Julián sintió el deseo correr por sus venas, había más que necesidad en su beso y en la manera que saqueaba la boca de Natalia, ni siquiera fue consciente del momento que la recostó en el largo sillón y se colocó sobre ella.La abruma de la pasión no le dejó pensar, hasta que el gemido de Natalia le hizo darse cuenta de la realidad y de lo que estaba haciendo, sobre todo, porque el gemido de Natalia no fue de placer, sino de miedo. Su cuerpo se había tensado como si fuera la cuerda de un violín, sus manos se aferraban a su pecho, tratando de apartarlo de ella.La realidad golpeó a Julián con la fuerza de un boomerang, él se apartó de Natalia y se puso de pie con tanta violencia que tiró el botiquín de primeros auxilios al piso.—Lo siento, Natalia, no sé lo que me pasó —se disculpó sin atreverse a mirarla.Natalia se sentó en la silla, se sentía terriblemente mal por apartarlo de aquella manera, todo había ido bien, hasta que sintió el cuerpo de Julián extenderse sobre el suyo, sentir
«Ayuda»«Ayuda»«Ayuda»Julián miró de un lado a otro, tratando de averiguar si las niñas habían llegado solas o alguien las ayudó a llegar o dejó abandonadas a su suerte a esas horas de la noche, que empezaba a enfriar y ellas no tenían nada más que sus pijamas para dormir.—Por favor, señor, ayúdenos —suplicó Estela con el cuerpo tembloroso. Ella se aferraba a su hermana y quizá no era por miedo, sino porque protegía a la pequeña con su propio cuerpo.Julián apartó el filo del machete y estiró la mano en su dirección, ninguna de las dos niñas dudó en tomarlo, lo que hablaba de su desesperación por conseguir una mano amiga, alguien que las salvase de lo que estaban viviendo.—Queremos a mamá —sollozó la pequeña, Ángela recordaba él. La niña se abrazó a su pierna como si él fuera un salvavidas y es que quizá lo era. Primero había salvado a la madre de las garras de la muerte y ahora lo hacía con sus pequeñas hijas. Quizá era el destino.—Queremos a mamá —lloró la niña con más fuerza.
Efraín miró complacido cómo Natalia se desvanecía, se lamentó que fuera atrapada por Samuel Altamirano antes de estrellarse en el suelo, también disfrutó del revuelo que se armó, lo que le dio oportunidad para husmear alrededor de la hacienda, quería comprobar si era o no cierto que las niñas no habían llegado con ellos.—¿Se te ha perdido algo, Efraín? —el hombre se detuvo al encontrarse con Álvaro Montero.—Apártate, capataz —le ordenó con desdén.—Estás en las tierras de Miramar, no en Ojo de Agua, aquí tu voz no tiene peso —le recordó el capataz con frialdad.—Estoy en todo mi derecho, buscó a mis sobrinas y temo que acá es donde las están escondiendo. Así que, será mejor que te apartes de mi camino y no responderé por mis actos —le amenazó.—Me parece una magnífica excusa para romperte la cara, pedazo de imbécil —gruñó Álvaro dando un paso hacia él.Efraín dio un paso atrás cuando se dio cuenta de que estaba solo.—¿No que muy machito? —le provocó el capataz.—No tienes idea de c
Natalia sentía su pecho a punto de explotar, había miedo, emoción y adrenalina corriendo por sus venas. También había rabia y dolor, ese tipo de dolor que te angustia hasta reducirte a la nada; sin embargo, ella se había armado de valor y enfrentado a su abusador. Aquello había sido muy difícil, pero también liberador.Ahora su mayor preocupación eran sus hijas y la angustia de no saber qué es lo que les había sucedido.—¡Natalia! —la llamó Julián, tomándola del brazo, haciendo que se detuviera. Natalia había caminado con prisa y sin rumbo. Solo fue cuando se detuvo que se dio cuenta de que estaba caminando hacia la salida de Miramar.—Tengo que buscarlas, Julián, tengo que encontrarlas —sollozó, dejando la valentía de lado y dándole paso al dolor y el llanto.—Espera, hay algo que tengo que decirte —le pidió.—No puedo esperar, Julián, mientras hablo contigo, ¡mis hijas pueden estar sufriendo, deben estar asustadas! —gritó a punto de desplomarse y perder toda la entereza que había ma
Julián ayudó a Renata a sentarse en la silla, ninguno de los dos miró a los presentes, él estaba pendiente de Renata y ella, no quería encontrarse con Ignacio, había creído que estaba lista para volver a encontrarse con él, pero no era así, aún no estaba y quizá no estaría lista para volver a verlo.—¿Estás bien? —preguntó Ignacio sin saludarla, tenía el ceño fruncido, pues tenía la sospecha de que Renata lo estaba evadiendo deliberadamente.—Sí —mintió—. Lamento la demora y también el que tenga que irme pronto —dijo con premura, sacando la copia del informe médico de Natalia y colocándola delante del abogado.Ignacio siguió sus acciones, miró el documento sobre la mesa y las manos de la doctora volver a su sitio, como si quisiera evitar algún tipo de contacto entre ellos.—Gracias, Renata —expresó Ignacio, tomando el informe y colocándolo en su portafolios, no era un documento que quisiera leer en una cafetería y menos con gente alrededor.—No tienes nada que agradecer, como médico y
Natalia se quedó quieta como una estatua, su intento de protesta o de luchar murió en el mismo momento que lo miró.—¡¿Qué esperan?! —gritó Efraín, al tiempo que una mano se posaba sobre su hombro—. ¡¿Qué demonios?!Sus palabras fueron cortadas por un limpio derechazo de Julián que le rompió el labio y volvió a desviar su recién arreglada nariz.—¡Eres un infeliz! —gritó Julián, lanzándose sobre él, golpeándolo tal como deseó hacerlo esa misma mañana, en Miramar. Entonces se había contenido para no arruinar sus planes, pero ahora era distinto, no había excusa, ni planes que proteger. Así que Julián no se midió y golpeó tanto como quiso y como pudo.—¿Qué hacen parados? ¡Hagan algo! —gritó Efraín, intentando defenderse de los golpes que le caían como agua de mayo.Julián tenía tanta ira contenida, que fue difícil que los hombres de Efraín pudieran separarlos y luego de varios intentos y algunos golpes sobre él, finalmente lograron su cometido.—¡Voy a denunciarte! —gritó Efraín con la
«Quiero saber quién es el padre de tu hijo» El silencio fue todo lo que Ignacio recibió por parte de Renata, ella se puso de pie con la ayuda de las muletas que traía sobre las piernas e intentó alejarse.—Renata.—No hablaré contigo sobre mi hijo y menos en la sala de un hospital —respondió.—Tengo derecho a saberlo —refutó.—¿De verdad? —preguntó ella sin detenerse.La mano de Ignacio la hizo detenerse.—Renata, por favor, ya no somos dos niños —le hizo ver.—Tampoco lo éramos hace seis años, Ignacio; sin embargo, te comportaste exactamente como lo haría un niño —le culpó.Ignacio trató de controlar su temperamento y su lengua, ese era su peor defecto, lo había sido en el pasado y en ocasiones, solía meterlo en problemas.—¿Sabes que tengo maneras de averiguar si tu hijo es mío?El cuerpo de Renata tembló.—¿Qué es lo que quieres, Ignacio? —le cuestionó ella, mirándolo a los ojos—. ¿No te ha bastado con el pasado? ¿Qué más daño quieres causarme?Ignacio aflojó el cuello de su camis
El tiempo pareció congelarse en aquel instante, Carlitos se detuvo al ver a su madre acompañada del hombre que él sabía era su padre. El pequeño le había insistido tanto a Renata que le hablara de él y ella no pudo negarse.El pequeño corazón del niño se agitó dentro de su pecho, dio un paso delante del otro antes de echarse a correr.Ignacio pasó saliva por su seca garganta, miró como el pequeño corría hacia él y se emocionó tanto que no se fijó que no era él su objetivo, sino Renata. Carlitos pasó de él y se abrazó a su madre. Cuando elevó su mirada, Renata se dio cuenta de que sus ojos estaban llenos de lágrimas.—Cariño —susurró ella con un nudo en la garganta.Para Renata habías sido muy difícil hablar con su hijo sobre Ignacio, más difícil fue explicarle el motivo por el cual no estaban juntos, pero lo más importante de todo, es que para Carlitos la separación de sus padres eran cosas de adultos, cosas que no tenían por qué afectarle.—¿Qué te ha pasado, mami? —preguntó el niño