«¡Mamá! ¡Mamá!»«¡Mamá! ¡Mamá!»El corazón de Natalia se agitó al escuchar las pequeñas e infantiles voces de sus niñas, las dos pequeñas corrieron a su lado y ella cayó de rodillas sobre la alfombra para poder recibirlas entre sus brazos.Gruesas lágrimas caían de sus ojos, la voz se le había apagado debido al nudo que sentía en la garganta. Estaba emocionada, tan feliz que no podía describir ese momento con palabras, porque simplemente no había manera para gritar lo que sentía.El calor de las niñas pegadas a su pecho le hizo consciente de la realidad y de que no era un sueño, ¡eran los brazos de sus pequeñas rodeando su cuello, aferrándose a ella! ¡Sus pequeñas hijas!—¡Dios, no puedo creerlo! —gritó cuando sintió que podía expresarse.Las niñas lloraron sin consuelo, estaban emocionadas, felices y llenas de miedo de que todo esto fuera solo un sueño.—¡Mamita! ¡Mamita! —exclamaban al unísono, aferradas a Natalia.—Mis niñas, mis amores —lloró.Julián tuvo que morderse el labio par
«Cásate conmigo»Natalia miró a Julián y no pudo evitar que sus ojos se llenaran de lágrimas. Sabía que esta petición no tenía nada que ver con la primera que le había hecho en la vieja choza cuando ella estaba herida y desesperada.Esta no era una propuesta de último y único recurso para ayudarla y eso era lo que más le asustaba, tenía miedo de no ser la mujer que Julián necesitaba a su lado. Ella tenía sobre sus hombros un pasado a cuestas y dos hijas que la necesitaban.—Julián —susurró ella, tomando la mano del vaquero entre sus manos, acariciándolas como si fueran un precioso tesoro y es que lo eran. Julián Altamirano era un hombre que valía oro, de esos pocos que aún quedaban en el mundo y que le hacía tener esperanzas.—Te amo —le dijo él, adivinando lo que Natalia estaba pensando.—Eres un hombre maravilloso y no quisiera herirte.—Lo harías si me rechazas —dijo él, tomando su mano y llevándola a sus labios. Julián depositó un beso en la palma de su mano y la miró a los ojos.
Al día siguiente, Julián se despidió de Natalia y de las niñas, para volver a la hacienda y hablar con sus padres. Él quería casarse a la brevedad, pero no podía hacerlo sin contarle a sus padres sobre sus intenciones, él podía hacerlo, era mayor de edad y no necesitaba el permiso de nadie, sin embargo, jamás podría hacerlo sin la bendición de su familia, por sobre todas las cosas sus padres estaban primero.Julián hizo un par de paradas, primero fue en La Escondida, no podía continuar sin agradecerle a su tía Paloma lo que había hecho por las niñas.—No tienes nada que agradecer, Julián, esas niñas son un sol —dijo con una ligera sonrisa en los labios—, pero me temo que necesitan mucho amor y cuidados —añadió, tocando la mano de su sobrino.—Lo sé, sus vidas han estado llenas de tragedias, la muerte de su padre, la separación forzada de su madre. El abandono del que fueron víctimas, si pudiera borrar esos malos momentos de sus mentes y corazones, lo haría sin dudar —dijo.Paloma
Maritza palideció al ver el cuerpo de Efraín tirado en el frío piso y la poza de sangre que había a su alrededor.—¡Hilario! ¡Hilario! —gritó desesperada al ver al hombre tan quieto como una estatua. Ella le tocó el rostro, estaba tan frío, como si estuviera muerto.La mujer se dejó caer de bruces, asustada por la situación, se arrastró hasta alejarse de Efraín.—¡¡¡Hilario!!! —gritó con todas sus fuerzas. El cuerpo le temblaba, mientras otros hombres acudieron ante el grito de horror de la mujer.—¿Qué pasa, por qué gritas tanto? —preguntó Hilario, bajando por las escaleras.—Es Efraín, ¡tu hijo está muerto! —gritó.Hilario bajó a tropezones hasta llegar junto al cuerpo ensangrentado de Efraín.—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó el hombre con voz ahogada.—¡No lo sé!—Deja de gritar y busca ayuda —le dijo—. Ustedes dos, vayan por un médico y no me importa lo que tengan que hacer, tráiganlo a punta de pistola si es necesario —ordenó Hilario, mientras tocaba el pulso de su hijo.—Está mu
—¡Esto es un atropello! ¡Un abuso de autoridad, agente! —gritó Hilario detrás del jefe de la policía, tras verse perdido.—¿Lo cree, señor Salvatierra? —preguntó el hombre—. Yo veo un hombre herido y casi moribundo sobre la cama, ¿no lo ve usted? —cuestionó con rudeza.—Mi hijo se ha herido accidentalmente, no entiendo lo que usted hace en mi casa —alegó, insistiendo.—Permita que lo dude, le hice una pregunta tan sencilla de responder, señor, y usted eligió mentir —señaló el agente.—No estaba obligado a responder, es mi casa y es mi hijo. Soy el responsable de mantenerlo a salvo —alegó Hilario.—Entonces, supongo que no pondrá objeción alguna para llevarlo al hospital.Hilario miró al agente y estuvo a punto de decirle que podía arreglar la situación de otra manera, sin embargo, por el semblante serio del hombre, no lo hizo.—Mi hijo ya ha sido atendido por un médico, no es necesario moverlo. Puede ser peligroso —expresó Hilario.—Más peligroso me parece dejarlo en esta casa y darle
Natalia se movió ligeramente, sonrió al sentir el calor de Julián junto a su cuerpo, por un momento llegó a pensar que la presencia del vaquero en su habitación, era un sueño y que él aún estaba en Miramar, pero ese despertar le indicaba que todo era real.—Buenos días, preciosa —susurró él junto a su oído.El cuerpo de Natalia se tensó y su piel se erizó ante el calor de su aliento, ella se pegó por instinto hacia él, solo Julián era capaz de darle aquella seguridad que sentía.—Buenos días —murmuró sonrojada, pues Julián atrapó su cintura y le dejó un beso en la mejilla.—¿Tienes hambre? —preguntó él, sin presionarla a nada más, a Julián le bastaba sentirla así de cerca, tenerla entre sus brazos, pues el amor no era solo sexo, era paciencia, comprensión, dedicación. Pequeños detalles que muchos hombres habían olvidado tener con sus esposas y que quizá era la causa principal de las separaciones y de los divorcios. El amor era como una planta y debía regarse cada día con esas pequeñas
Renata miró a su hijo.—Carlitos…—No tiene nada de malo que te dejes ayudar, mami —insistió el pequeño.Ignacio le sonrió.—Tengo buenas intenciones, Renata, en verdad quiero ayudarte y ayudar a Carlitos. Por favor, no quiero hacer de esto una batalla campal —dijo con seriedad.—¿Qué quieres decir con eso? —le cuestionó Renata.Ignacio miró al niño y ella supo que debía evitar que él hablara delante de su hijo.—Carlitos, ¿puedes traer un poco de agua para el señor? —le preguntó.El niño asintió y salió corriendo de la sala.—Gracias.—Espero que te atragantes cuando la bebas —soltó sin misericordia.—Estás siendo muy dura, cuando sabes que también tuviste algo de culpa —expresó con seriedad—. Asumiste por tu cuenta cosas que no eran, Renata, no confiaste en mí lo suficiente como para quedarte y escucharme —la acusó.—¡Vi a una mujer desnuda en tu sala! —gruñó, elevando la voz, pero sin gritar.—Viste a una mujer que nada tenía que ver conmigo, Renata.—Te tomaste tu tiempo para busc
Natalia sabía que ningún “gracias” podía expresar lo que sentía en ese momento; se sentía más que afortunada de tener la aceptación de una gran familia, sobre todo, porque ella era viuda.—No me alcanzará la vida para agradecer todo lo que han hecho por mí y por mis hijas —dijo con la voz ahogada, haciendo un esfuerzo para no echarse a llorar.—No tienes nada que agradecer, Natalia. Todo lo que queremos es la felicidad de Julián y si ha decidido que tú y las niñas lo son, no vamos a oponernos —expresó Wendy con sinceridad.Natalia asintió, porque no creyó posible volver a emitir una sola palabra sin llorar.—¿Cuándo es la boda? —preguntó Laura para aligerar la situación y no dar a las niñas una impresión equivocada.—El fin de semana —confirmó Julián.—No tenemos mucho tiempo y tampoco tenemos mucho espacio en este departamento. Así que, Natalia y las niñas vendrán con nosotros a un hotel, mientras tú y Diego se quedan en el departamento, a mi edad no quiero seguir espantando gatos en