Julián salió de las caballerizas de la hacienda Miramar, muy temprano por la mañana, mientras la luna aún se alzaba en el cielo y las estrellas alumbraban su camino; él se dirigió al sur, donde habían sido vulnerados por los bandidos que se dedicaban a robar el ganado. El último atentado había dejado malherido a su abuelo Andrés, quien por suerte se había recuperado con rapidez, pero el susto aún lo tenía metido en la sangre.
Le reconfortaba saber que uno de aquellos delincuentes yacía muerto y enterrado, pero no se confiaba. Sus cómplices aún seguían en libertad y con seguridad tarde o temprano buscarían venganza por ese asesinato, pero estaría preparado para recibirlos, no volverían a tomarlos desprevenidos de nuevo.
El recuerdo le hizo apretar los dientes, él mismo había salido herido gracias a ese miserable, que había intentado asesinar a Daniel en el primer asalto que sufrió la hacienda Monterreal.
El dolor punzó en su costado, como si hubiese sentido el calor de la bala de nuevo entre sus carnes, era una sensación horrible, pero que apartó mientras seguía cabalgando su destino.
Habían pasado tantas cosas desde entonces.
—Julián —la voz de Álvaro le hizo girarse, no esperó que su capataz lo siguiera a esa hora de la mañana.
—¿Qué haces aquí? —preguntó al verlo tomar su sombrero e inclinar ligeramente el rostro a manera de saludo.
—Solo quería informarte que las cercas al norte de Ojo de Agua fueron violentadas, como si algún tipo de camión las hubiera tirado —dijo el hombre.
—¿Cuándo sucedió? —le cuestionó, halando las riendas del caballo para detenerlo.
—Ayer por la noche, pero no tuve tiempo de avisarte, mi hijo se enfermó y tuve que llevarlo de emergencia a la clínica —se disculpó.
Julián asintió.
—Me haré cargo de investigar lo que pasó con esa cerca, ve al sur y hazte cargo del ganado. Hoy saldrán cien reses a la ciudad, hazte cargo —le ordenó.
Álvaro asintió.
—Te mantendré informado, ¿necesitas que envié hombres contigo? —le preguntó.
Julián negó.
—Me haré cargo de todo y si necesito algo, me comunicaré contigo por el radio —avisó para que estuviera pendiente.
—Así lo haré —aseguró Álvaro antes de encaminarse hacia el sur, a reemplazar a Julián.
Entre tanto, Julián se dirigió al norte, esperaba que este nuevo inconveniente no fuera el inicio de una nueva preocupación.
El vaquero cabalgó con prisa hacia su destino y una hora más tarde se encontró con las huellas de un todoterreno, no se trataba de un camión, lo que significaba que tampoco se trataba de un robo, quizá algún vehículo se había desviado de su camino y había terminado empotrándose contra la cerca. Era una situación poco probable, sin embargo, no imposible. Las curvas de los caminos para quien no las conocieran podía ser traicioneras y peligrosas.
Julián inspeccionó el terreno, evaluó los daños y los materiales que necesitaba para arreglar la cerca y cuando tuvo el dato, se comunicó con Álvaro para que enviara gente al pueblo para comprar los materiales y posteriormente las trajeran al lugar para iniciar con los trabajos.
El reloj marcaba las siete de la mañana, cuando Julián terminó de recorrer el terreno. Contó las cabezas de ganado que se guardaban en el área, confirmando que debió tratarse de algún incidente vial, pues su ganado, estaba completo.
Cuando el sol se alzó en lo alto, el reloj ya marcaba las diez de la mañana, por lo que Julián llevó su caballo al río para darle de beber un poco de agua. El jinete se bajó de su caballo, lo arreó hasta que las patas del animal se humedecieron y él se sentó sobre una de las rocas a la orilla del río, sacó su cantimplora y bebió de un solo trago la mitad de su contenido, mientras limpiaba el sudor de su frente.
Fue en ese momento de relativa paz que escuchó los quejidos provenientes de los arbustos. El cuerpo de Julián se tensó, se levantó de la roca y con paso lento avanzó hacia el arbusto de donde provenía aquellos ruidos que no parecían humanos, pero tampoco podían pertenecer a ningún animal.
Era un sonido lastimero y doloroso.
Julián llevó la mano a su cintura, tomó su pistola y apuntó en dirección de aquellos arbustos que se movían, podía ser el aire o bien, alguien que se escondía entre ellos; el vaquero no podía descartar que se tratara de algún bandido que resultara herido, quizá eso explicara la cerca rota, pero lo que Julián jamás esperó, fue encontrarse con el cuerpo golpeado de una mujer.
Él no podía verle el rostro, pues la maleza lo privaba de esa visión, pero podía ver el cuerpo herido, sangrante. Un escalofrío le recorrió de pies a cabeza, él guardó el arma y se agachó para apartar las ramas que ocultaban el rostro de la muchacha.
Julián contuvo la respiración al encontrarse con la viuda de Ángel Salvatierra. Su primer impulso fue llamar a la hacienda Ojo de Agua; sin embargo, algo se lo impidió, no sabía qué le había pasado, así que lo primero que debería hacer era llamar a la policía para notificarles sobre su descubrimiento.
Eso es lo que tenía que hacer, llamar y dejar que ellos se hicieran cargo de todo. Julián sacó su móvil y marcó el número de la estación policial.
—Ayuda —escuchó el quejido de la mujer, él se tensó—. Por favor —musitó la mujer con dolor.
Julián en un acto de puro impulso, colgó la llamada justo cuando el jefe de la policía le atendió, él corrió hacia su caballo, tomó la cantimplora de agua y volvió junto a Natalia.
—Ayuda —suplicó la muchacha de nuevo, le dolía la mandíbula, el cuerpo, el alma.
Julián se agachó para ayudarla a levantarse, lo que provocó que ella dejara escapar un fuerte y ronco gemido de dolor.
—¿Qué fue lo que te pasó? —preguntó con los dientes apretados, Julián sintió la ira arder en su interior al verla tan golpeada. En su familia le habían enseñado a respetar a las mujeres, a ellas no se les tocaba ni con el pétalo de una rosa, si no era para amarlas.
—Ayúdame —pidió ella sin responder la pregunta de Julián.
—Llamaré a Ojo de Agua, alguien tiene que venir por ti…
—¡No, por favor, no! —suplicó, mientras su cuerpo temblaba de manera violenta—. A ellos no —insistió, mientras rompía en un llanto desgarrador—. Te lo suplico, a ellos no —chilló con angustia y terror.
Por un momento, Julián no supo qué hacer, se quedó quieto, como si fuera una estatua de mármol.
—Por favor, a ellos, no —insistió ante el silencio de Julián.
El vaquero dio un respiro profundo. No tenía idea de lo que había ocurrido con Natalia Salvatierra, pero no podía dejarla a su suerte, tirada como si fuera un animal. Por lo que, la tomó entre sus brazos y le dio un poco de agua, ella bebió como si no hubiese probado una gota de líquido en muchos días, entre gemidos de dolor, terminó el contenido de la cantimplora.
—Tengo que reportarlo a la policía, tienen que castigar a quien te ha hecho esto —dijo Julián, ella negó con dificultad.
—No por favor, ayúdame, te lo suplico —pidió, haciendo muecas de dolor—, pero no llames a las autoridades —suplicó de nuevo.
Julián no estaba de acuerdo con la petición de la mujer; sin embargo, él se debatía entre hacer lo correcto o brindarle la ayuda que ella le estaba pidiendo. Natalia Salvatierra, necesitaba un médico de urgencia.
Contra todos sus buenos principios y las enseñanzas de sus padres, la tomó en brazos y la llevó hasta su caballo, subirla a él fue un verdadero reto, fue casi imposible y subirse él, fue mucho más difícil, la mujer no podía mantenerse en pie.
Con el enojo bullendo en su interior, Julián se dirigió a la choza más cercana y la más alejada de la hacienda y de los senderos que colindaban con las otras haciendas, la llevó hasta el pie de la montaña, no supo exactamente qué fue lo que lo llevó a decidirse por ese lugar, pero allí estaba. Recostando el cuerpo de Natalia sobre el duro y frío catre.
Ella gimió al sentir la paja del colchón rasparle sus heridas…
—Lo siento —se disculpó Julián.
Ella negó.
—Gracias —le susurró.
Julián quería preguntar. Quería saber lo que le había ocurrido o quien le había herido tanto. Él no concebía que alguien fuera capaz de ensañarse tanto con una mujer y ¿Qué razones podía tener?
Un pensamiento atroz se le cruzó por la cabeza, pero negó de inmediato. No podía tratarse de los delincuentes que habían huido, aunque era la única explicación.
«Ellos la habrían matado, no herido», pensó.
—Iré por ayuda, traeré un médico, alguien que te ayude con esas heridas —dijo él, pero la mano de Natalia le impidió alejarse y marcharse.
—No quiero que nadie se entere de esto, Julián, ¿verdad? —preguntó, ella recordaba al muchacho, él había presentado sus respetos el día del entierro de Ángel.
Julián asintió.
—No quiero que nadie sepa lo que ha sucedido —lloró—. No deseó que… —ella no fue capaz de terminar la oración. No quería recordar lo que Efraín Salvatierra le había hecho la noche anterior.
«Te lo advertí, Natalia, te dije que no querrías conocer el lado oscuro de esta familia.»
Las palabras de su cuñado le hicieron temblar, pues fueron las primeras y últimas que escuchó antes de que todo se consumara.
—Soy Veterinario, no médico —le dijo Julián con pena.
—Sabrás qué hacer —le dijo ella, cerrando los ojos, mientras un fuerte dolor le atravesó el bajo vientre, provocando que un grito desgarrador saliera de su garganta antes de que su mundo se convirtiera en oscuridad…
Julián se paseó en las afueras de la choza, luego del grito de Natalia y posterior desmayo, había cabalgado como un loco hacia el pueblo, solo había una persona en la que podía confiar, sabía que no iba a traicionarlo bajo ninguna circunstancia. El vaquero ni siquiera le había explicado a la doctora García nada, simplemente la había sacado de su casa, pues no tenía turno en el hospital y se la había llevado con él.Julián se detuvo al escuchar la puerta de la choza abrirse, elevó la mirada para encontrarse con los ojos cafés de Renata.—¿Cómo está? —preguntó él.Ella dejó escapar un suspiro.—Renata, por favor, dime cómo está —pidió angustiado de que algo malo fuera a sucederle a Natalia, apenas la conocía, pero estaba en sus tierras, en una de sus chozas y sobre su cuerpo llevaba sus huellas…, darse cuenta del error que había cometido, le hizo tragar en seco. Si Natalia moría, él sería el único sospechoso.—Deberías explicarme que fue lo que pasó con ella y como terminó en ese estado
Natalia quería creer que, con la ayuda de Julián Altamirano, tendría una oportunidad para enfrentar a la familia Salvatierra. Sin embargo, no era tan sencillo como él se lo pintaba, ni como ella podía imaginárselo. Primero tenía que esperar a que sus heridas sanaran, y no solamente las físicas, sino también las que llevaba tatuadas en el alma.Ella se mordió el labio, presionó una mano sobre su vientre vacío y lloró en silencio por ese bebé que recién había perdido. El dolor se abrió paso por su corazón. Agradeció el haberse quedado sola, pues sería muy humillante que Julián la viera en ese estado, tan deplorable y vergonzoso.Natalia jamás imaginó la maldad que existía en el corazón de don Hilario y de Efraín. Antes había imaginado que solamente la despreciaban, no que la odiaran hasta el punto de… Apartó los malos recuerdos de su cabeza y trató de serenarse. Julián podía llegar en cualquier momento, y no quería que le hiciera más preguntas. No estaba lista para responderlas todas.M
Natalia gimió bajo y ronco, sacando a Julián de su sueño liviano.—Natalia —la llamó, pero ella tenía los ojos cerrados.—Tengo sed —se forzó a decir.Natalia sentía la garganta seca, la cabeza le daba vueltas, pero se sentía mejor dentro de lo posible.Julián se levantó, se pasó las manos sobre el rostro para espabilar. Se acercó a la mesa y sirvió un vaso con agua, volvió sobre sus pies.—Te ayudaré —se ofreció, dejó el vaso sobre la silla donde había estado sentado y se acercó a Natalia.Ella trató de no estremecerse; no era la primera vez que Julián la alzaba en brazos, pero sí la primera en la que estaba más consciente y la vergüenza la asaltó.—Lo siento —se disculpó Julián al sentirla temblar.Natalia no dijo nada, el nudo en su garganta no se lo permitía.—Bebe —casi sonó a una orden, pero Natalia la atendió—. Tienes que hidratarte —añadió.Aquella noche era la primera que Natalia pasaba sin fiebre; aun así, Julián veló su sueño.—Gracias por estar aquí —le dijo cuando terminó
—¿Casarme? —preguntó Natalia incrédula.Natalia de repente se sintió mareada, si esa era la única solución para recuperar a sus hijas, entonces no había manera de hacerlo. ¿Quién querría casarse con una mujer como ella? No tenía nada que ofrecer, solo era el fantasma de la mujer que un día fue.La angustia, el miedo y la derrota le hicieron sollozar.—¿No existe alguna otra manera? —preguntó Julián, deseando poder tomar a Natalia entre sus brazos y consolarla, pero eso podía no ser bien visto por el abogado, pese a que era su abogado, no quería manchar la imagen de Natalia, dándole ideas que no eran al hombre.—Por el momento no veo ninguna otra posibilidad; la familia Salvatierra moverá todas sus influencias para evitar que la señora obtenga la custodia de sus hijas.Julián asintió, le tendió la mano al hombre para despedirse de él, necesitaba quedarse a solas con Natalia.—Estaré comunicándome con usted y por favor, sea discreto con este asunto. Le estoy confiando la vida de la seño
Julián no se molestó en detener su caballo, era un jinete experimentado, por lo que se lanzó del lomo de su bello ejemplar y corrió como alma que llevaba el diablo hacia la cabaña. Su corazón estaba agitado, sentía que la garganta se le cerraba y el aire empezaba a faltarle, cuando con una patada abrió la puerta y lo siguiente que vio le hizo arder la sangre. Julián se llenó de furia e indignación, ¡el labio de Natalia estaba roto! Una línea de sangre corría por su mentón.La furia se apoderó de él como jamás había sucedido, Julián Altamirano podía presumir de ser un hombre de emociones controladas, pero hoy. Hoy no quedaba nada de ese hombre amante de la paz, hoy era un volcán a punto de entrar en erupción, una fiera que iba a devorar a su presa de pies a cabeza.Cegado por el enojo, Julián arremetió contra el hombre, le lanzó un puñetazo que envió al tipo al suelo, se lanzó sobre él, pero fue recibido por una dura patada en el estómago que le hizo proferir una maldición; pero solo f
«Te hice una promesa»«Voy a cumplirla, así me cueste la vida»«Así me cueste la vida»Natalia intentó apartarse, esas palabras eran las que no deseaba escuchar en labios de Julián, ella no podría aceptarlo.—No lo digas, Julián —pidió.Él se incorporó con cierta dificultad, el dolor que atravesó sus costillas le hizo silbar, aun así, no se detuvo.—Te harás daño —lo regañó Natalia al verlo apretar los dientes.—Escúchame, Natalia. Te hice una promesa y no descansaré hasta que tus hijas estén de nuevo a tu lado, no me importa el peligro al que tenga que exponerme. Voy a enfrentarlo.Natalia dejó escapar un sollozo.—No puedes arriesgar tanto por mí, Julián, no tengo nada que ofrecerte en comparación a esto que haces. Tu vida es importante, tienes una familia que te ama, eres joven, y …—También tienes mucho por vivir, Natalia. Tus hijas te necesitan, no dejes que te asusten, Nat, ya no estás sola. Me tienes a mí.Natalia se liberó de la mano de Julián.—Eres demasiado noble, Julián.—
«Lo intentaremos hoy» Las palabras de Julián se repitieron en la mente de Natalia una y otra vez, estaba nerviosa, pues era consciente del peligro que significaba acercarse a Ojo de Agua. Además, expondría a Julián al peligro; pero ¿Qué opciones tenía? Ella no veía ninguna y esta, aunque era la más arriesgada, era la única manera de conseguir ver a sus hijas, aunque fuese un breve segundo, Natalia necesitaba verlas para saber que su lucha no era en balde y que iba a reunirse con ellas tarde o temprano. Ángela y Estela era todo lo que le quedaba en la vida, todo lo que tenía. —¿Has visto a Julián? —preguntó Wendy, asustando a Natalia. La mujer, sumergida en sus pensamientos, no la sintió llegar. —Lo siento, no quise asustarte —se disculpó, sentándose a su lado. —Estaba distraída —respondió Natalia, mirando a Wendy. —Te pregunté si habías visto a Julián —dijo, luego de varios minutos de silencio entre ellas. —No, luego de que volvimos del pueblo, él se marchó a las caballerizas, n
El hombre miró a la pareja besándose. Sonrió y continuó su camino, mientras Julián estaba más quieto que una estatua de mármol, sus labios quemaron ante el roce de los labios de Natalia; sin embargo, su mente pronto comprendió que era solo una medida desesperada para salvarse de ser descubiertos.—Lo siento —murmuró Natalia al alejarse de él, su rostro quemaba por la vergüenza que estaba experimentando en ese momento.—Vámonos de aquí —le urgió Julián, la tomó de la mano y la llevó hasta donde habían dejado los caballos.Natalia sentía sus mejillas calientes, como si fueran dos brazas, sentía pena, por atreverse a tanto. Tenía miedo que aquella acción alejara a Julián de ella y que desistiera de ayudarla. Ahora que había visto a sus hijas, sentía una necesidad ardiente de tenerlas entre sus brazos y de protegerlas.—Julián —susurró.El cuerpo del vaquero se tensó, no quería hablar, no sabría qué decir. Aquel beso, había sido inesperado, sin embargo, sentía que había dejado huellas sob