Natalia quería creer que, con la ayuda de Julián Altamirano, tendría una oportunidad para enfrentar a la familia Salvatierra. Sin embargo, no era tan sencillo como él se lo pintaba, ni como ella podía imaginárselo. Primero tenía que esperar a que sus heridas sanaran, y no solamente las físicas, sino también las que llevaba tatuadas en el alma.
Ella se mordió el labio, presionó una mano sobre su vientre vacío y lloró en silencio por ese bebé que recién había perdido. El dolor se abrió paso por su corazón. Agradeció el haberse quedado sola, pues sería muy humillante que Julián la viera en ese estado, tan deplorable y vergonzoso.
Natalia jamás imaginó la maldad que existía en el corazón de don Hilario y de Efraín. Antes había imaginado que solamente la despreciaban, no que la odiaran hasta el punto de… Apartó los malos recuerdos de su cabeza y trató de serenarse. Julián podía llegar en cualquier momento, y no quería que le hiciera más preguntas. No estaba lista para responderlas todas.
Mientras tanto, Julián entró a su habitación, tomó varias cobijas y ropa de su closet. No era como si pudiera ir al pueblo y comprar ropa de mujer. Podía, pero eso significaba atraer la atención de la gente sobre él, y era lo que menos quería, sobre todo ahora que iba a llevarse a Natalia al pueblo vecino. Ella necesitaba ver a un médico con urgencia, y Renata se había ofrecido para asistirla en otro hospital.
—¿Se puede saber a dónde vas con tanta prisa? —Julián se detuvo al escuchar la voz de su madre. Tragó el nudo formado en su garganta antes de girarse.
—Tendremos que trabajar sobre las vallas que fueron tumbadas ayer por la noche. Ya sabes lo cambiante del clima en la costa, no quiero arriesgarme a coger un resfriado —mintió. Había ordenado que ninguno de sus hombres se acercara a esa zona de la hacienda.
—Puedo llevarte sopa por la noche —se ofreció. ¿Cómo decirle que no a su madre? No había manera. De una u otra forma, Wendy Altamirano se presentaría, así que…
—Claro, mamá, pero no te arriesgues —le dijo, dándole un beso en ambas mejillas.
—¿Estás seguro de que todo está bien? —preguntó Wendy, notando el ligero nerviosismo de su hijo mayor.
—Todo está en orden —dijo antes de detenerse de nuevo—. Te llamaré, tengo que salir al pueblo vecino por algunos materiales que no encontraron en la ferretería del pueblo, y no sé ni la hora en la que saldré ni la hora en la que volveré —avisó, una manera muy sutil de hacer desistir a su madre.
—Te llevaré la sopa, si no estás, la dejaré sobre la mesa —avisó Wendy.
Julián asintió, tomó su maleta y salió con prisa. Se despidió de su padre y su abuelo con un ademán, dejó un beso en la frente de su abuela Laura y corrió hacia su camioneta. Tenía el tiempo justo para pasar por Natalia y llevarla al hospital; de lo contrario, las cosas podían ponerse feas, «más de lo que ya estaban.»
Julián manejaba con rapidez, ansioso por llegar a la cabaña, reunirse con Natalia y llevarla al hospital donde Renata esperaba para atenderla.
Mientras conducía, su mente se llenó de preocupaciones, no solo por Natalia, sino también por su madre y la vaga explicación que le dio sobre las vallas y los materiales. Javier conocía muy bien a su madre y sabía que, si presentía que algo no estaba del todo bien, haría sus propias averiguaciones.
Julián se sentía terriblemente mal por mentirle a su madre, pero entendía el miedo de Natalia. Pensar en lo que Efraín le había hecho le hizo apretar el volante con fuerza, hasta que sus nudillos se tornaron blancos por la presión. De una u otra manera, él iba a encontrar la forma de hacerle morder el polvo por su acto tan cruel contra Natalia.
Apenas estacionó, se bajó del auto y corrió al interior de la cabaña. Se encontró con Natalia sentada sobre el catre, con la mirada perdida en algún punto de la pequeña habitación. Su rostro estaba pálido, mostrando el sufrimiento que recién había experimentado. Pequeños hematomas se estaban formando en su mentón y pómulo, la muestra salvaje de las acciones de Efraín.
Julián se contuvo para no proferir una maldición, se acercó lentamente a Natalia sin querer asustarla.
—Natalia, estoy aquí —le dijo en voz baja, posando una mano reconfortante sobre su hombro. Ella dio un ligero brinco y se giró para mirarlo, con sus ojos todavía empañados por las lágrimas.
—Gracias por volver, Julián —susurró Natalia con gratitud, forzando una pequeña sonrisa. Sabía que él estaba arriesgando mucho al llevarla al pueblo vecino, pero no tenía a nadie más a quien acudir. No había amigos, ni familia, no había nadie. Excepto él.
—No voy a fallarte —aseguró Julián, ofreciéndole las prendas y cobijas que había traído, y Natalia se apresuró a cambiarse. Aunque no quería ser una carga para él, comprendía que necesitaba atención médica urgente.
—Julián, ¿podrías esperarme afuera un momento? —pidió Natalia, sintiéndose cohibida por su condición actual. Quería arreglarse lo mejor posible antes de enfrentarse a la mirada compasiva de Julián.
Él asintió con comprensión y salió, dándole espacio para arreglarse. Mientras esperaba, miró el paisaje, intentando mantener la mente ocupada. Cada minuto se sentía eterno, y no podía evitar preocuparse por Natalia y lo que podría estar pasando por su cabeza.
Finalmente, Natalia salió de la cabaña, lista para partir. Julián vio el dolor en sus ojos, pero también notó una determinación en su mirada. A pesar de todo lo que había sufrido, Natalia estaba dispuesta a enfrentar lo que fuera necesario para superar esta difícil situación.
Julián la ayudó a subir a la camioneta con cuidado y luego condujo hacia el pueblo vecino. Durante el viaje, ambos se sumieron en un silencio reconfortante. Julián no quería presionarla con preguntas, pero estaba listo para escucharla si ella decidía hablar.
Al llegar al hospital, Renata los recibió con amabilidad y se aseguró de que Natalia recibiera la atención que necesitaba. Julián esperó impacientemente en la sala de espera, su mente llenándose de pensamientos sobre cómo enfrentarían juntos los desafíos que les esperaban.
Después de un tiempo que pareció interminable, Renata se acercó a Julián.
—¿Cómo está? —le preguntó, poniéndose de pie.
Renata dejó escapar un suspiro.
—Le hemos practicado el legrado, pero es probable que tengas que medicarla durante los siguientes días. Ha llegado con fiebre debido a su pérdida —informó.
—Entiendo, Renata, muchas gracias por esto que haces —agradeció, sabía que estaba involucrando a un tercero.
—No tienes nada que agradecer, Julián, para eso somos amigos. Aunque no dejo de preocuparme por ti y la manera en que te has involucrado en todo esto —dijo, colocando su mano sobre la de Julián—. Sigo pensando que debiste avisar a las autoridades, esto es grave —señaló.
Julián negó.
—No haré nada que ella no quiera, Renata. Natalia no está lista para hablar sobre lo que le ha pasado.
—¿Te lo dijo? —preguntó ella ligeramente sorprendida.
Julián asintió.
—¡Dios, no puedo imaginar lo difícil que pudo haber sido para ella confesarte la verdad! Ahora debes comprender el motivo de mi preocupación, Julián. Natalia debe denunciar el abuso que ha sufrido.
Julián se quedó de piedra al escuchar las palabras de Renata.
«¿Abuso?»
—Natalia estará bien. Físicamente, necesita descanso y cuidado, pero se recuperará. Lo más importante es el apoyo emocional que pueda recibir —dijo Renata, desconociendo que Julián no estaba al tanto de esa verdad.
Sin embargo, Julián agradeció las palabras de apoyo de Renata, conteniéndose para no preguntar.
—Volveremos a Miramar. Por favor, guárdame el secreto —le pidió.
Renata asintió mientras le entregaba la receta con la prescripción de los medicamentos que necesitaba y le indicaba el número de habitación de Natalia.
Julián caminó por el pasillo, se paró frente a la puerta y con cuidado la abrió. Natalia estaba dormida, y, aun así, parecía estar luchando entre sus sueños.
El vaquero se prometió en ese momento estar ahí para Natalia en todo momento. Decidió que, cuando llegara el momento adecuado, hablaría con ella largo y tendido. Simplemente, no podía permitir que la maldad de los Salvatierra quedara impune.
Julián permaneció junto a Natalia en la habitación del hospital, velando su sueño. Un par de horas después y tras firmar la hoja que la enfermera le había traído, liberando al hospital de toda responsabilidad por llevársela ese mismo día, Julián y Natalia volvieron a Miramar.
Aquella noche fue la peor de todas. La fiebre atacó el cuerpo frágil y herido de Natalia hasta el punto del delirio. Julián le inyectó la medicina recetada y con paños de agua fría bajó su fiebre. Agradeció que su madre le dejara la sopa tal como se lo había prometido, pues le ayudó mucho a mantener a Natalia hidratada y con algo de comida en el estómago.
Las cosas no serían nada fáciles, pero ya estaba sobre el caballo y no daría un solo trote atrás…
Natalia gimió bajo y ronco, sacando a Julián de su sueño liviano.—Natalia —la llamó, pero ella tenía los ojos cerrados.—Tengo sed —se forzó a decir.Natalia sentía la garganta seca, la cabeza le daba vueltas, pero se sentía mejor dentro de lo posible.Julián se levantó, se pasó las manos sobre el rostro para espabilar. Se acercó a la mesa y sirvió un vaso con agua, volvió sobre sus pies.—Te ayudaré —se ofreció, dejó el vaso sobre la silla donde había estado sentado y se acercó a Natalia.Ella trató de no estremecerse; no era la primera vez que Julián la alzaba en brazos, pero sí la primera en la que estaba más consciente y la vergüenza la asaltó.—Lo siento —se disculpó Julián al sentirla temblar.Natalia no dijo nada, el nudo en su garganta no se lo permitía.—Bebe —casi sonó a una orden, pero Natalia la atendió—. Tienes que hidratarte —añadió.Aquella noche era la primera que Natalia pasaba sin fiebre; aun así, Julián veló su sueño.—Gracias por estar aquí —le dijo cuando terminó
—¿Casarme? —preguntó Natalia incrédula.Natalia de repente se sintió mareada, si esa era la única solución para recuperar a sus hijas, entonces no había manera de hacerlo. ¿Quién querría casarse con una mujer como ella? No tenía nada que ofrecer, solo era el fantasma de la mujer que un día fue.La angustia, el miedo y la derrota le hicieron sollozar.—¿No existe alguna otra manera? —preguntó Julián, deseando poder tomar a Natalia entre sus brazos y consolarla, pero eso podía no ser bien visto por el abogado, pese a que era su abogado, no quería manchar la imagen de Natalia, dándole ideas que no eran al hombre.—Por el momento no veo ninguna otra posibilidad; la familia Salvatierra moverá todas sus influencias para evitar que la señora obtenga la custodia de sus hijas.Julián asintió, le tendió la mano al hombre para despedirse de él, necesitaba quedarse a solas con Natalia.—Estaré comunicándome con usted y por favor, sea discreto con este asunto. Le estoy confiando la vida de la seño
Julián no se molestó en detener su caballo, era un jinete experimentado, por lo que se lanzó del lomo de su bello ejemplar y corrió como alma que llevaba el diablo hacia la cabaña. Su corazón estaba agitado, sentía que la garganta se le cerraba y el aire empezaba a faltarle, cuando con una patada abrió la puerta y lo siguiente que vio le hizo arder la sangre. Julián se llenó de furia e indignación, ¡el labio de Natalia estaba roto! Una línea de sangre corría por su mentón.La furia se apoderó de él como jamás había sucedido, Julián Altamirano podía presumir de ser un hombre de emociones controladas, pero hoy. Hoy no quedaba nada de ese hombre amante de la paz, hoy era un volcán a punto de entrar en erupción, una fiera que iba a devorar a su presa de pies a cabeza.Cegado por el enojo, Julián arremetió contra el hombre, le lanzó un puñetazo que envió al tipo al suelo, se lanzó sobre él, pero fue recibido por una dura patada en el estómago que le hizo proferir una maldición; pero solo f
«Te hice una promesa»«Voy a cumplirla, así me cueste la vida»«Así me cueste la vida»Natalia intentó apartarse, esas palabras eran las que no deseaba escuchar en labios de Julián, ella no podría aceptarlo.—No lo digas, Julián —pidió.Él se incorporó con cierta dificultad, el dolor que atravesó sus costillas le hizo silbar, aun así, no se detuvo.—Te harás daño —lo regañó Natalia al verlo apretar los dientes.—Escúchame, Natalia. Te hice una promesa y no descansaré hasta que tus hijas estén de nuevo a tu lado, no me importa el peligro al que tenga que exponerme. Voy a enfrentarlo.Natalia dejó escapar un sollozo.—No puedes arriesgar tanto por mí, Julián, no tengo nada que ofrecerte en comparación a esto que haces. Tu vida es importante, tienes una familia que te ama, eres joven, y …—También tienes mucho por vivir, Natalia. Tus hijas te necesitan, no dejes que te asusten, Nat, ya no estás sola. Me tienes a mí.Natalia se liberó de la mano de Julián.—Eres demasiado noble, Julián.—
«Lo intentaremos hoy» Las palabras de Julián se repitieron en la mente de Natalia una y otra vez, estaba nerviosa, pues era consciente del peligro que significaba acercarse a Ojo de Agua. Además, expondría a Julián al peligro; pero ¿Qué opciones tenía? Ella no veía ninguna y esta, aunque era la más arriesgada, era la única manera de conseguir ver a sus hijas, aunque fuese un breve segundo, Natalia necesitaba verlas para saber que su lucha no era en balde y que iba a reunirse con ellas tarde o temprano. Ángela y Estela era todo lo que le quedaba en la vida, todo lo que tenía. —¿Has visto a Julián? —preguntó Wendy, asustando a Natalia. La mujer, sumergida en sus pensamientos, no la sintió llegar. —Lo siento, no quise asustarte —se disculpó, sentándose a su lado. —Estaba distraída —respondió Natalia, mirando a Wendy. —Te pregunté si habías visto a Julián —dijo, luego de varios minutos de silencio entre ellas. —No, luego de que volvimos del pueblo, él se marchó a las caballerizas, n
El hombre miró a la pareja besándose. Sonrió y continuó su camino, mientras Julián estaba más quieto que una estatua de mármol, sus labios quemaron ante el roce de los labios de Natalia; sin embargo, su mente pronto comprendió que era solo una medida desesperada para salvarse de ser descubiertos.—Lo siento —murmuró Natalia al alejarse de él, su rostro quemaba por la vergüenza que estaba experimentando en ese momento.—Vámonos de aquí —le urgió Julián, la tomó de la mano y la llevó hasta donde habían dejado los caballos.Natalia sentía sus mejillas calientes, como si fueran dos brazas, sentía pena, por atreverse a tanto. Tenía miedo que aquella acción alejara a Julián de ella y que desistiera de ayudarla. Ahora que había visto a sus hijas, sentía una necesidad ardiente de tenerlas entre sus brazos y de protegerlas.—Julián —susurró.El cuerpo del vaquero se tensó, no quería hablar, no sabría qué decir. Aquel beso, había sido inesperado, sin embargo, sentía que había dejado huellas sob
Julián miró a Natalia conversar con su madre y abuela, mientras elegían las telas que usaría para sus cortinas. Los avances de la remodelación de la casa donde Natalia iba a vivir, estaban avanzando con satisfacción, tal cual lo había ordenado Andrés.—¿Tienes sentimientos por ella?El vaquero giró el rostro para mirar a su hermana.—¿Qué?—Si sientes algo por Natalia.Julián se dio cuenta de que no parecía una pregunta, sino una afirmación. Él se mordió el labio con tal fuerza que probó el sabor metálico de su sangre.—Es guapa, pero ha sufrido mucho —dijo Aurora.—No digas tonterías, niña, ¿Qué sabes tú del amor? —le cuestionó.Aurora sonrió.—No mucho, no he sentido el gusanito de la curiosidad, ni cupido me ha fechado aún, pero tu mirada no me engaña, Julián.—Estás viendo cosas que no son —refutó él.—Negarlo, no hará que tus sentimientos desaparezcan, hermano. La ves de la misma manera que nuestro padre mira a mamá, como el abuelo mira a la abuela. Estás enamorado —le dijo.Juli
«¿Natalia?»Ella se limpió las lágrimas con las manos y trató de serenarse, mientras el vaquero bajaba de su caballo, ella no lo había visto, pero tampoco era necesario hacerlo. Sin importar el tiempo que hubiese pasado, ella siempre iba a recordarlo.—Natalia, ¿eres tú? —preguntó el recién llegado, acercándose a ella, colocando una mano sobre su hombro.Ella se sobresaltó y se alejó.—Lo siento —se disculpó.—¿Qué haces aquí? —preguntó Natalia, levantando la mirada para encontrarse con aquellos hermosos ojos que alguna vez creyó amar.—Negocios, y tú, ¿Qué haces acá? —interrogó, sentándose a su lado.—Es una larga historia, Esteban —dijo en medio de un suspiro.—Tengo tiempo, además, siempre es bueno ver a los amigos —respondió.Natalia lo miró.Eso eran, eso habían sido siempre, fue ella quien se creó un cuento en su cabeza y cuando Esteban se casó con la mujer que amaba, ella, simplemente, tuvo que aceptar que no había nada que hacer, meses después había conocido a Ángel y una nuev