Natalia se quedó quieta como una estatua, su intento de protesta o de luchar murió en el mismo momento que lo miró.—¡¿Qué esperan?! —gritó Efraín, al tiempo que una mano se posaba sobre su hombro—. ¡¿Qué demonios?!Sus palabras fueron cortadas por un limpio derechazo de Julián que le rompió el labio y volvió a desviar su recién arreglada nariz.—¡Eres un infeliz! —gritó Julián, lanzándose sobre él, golpeándolo tal como deseó hacerlo esa misma mañana, en Miramar. Entonces se había contenido para no arruinar sus planes, pero ahora era distinto, no había excusa, ni planes que proteger. Así que Julián no se midió y golpeó tanto como quiso y como pudo.—¿Qué hacen parados? ¡Hagan algo! —gritó Efraín, intentando defenderse de los golpes que le caían como agua de mayo.Julián tenía tanta ira contenida, que fue difícil que los hombres de Efraín pudieran separarlos y luego de varios intentos y algunos golpes sobre él, finalmente lograron su cometido.—¡Voy a denunciarte! —gritó Efraín con la
«Quiero saber quién es el padre de tu hijo» El silencio fue todo lo que Ignacio recibió por parte de Renata, ella se puso de pie con la ayuda de las muletas que traía sobre las piernas e intentó alejarse.—Renata.—No hablaré contigo sobre mi hijo y menos en la sala de un hospital —respondió.—Tengo derecho a saberlo —refutó.—¿De verdad? —preguntó ella sin detenerse.La mano de Ignacio la hizo detenerse.—Renata, por favor, ya no somos dos niños —le hizo ver.—Tampoco lo éramos hace seis años, Ignacio; sin embargo, te comportaste exactamente como lo haría un niño —le culpó.Ignacio trató de controlar su temperamento y su lengua, ese era su peor defecto, lo había sido en el pasado y en ocasiones, solía meterlo en problemas.—¿Sabes que tengo maneras de averiguar si tu hijo es mío?El cuerpo de Renata tembló.—¿Qué es lo que quieres, Ignacio? —le cuestionó ella, mirándolo a los ojos—. ¿No te ha bastado con el pasado? ¿Qué más daño quieres causarme?Ignacio aflojó el cuello de su camis
El tiempo pareció congelarse en aquel instante, Carlitos se detuvo al ver a su madre acompañada del hombre que él sabía era su padre. El pequeño le había insistido tanto a Renata que le hablara de él y ella no pudo negarse.El pequeño corazón del niño se agitó dentro de su pecho, dio un paso delante del otro antes de echarse a correr.Ignacio pasó saliva por su seca garganta, miró como el pequeño corría hacia él y se emocionó tanto que no se fijó que no era él su objetivo, sino Renata. Carlitos pasó de él y se abrazó a su madre. Cuando elevó su mirada, Renata se dio cuenta de que sus ojos estaban llenos de lágrimas.—Cariño —susurró ella con un nudo en la garganta.Para Renata habías sido muy difícil hablar con su hijo sobre Ignacio, más difícil fue explicarle el motivo por el cual no estaban juntos, pero lo más importante de todo, es que para Carlitos la separación de sus padres eran cosas de adultos, cosas que no tenían por qué afectarle.—¿Qué te ha pasado, mami? —preguntó el niño
Julián se dirigió a la casa grande, subió a su habitación y agradeció el no encontrarse con ningún miembro de su familia por el camino, con rapidez se dirigió a la ducha, se lamentó pronto de hacerlo, pues el agua lavó el ungüento que Natalia le había colocado sobre el golpe. Aunque, quizá podía convencerla para que le aplicara un poco de nuevo.La idea le hizo estremecer, él cerró los ojos al recordar la mano de Natalia sobre su piel, instintivamente se llevó una mano a su erección, ¿cómo era posible aquella reacción de su cuerpo con un solo recuerdo? La respuesta era sencilla y única. La deseaba con todas las fuerzas de su alma.Una ráfaga de placer le atravesó, su esencia manchó el azulejo de su baño y con frustración se lavó. No era así como deseaba terminar, pero era lo que había, tenía que ser paciente. ¡Debía serlo!Con más frustración que placer, Julián dejó el cuarto de baño y se vistió, bajó con prisa para buscar a su padre y notificarle su salida.—¿A dónde vas con tanta pr
«¡Mamá! ¡Mamá!»«¡Mamá! ¡Mamá!»El corazón de Natalia se agitó al escuchar las pequeñas e infantiles voces de sus niñas, las dos pequeñas corrieron a su lado y ella cayó de rodillas sobre la alfombra para poder recibirlas entre sus brazos.Gruesas lágrimas caían de sus ojos, la voz se le había apagado debido al nudo que sentía en la garganta. Estaba emocionada, tan feliz que no podía describir ese momento con palabras, porque simplemente no había manera para gritar lo que sentía.El calor de las niñas pegadas a su pecho le hizo consciente de la realidad y de que no era un sueño, ¡eran los brazos de sus pequeñas rodeando su cuello, aferrándose a ella! ¡Sus pequeñas hijas!—¡Dios, no puedo creerlo! —gritó cuando sintió que podía expresarse.Las niñas lloraron sin consuelo, estaban emocionadas, felices y llenas de miedo de que todo esto fuera solo un sueño.—¡Mamita! ¡Mamita! —exclamaban al unísono, aferradas a Natalia.—Mis niñas, mis amores —lloró.Julián tuvo que morderse el labio par
«Cásate conmigo»Natalia miró a Julián y no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Sabía que esta petición no tenía nada que ver con la primera que le había hecho en la vieja choza cuando ella estaba herida y desesperada.Esta no era una propuesta de último y único recurso para ayudarla y eso era lo que más le asustaba, tenía miedo de no ser la mujer que Julián necesitaba a su lado. Ella tenía sobre sus hombros un pasado a cuestas y dos hijas que la necesitaban.—Julián —susurró ella, tomando la mano del vaquero entre sus manos, acariciándolas como si fueran un precioso tesoro y es que lo eran. Julián Altamirano era un hombre que valía oro, de esos pocos que aún quedaban en el mundo y que le hacía tener esperanzas.—Te amo —le dijo él, adivinando lo que Natalia estaba pensando.—Eres un hombre maravilloso y no quisiera herirte.—Lo harías si me rechazas —dijo él, tomando su mano y llevándola a sus labios. Julián depositó un beso en la palma de su mano y la miró a los ojos.
Al día siguiente, Julián se despidió de Natalia y de las niñas, para volver a la hacienda y hablar con sus padres. Él quería casarse a la brevedad, pero no podía hacerlo sin contarle a sus padres sobre sus intenciones, él podía hacerlo, era mayor de edad y no necesitaba el permiso de nadie, sin embargo, jamás podría hacerlo sin la bendición de su familia, por sobre todas las cosas sus padres estaban primero.Julián hizo un par de paradas, primero fue en La Escondida, no podía continuar sin agradecerle a su tía Paloma lo que había hecho por las niñas.—No tienes nada que agradecer, Julián, esas niñas son un sol —dijo con una ligera sonrisa en los labios—, pero me temo que necesitan mucho amor y cuidados —añadió, tocando la mano de su sobrino.—Lo sé, sus vidas han estado llenas de tragedias, la muerte de su padre, la separación forzada de su madre. El abandono del que fueron víctimas, si pudiera borrar esos malos momentos de sus mentes y corazones, lo haría sin dudar —dijo.Paloma
Maritza palideció al ver el cuerpo de Efraín tirado en el frío piso y la poza de sangre que había a su alrededor.—¡Hilario! ¡Hilario! —gritó desesperada al ver al hombre tan quieto como una estatua. Ella le tocó el rostro, estaba tan frío, como si estuviera muerto.La mujer se dejó caer de bruces, asustada por la situación, se arrastró hasta alejarse de Efraín.—¡¡¡Hilario!!! —gritó con todas sus fuerzas. El cuerpo le temblaba, mientras otros hombres acudieron ante el grito de horror de la mujer.—¿Qué pasa, por qué gritas tanto? —preguntó Hilario, bajando por las escaleras.—Es Efraín, ¡tu hijo está muerto! —gritó.Hilario bajó a tropezones hasta llegar junto al cuerpo ensangrentado de Efraín.—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó el hombre con voz ahogada.—¡No lo sé!—Deja de gritar y busca ayuda —le dijo—. Ustedes dos, vayan por un médico y no me importa lo que tengan que hacer, tráiganlo a punta de pistola si es necesario —ordenó Hilario, mientras tocaba el pulso de su hijo.—Está mu