¡Papá! —gritó el pequeño saliendo de su estupor, siendo el primero en correr al lado de Ignacio— ¡Papá! —lo llamó.El dolor que Ignacio sentía le impedía hablar, cuando salió al jardín había estado tan enojado que no se percató de que no estaba solo y fue tarde cuando intentó reaccionar, aun así, esquivó varios tiros, excepto el que se coló entre sus costillas. La herida le quemaba como si hubiese caído en un puñado de brasas.—¡Papá! —llamó de nuevo Carlitos, el niño lloraba a mares y eso le rompió el corazón a Ignacio.—Lo siento, campeón, nuestro viaje tendrá que esperar —susurró, mientras un hilo de sangre corría por la comisura de sus labios—. Lamento que tengas que ver esto, hijo mío —añadió con mucha dificultad.—No hables, Ignacio, no hables —pidió Renata, dejando el teléfono a un lado
Julián gruñó ante la ola de calor que envolvía su cuerpo, mientras buscaba una salida distinta, la puerta estaba bloqueada por los tendales que cayeron y el fuego voraz que ardía, consumiéndolo todo.—Tengo miedo, papá, ayúdame —pidió Estela, aferrada a su pecho.—Te sacaré de aquí —le prometió, dejándola sobre el piso para colocarle la manta mojada sobre la cabeza para evitar el aire caliente.Julián, se colocó la otra manta sobre la cabeza, cubriéndose la boca y la nariz, de lo contrario dudaba poder salir con vida.—Tengo miedo! —gritó asustada, al no mira a donde se dirigía el vaquero.Julián se alejó de las llamas, buscando las ventanas.—Cierra los ojos y cuando los abras te prometo que estaremos a salvo —le pidió.Estela asintió con un ligero movimiento de cabeza y enterró el rostro en el pecho fuerte de Julián. La espalda le ardía, había sido alcanzada por el fuego cuando sacó a Ángela de la habitación y la ayudó a salir, por desgracia ella no había logrado atravesar el umbral
—¿Qué es lo que haremos con ella? —preguntó Gilberto, sentándose frente a Efraín, el hombre aún lucía pálido a causa de la herida que no estaba curada.—Yo estaría dispuesto a hacerle muchas cosas para vengarme de la familia Altamirano, pero lo mejor será aprovecharla y usarla como moneda de cambio.—¿Vas a devolverla a su familia? —preguntó Gilberto con el ceño fruncido.—Necesitamos dinero.—Eso no fue lo que pregunté, Efraín —refutó Gilberto con molestia.—Haré lo que tenga que hacer para conseguir el dinero y escapar, mi padre ya no tiene manera de seguir cubriéndonos las espaldas. En su última carta mencionó que estaba siendo observado de cerca por la policía y que todo lo que podía darnos era tiempo para lograr escapar.—¿Por eso provocó el incendio en la hacienda Miramar?—También mando matar a Ignacio Argueta, ese maldito abogado no debió meter las narices donde no debía —gruñó.—¿Qué hay de tu cuñada?Efraín le dedicó una gélida mirada.—Natalia y yo tenemos cuentas que salda
El jefe de la policía intentó negarse, pero al final, los vaqueros habían logrado convencerlo y condujeron hacia Ojo de Agua, para vigilar a Hilario, mientras la orden de captura fuese emitida por quien correspondía.—Dudo que Hilario se quede sentado en la comodidad de su sala y esperar a que la policía no venga a interrogarlo —dijo Samuel, mientras estacionaba la camioneta entre los límites de sus tierras y bajaban.—Pienso distinto, papá. Hilario no tiene idea que Martín lo ha delatado, seguramente debe estar tomándose una copa y celebrando erróneamente su triunfo —gruñó Julián.—No sé cómo Hilario pudo actuar de esa manera, ¿no le importa la vida de sus nietas? —preguntó, Samuel no era capaz de comprender cómo un abuelo no podía sentir siquiera cariño por dos niñas que llevaban su sangre. ¡Incluso él las quería! Y no eran nada suyo, no había ningún vínculo de sangre entre ellos.—No sabemos lo que pasa por la cabeza de ese hombre, papá, en todo caso, las niñas son ahora mías y la
Paloma miró a Marcelo apretar la mandíbula con fuerza; las facciones de su rostro cambiaron de la angustia a la ira en un segundo. Sus dedos se cerraron sobre el teléfono, y su mano libre formó un puño; apretó tanto que sus nudillos se pusieron blancos.La mujer no sabía qué era lo que su esposo estaba escuchando al otro lado de la línea, pero nada bueno debía ser para que se transformara de esa manera.—¿Eso es todo? —le escuchó preguntar. Paloma estaba expectante y nerviosa. Un nudo de miedo se instaló en su garganta que le impedía tragar. Era la sensación más horrible que podía experimentar como madre.—Marcelo —le susurró, pero él negó y la silenció colocando un dedo sobre sus labios.—Estaré esperando su llamada —gruñó antes de colgar la llamada.—¿Qué fue lo que te dijeron? —preguntó Paloma con rapidez.Marcelo la miró; necesitaba recuperarse y controlar el enojo que bullía por cada poro de su cuerpo, la ira que sentía correr por sus venas contra esos malditos que se atrevieron
Andrés se puso de pie al ver llegar a su hermana, había pasado bastante tiempo desde la última vez que se reunieron, en la boda de Ximena.—¿Cómo está mi hijo, Andrés? —preguntó con lágrimas en los ojos, angustiada, desesperada.—Su condición no ha mejorado desde que llegó del pueblo. Sigue en coma, luchando por su vida —dijo. Andrés prefirió ser sincero, no servía de nada mentirle a estas alturas del partido.—¿Qué fue lo que pasó? ¿En qué ha estado metido Ignacio para terminar así? —sollozó Greta.—Gajes del oficio, Greta. El caso que estaba llevando no era fácil. Se trata de Efraín Salvatierra —dijo.Greta cerró los ojos, mientras luchaba contra el deseo de gritar.—Ignacio tiene que estar bien, él no puede irse, es joven, tiene una vida por delante —sollozó.—Gracias por estar aquí, Andrés —dijo Laureano, abrazando a Greta para consolarla.—No tienes nada que agradecer amigo mío.—Esto significa mucho para nosotros —confesó.Laureano y Greta se habían alejado del campo, iban de vi
Julián sentía cada segundo como una cuchillada, con cada minuto que pasaba y se acercaba la hora de dejar ir a Natalia, su corazón era apuñalado por dagas filosas.—Voy a estar bien —le dijo ella, acariciando su mentón con los dedos.—Tengo que admitir que me siento muy orgulloso de ti, Natalia, pero también tengo que admitir que tengo miedo de que las cosas no salgan como esperamos. No quiero perderte, no podría seguir viviendo sin ti.Natalia dibujó los labios de Julián con la yema de sus dedos, su cálido aliento calentó sus fríos dedos. Ella también temía no volver, temía no volver a ver a sus hijas, no volver a tener a Julián de aquella manera, de sentirse entre sus brazos, amada y protegida. También sentía terror, aun así, no desistió, la mujer en ella pedía a gritos justicia por lo vivido, clamaba con fervor ser libre de la peste en la que se había convertido Efraín Salvatierra en su vida y en la vida de sus hijas. Hacía lo que hacía por ellas y para vivir sin miedo.—Confío en
Natalia sintió como si toda la valentía escapaba de su cuerpo, se sintió ligera de peso, quizá era la conciencia de saber que nunca más debía preocuparse por Efraín, él estaba muerto. Ella lo había asesinado. ¡Lo había asesinado!—Lo maté —susurró con la voz temblorosa.—Lo merecía, Natalia, no te aflijas —le respondió Julián, envolviéndola entre sus brazos y cubriendo con su cuerpo, el cuerpo de Efraín tirado en el piso.Los disparos continuaron escuchándose, pero no duró mucho tiempo. Los hombres de la familia se habían asegurado que ninguno de los integrantes de aquella peligrosa banda quedara vivo. Incluso se habían internado en la montaña para darles cacería como las bestias que eran.—¡Ayuda! —gritó Marcelo, saliendo de la habitación con Alicia entre sus brazos.Natalia tembló ante aquella escena, la náusea le subió por la garganta y la culpa le hizo tambalearse.—Hay que llevarla al auto —urgió Julián, ayudando a Natalia a caminar.Marcelo corrió los kilómetros que los