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Capítulo 1. Ayuda

Julián salió de las caballerizas de la hacienda Miramar, muy temprano por la mañana, mientras la luna aún se alzaba en el cielo y las estrellas alumbraban su camino; él se dirigió al sur, donde habían sido vulnerados por los bandidos que se dedicaban a robar el ganado. El último atentado había dejado malherido a su abuelo Andrés, quien por suerte se había recuperado con rapidez, pero el susto aún lo tenía metido en la sangre.

Le reconfortaba saber que uno de aquellos delincuentes yacía muerto y enterrado, pero no se confiaba. Sus cómplices aún seguían en libertad y con seguridad tarde o temprano buscarían venganza por ese asesinato, pero estaría preparado para recibirlos, no volverían a tomarlos desprevenidos de nuevo.

El recuerdo le hizo apretar los dientes, él mismo había salido herido gracias a ese miserable, que había intentado asesinar a Daniel en el primer asalto que sufrió la hacienda Monterreal.

El dolor punzó en su costado, como si hubiese sentido el calor de la bala de nuevo entre sus carnes, era una sensación horrible, pero que apartó mientras seguía cabalgando su destino.

Habían pasado tantas cosas desde entonces.

—Julián —la voz de Álvaro le hizo girarse, no esperó que su capataz lo siguiera a esa hora de la mañana.

—¿Qué haces aquí? —preguntó al verlo tomar su sombrero e inclinar ligeramente el rostro a manera de saludo.

—Solo quería informarte que las cercas al norte de Ojo de Agua fueron violentadas, como si algún tipo de camión las hubiera tirado —dijo el hombre.

—¿Cuándo sucedió? —le cuestionó, halando las riendas del caballo para detenerlo.

—Ayer por la noche, pero no tuve tiempo de avisarte, mi hijo se enfermó y tuve que llevarlo de emergencia a la clínica —se disculpó.

Julián asintió.

—Me haré cargo de investigar lo que pasó con esa cerca, ve al sur y hazte cargo del ganado. Hoy saldrán cien reses a la ciudad, hazte cargo —le ordenó.

Álvaro asintió.

—Te mantendré informado, ¿necesitas que envié hombres contigo? —le preguntó.

Julián negó.

—Me haré cargo de todo y si necesito algo, me comunicaré contigo por el radio —avisó para que estuviera pendiente.

—Así lo haré —aseguró Álvaro antes de encaminarse hacia el sur, a reemplazar a Julián.

Entre tanto, Julián se dirigió al norte, esperaba que este nuevo inconveniente no fuera el inicio de una nueva preocupación.

El vaquero cabalgó con prisa hacia su destino y una hora más tarde se encontró con las huellas de un todoterreno, no se trataba de un camión, lo que significaba que tampoco se trataba de un robo, quizá algún vehículo se había desviado de su camino y había terminado empotrándose contra la cerca. Era una situación poco probable, sin embargo, no imposible. Las curvas de los caminos para quien no las conocieran podía ser traicioneras y peligrosas.

Julián inspeccionó el terreno, evaluó los daños y los materiales que necesitaba para arreglar la cerca y cuando tuvo el dato, se comunicó con Álvaro para que enviara gente al pueblo para comprar los materiales y posteriormente las trajeran al lugar para iniciar con los trabajos.

El reloj marcaba las siete de la mañana, cuando Julián terminó de recorrer el terreno. Contó las cabezas de ganado que se guardaban en el área, confirmando que debió tratarse de algún incidente vial, pues su ganado, estaba completo.

 Cuando el sol se alzó en lo alto, el reloj ya marcaba las diez de la mañana, por lo que Julián llevó su caballo al río para darle de beber un poco de agua. El jinete se bajó de su caballo, lo arreó hasta que las patas del animal se humedecieron y él se sentó sobre una de las rocas a la orilla del río, sacó su cantimplora y bebió de un solo trago la mitad de su contenido, mientras limpiaba el sudor de su frente.

Fue en ese momento de relativa paz que escuchó los quejidos provenientes de los arbustos. El cuerpo de Julián se tensó, se levantó de la roca y con paso lento avanzó hacia el arbusto de donde provenía aquellos ruidos que no parecían humanos, pero tampoco podían pertenecer a ningún animal.

Era un sonido lastimero y doloroso.

Julián llevó la mano a su cintura, tomó su pistola y apuntó en dirección de aquellos arbustos que se movían, podía ser el aire o bien, alguien que se escondía entre ellos; el vaquero no podía descartar que se tratara de algún bandido que resultara herido, quizá eso explicara la cerca rota, pero lo que Julián jamás esperó, fue encontrarse con el cuerpo golpeado de una mujer.

Él no podía verle el rostro, pues la maleza lo privaba de esa visión, pero podía ver el cuerpo herido, sangrante. Un escalofrío le recorrió de pies a cabeza, él guardó el arma y se agachó para apartar las ramas que ocultaban el rostro de la muchacha.

Julián contuvo la respiración al encontrarse con la viuda de Ángel Salvatierra. Su primer impulso fue llamar a la hacienda Ojo de Agua; sin embargo, algo se lo impidió, no sabía qué le había pasado, así que lo primero que debería hacer era llamar a la policía para notificarles sobre su descubrimiento.

Eso es lo que tenía que hacer, llamar y dejar que ellos se hicieran cargo de todo. Julián sacó su móvil y marcó el número de la estación policial.

—Ayuda —escuchó el quejido de la mujer, él se tensó—. Por favor —musitó la mujer con dolor.

Julián en un acto de puro impulso, colgó la llamada justo cuando el jefe de la policía le atendió, él corrió hacia su caballo, tomó la cantimplora de agua y volvió junto a Natalia.

—Ayuda —suplicó la muchacha de nuevo, le dolía la mandíbula, el cuerpo, el alma.

Julián se agachó para ayudarla a levantarse, lo que provocó que ella dejara escapar un fuerte y ronco gemido de dolor.

—¿Qué fue lo que te pasó? —preguntó con los dientes apretados, Julián sintió la ira arder en su interior al verla tan golpeada. En su familia le habían enseñado a respetar a las mujeres, a ellas no se les tocaba ni con el pétalo de una rosa, si no era para amarlas.

—Ayúdame —pidió ella sin responder la pregunta de Julián.

—Llamaré a Ojo de Agua, alguien tiene que venir por ti…

—¡No, por favor, no! —suplicó, mientras su cuerpo temblaba de manera violenta—. A ellos no —insistió, mientras rompía en un llanto desgarrador—. Te lo suplico, a ellos no —chilló con angustia y terror.

Por un momento, Julián no supo qué hacer, se quedó quieto, como si fuera una estatua de mármol.

—Por favor, a ellos, no —insistió ante el silencio de Julián.

El vaquero dio un respiro profundo. No tenía idea de lo que había ocurrido con Natalia Salvatierra, pero no podía dejarla a su suerte, tirada como si fuera un animal. Por lo que, la tomó entre sus brazos y le dio un poco de agua, ella bebió como si no hubiese probado una gota de líquido en muchos días, entre gemidos de dolor, terminó el contenido de la cantimplora.

—Tengo que reportarlo a la policía, tienen que castigar a quien te ha hecho esto —dijo Julián, ella negó con dificultad.

—No por favor, ayúdame, te lo suplico —pidió, haciendo muecas de dolor—, pero no llames a las autoridades —suplicó de nuevo.

Julián no estaba de acuerdo con la petición de la mujer; sin embargo, él se debatía entre hacer lo correcto o brindarle la ayuda que ella le estaba pidiendo. Natalia Salvatierra, necesitaba un médico de urgencia.

Contra todos sus buenos principios y las enseñanzas de sus padres, la tomó en brazos y la llevó hasta su caballo, subirla a él fue un verdadero reto, fue casi imposible y subirse él, fue mucho más difícil, la mujer no podía mantenerse en pie.

Con el enojo bullendo en su interior, Julián se dirigió a la choza más cercana y la más alejada de la hacienda y de los senderos que colindaban con las otras haciendas, la llevó hasta el pie de la montaña, no supo exactamente qué fue lo que lo llevó a decidirse por ese lugar, pero allí estaba. Recostando el cuerpo de Natalia sobre el duro y frío catre.

Ella gimió al sentir la paja del colchón rasparle sus heridas…

—Lo siento —se disculpó Julián.

Ella negó.

—Gracias —le susurró.

Julián quería preguntar. Quería saber lo que le había ocurrido o quien le había herido tanto. Él no concebía que alguien fuera capaz de ensañarse tanto con una mujer y ¿Qué razones podía tener?

Un pensamiento atroz se le cruzó por la cabeza, pero negó de inmediato. No podía tratarse de los delincuentes que habían huido, aunque era la única explicación.

«Ellos la habrían matado, no herido», pensó.

—Iré por ayuda, traeré un médico, alguien que te ayude con esas heridas —dijo él, pero la mano de Natalia le impidió alejarse y marcharse.

—No quiero que nadie se entere de esto, Julián, ¿verdad? —preguntó, ella recordaba al muchacho, él había presentado sus respetos el día del entierro de Ángel.

Julián asintió.

—No quiero que nadie sepa lo que ha sucedido —lloró—. No deseó que… —ella no fue capaz de terminar la oración. No quería recordar lo que Efraín Salvatierra le había hecho la noche anterior.

«Te lo advertí, Natalia, te dije que no querrías conocer el lado oscuro de esta familia.»

Las palabras de su cuñado le hicieron temblar, pues fueron las primeras y últimas que escuchó antes de que todo se consumara.

—Soy Veterinario, no médico —le dijo Julián con pena.

—Sabrás qué hacer —le dijo ella, cerrando los ojos, mientras un fuerte dolor le atravesó el bajo vientre, provocando que un grito desgarrador saliera de su garganta antes de que su mundo se convirtiera en oscuridad…

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