Natalia sentía su pecho a punto de explotar, había miedo, emoción y adrenalina corriendo por sus venas. También había rabia y dolor, ese tipo de dolor que te angustia hasta reducirte a la nada; sin embargo, ella se había armado de valor y enfrentado a su abusador. Aquello había sido muy difícil, pero también liberador.Ahora su mayor preocupación eran sus hijas y la angustia de no saber qué es lo que les había sucedido.—¡Natalia! —la llamó Julián, tomándola del brazo, haciendo que se detuviera. Natalia había caminado con prisa y sin rumbo. Solo fue cuando se detuvo que se dio cuenta de que estaba caminando hacia la salida de Miramar.—Tengo que buscarlas, Julián, tengo que encontrarlas —sollozó, dejando la valentía de lado y dándole paso al dolor y el llanto.—Espera, hay algo que tengo que decirte —le pidió.—No puedo esperar, Julián, mientras hablo contigo, ¡mis hijas pueden estar sufriendo, deben estar asustadas! —gritó a punto de desplomarse y perder toda la entereza que había ma
Julián ayudó a Renata a sentarse en la silla, ninguno de los dos miró a los presentes, él estaba pendiente de Renata y ella, no quería encontrarse con Ignacio, había creído que estaba lista para volver a encontrarse con él, pero no era así, aún no estaba y quizá no estaría lista para volver a verlo.—¿Estás bien? —preguntó Ignacio sin saludarla, tenía el ceño fruncido, pues tenía la sospecha de que Renata lo estaba evadiendo deliberadamente.—Sí —mintió—. Lamento la demora y también el que tenga que irme pronto —dijo con premura, sacando la copia del informe médico de Natalia y colocándola delante del abogado.Ignacio siguió sus acciones, miró el documento sobre la mesa y las manos de la doctora volver a su sitio, como si quisiera evitar algún tipo de contacto entre ellos.—Gracias, Renata —expresó Ignacio, tomando el informe y colocándolo en su portafolios, no era un documento que quisiera leer en una cafetería y menos con gente alrededor.—No tienes nada que agradecer, como médico y
Natalia se quedó quieta como una estatua, su intento de protesta o de luchar murió en el mismo momento que lo miró.—¡¿Qué esperan?! —gritó Efraín, al tiempo que una mano se posaba sobre su hombro—. ¡¿Qué demonios?!Sus palabras fueron cortadas por un limpio derechazo de Julián que le rompió el labio y volvió a desviar su recién arreglada nariz.—¡Eres un infeliz! —gritó Julián, lanzándose sobre él, golpeándolo tal como deseó hacerlo esa misma mañana, en Miramar. Entonces se había contenido para no arruinar sus planes, pero ahora era distinto, no había excusa, ni planes que proteger. Así que Julián no se midió y golpeó tanto como quiso y como pudo.—¿Qué hacen parados? ¡Hagan algo! —gritó Efraín, intentando defenderse de los golpes que le caían como agua de mayo.Julián tenía tanta ira contenida, que fue difícil que los hombres de Efraín pudieran separarlos y luego de varios intentos y algunos golpes sobre él, finalmente lograron su cometido.—¡Voy a denunciarte! —gritó Efraín con la
«Quiero saber quién es el padre de tu hijo» El silencio fue todo lo que Ignacio recibió por parte de Renata, ella se puso de pie con la ayuda de las muletas que traía sobre las piernas e intentó alejarse.—Renata.—No hablaré contigo sobre mi hijo y menos en la sala de un hospital —respondió.—Tengo derecho a saberlo —refutó.—¿De verdad? —preguntó ella sin detenerse.La mano de Ignacio la hizo detenerse.—Renata, por favor, ya no somos dos niños —le hizo ver.—Tampoco lo éramos hace seis años, Ignacio; sin embargo, te comportaste exactamente como lo haría un niño —le culpó.Ignacio trató de controlar su temperamento y su lengua, ese era su peor defecto, lo había sido en el pasado y en ocasiones, solía meterlo en problemas.—¿Sabes que tengo maneras de averiguar si tu hijo es mío?El cuerpo de Renata tembló.—¿Qué es lo que quieres, Ignacio? —le cuestionó ella, mirándolo a los ojos—. ¿No te ha bastado con el pasado? ¿Qué más daño quieres causarme?Ignacio aflojó el cuello de su camis
El tiempo pareció congelarse en aquel instante, Carlitos se detuvo al ver a su madre acompañada del hombre que él sabía era su padre. El pequeño le había insistido tanto a Renata que le hablara de él y ella no pudo negarse.El pequeño corazón del niño se agitó dentro de su pecho, dio un paso delante del otro antes de echarse a correr.Ignacio pasó saliva por su seca garganta, miró como el pequeño corría hacia él y se emocionó tanto que no se fijó que no era él su objetivo, sino Renata. Carlitos pasó de él y se abrazó a su madre. Cuando elevó su mirada, Renata se dio cuenta de que sus ojos estaban llenos de lágrimas.—Cariño —susurró ella con un nudo en la garganta.Para Renata habías sido muy difícil hablar con su hijo sobre Ignacio, más difícil fue explicarle el motivo por el cual no estaban juntos, pero lo más importante de todo, es que para Carlitos la separación de sus padres eran cosas de adultos, cosas que no tenían por qué afectarle.—¿Qué te ha pasado, mami? —preguntó el niño
Julián se dirigió a la casa grande, subió a su habitación y agradeció el no encontrarse con ningún miembro de su familia por el camino, con rapidez se dirigió a la ducha, se lamentó pronto de hacerlo, pues el agua lavó el ungüento que Natalia le había colocado sobre el golpe. Aunque, quizá podía convencerla para que le aplicara un poco de nuevo.La idea le hizo estremecer, él cerró los ojos al recordar la mano de Natalia sobre su piel, instintivamente se llevó una mano a su erección, ¿cómo era posible aquella reacción de su cuerpo con un solo recuerdo? La respuesta era sencilla y única. La deseaba con todas las fuerzas de su alma.Una ráfaga de placer le atravesó, su esencia manchó el azulejo de su baño y con frustración se lavó. No era así como deseaba terminar, pero era lo que había, tenía que ser paciente. ¡Debía serlo!Con más frustración que placer, Julián dejó el cuarto de baño y se vistió, bajó con prisa para buscar a su padre y notificarle su salida.—¿A dónde vas con tanta pr
«¡Mamá! ¡Mamá!»«¡Mamá! ¡Mamá!»El corazón de Natalia se agitó al escuchar las pequeñas e infantiles voces de sus niñas, las dos pequeñas corrieron a su lado y ella cayó de rodillas sobre la alfombra para poder recibirlas entre sus brazos.Gruesas lágrimas caían de sus ojos, la voz se le había apagado debido al nudo que sentía en la garganta. Estaba emocionada, tan feliz que no podía describir ese momento con palabras, porque simplemente no había manera para gritar lo que sentía.El calor de las niñas pegadas a su pecho le hizo consciente de la realidad y de que no era un sueño, ¡eran los brazos de sus pequeñas rodeando su cuello, aferrándose a ella! ¡Sus pequeñas hijas!—¡Dios, no puedo creerlo! —gritó cuando sintió que podía expresarse.Las niñas lloraron sin consuelo, estaban emocionadas, felices y llenas de miedo de que todo esto fuera solo un sueño.—¡Mamita! ¡Mamita! —exclamaban al unísono, aferradas a Natalia.—Mis niñas, mis amores —lloró.Julián tuvo que morderse el labio par
«Cásate conmigo»Natalia miró a Julián y no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Sabía que esta petición no tenía nada que ver con la primera que le había hecho en la vieja choza cuando ella estaba herida y desesperada.Esta no era una propuesta de último y único recurso para ayudarla y eso era lo que más le asustaba, tenía miedo de no ser la mujer que Julián necesitaba a su lado. Ella tenía sobre sus hombros un pasado a cuestas y dos hijas que la necesitaban.—Julián —susurró ella, tomando la mano del vaquero entre sus manos, acariciándolas como si fueran un precioso tesoro y es que lo eran. Julián Altamirano era un hombre que valía oro, de esos pocos que aún quedaban en el mundo y que le hacía tener esperanzas.—Te amo —le dijo él, adivinando lo que Natalia estaba pensando.—Eres un hombre maravilloso y no quisiera herirte.—Lo harías si me rechazas —dijo él, tomando su mano y llevándola a sus labios. Julián depositó un beso en la palma de su mano y la miró a los ojos.