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Entré a la oficina saludando a todos, como era costumbre. Mi sonrisa parecía ser pegajosa porque todos me la devolvía, en especial las mujeres.

–Buenos días, Emmet.

 –Linda camisa, Emmet.

 –Qué bien hueles, Emmet.

  Terminaba entrando a saludar a mi jefe con el ego más alto del mundo.

 –Buenos días, señor– le hice entrega de mi último perfil. Lo revisó y chequeó en su computador sin responderme.

  –Emmet, tienes una solicitud nueva de un paciente categoría 8– abrí los ojos sorprendido.

–¿Tan pronto?– arqueó una ceja de inmediato y yo tragué grueso sintiéndome realmente incómodo– Quiero decir… Usualmente tengo uno o dos días entre paciente y paciente, doctor– expliqué y él suspiró hondo.

  Categoría 8. Debía ser alguien en muy mal estado físico, o con una muy buena posición financiera porque era la categoría más alta siendo la 1 la de los pacientes gubernamentales.

–Te pidieron a ti, Emmet– se encogió de hombros y yo no pude más que sentirme halagado porque mis pacientes, o sus familias quienes son de hecho los que me contratan porque ellos terminan bajo tierra o incinerados, me recomienden entre sus contactos.

–Muy bien– acepté sabiendo que la paga sería no sólo buena, sino el triple de lo que tenía en el sobre que guardé en mi uniforme. 

  El doctor Saenz me tendió la carpeta de archivo de el paciente y no dudé en abrirla, sin embargo, me lo impidió.

–Wick– lo miré a los ojos–Esta paciente es sumamente importante, y especial– aseguró y yo no pude más que asentir con seriedad–Te recomiendo discreción y, sobretodo, si aceptas, mucha paciencia. Porque la vas a necesitar.

  Tragué grueso antes de salir. ¿Qué rayos era eso? ¿Acaso esta mujer estaba poseída? El doctor Saenz nunca daba un consejo personal y muchísimo menos a mi que creo que me tiene como rabia.

  Saliendo de la oficina intenté volver a abrir el archivo pero no me fue posible puesto que un par de mis compañeros de trabajo se acercaron a mi para saludarme.

–¿Cómo estás?– preguntó Keila y yo le sonreí. A su lado estaba Paco, su novio, y empleado también de la compañía.

–Hace un rato que no venías– aseguró él y yo bufé.

–Estoy bien, entre trabajo y trabajo no me queda respiro más que para dormir- aseguré y sacudí la carpeta nueva– Ahora tengo una más, categoría 8, y eso que a la señora Blaus la cremaron esta mañana– Keila abrió la boca sorprendida.

–Wow, creí que era eterna– reconoció y yo reí, muchos la habíamos atendido ya.

–¿Categoría 8?– repitió Paco– Debe ser alguien importante– fruncí el ceño.

–Eso creo– abrí el archivo– Es una mujer…. Lía. Lía Clarkson– la parejita abrió los ojos con asombro antes de mirarse entre sí. Intercepté el gesto por lo que no pude evitar preguntar– Su padre me pidió a mí específicamente– dije emocionado– ¿La conocen? –pregunté al ver cierta complicidad entre sus miradas.

–Oh, chico…– murmuró Paco.

–Creí que esa perra ya había muerto– murmuró Keila con rencor y yo no pude más que sentirme la tercera pata de un chiste que no entendía. Ella pareció apiadarse de mi ignorancia e iluminarme un poco– Lía es una abogada de renombre que se ha encargado toda su carrera de salvar a estrellas famosas de la cárcel enriqueciendo sus propios bolsillos– explicó con enojo.

Yo, honestamente, no vi nada de malo. Por lo que encogí mis hombros.

–Así que usó sus conocimientos para generar dinero, como la mayoría de personas exitosas en el mundo– resumí y Paco intervino.

–No, no, tú no la conoces, Emmet– afirmó con seriedad– Trabajé para ella, el año pasado. Apenas duré dos semanas– levantó dos de sus dedos asegurando el hecho con sus ojos muy abiertos.

–¿Y tan malo fue?

–¿Malo? ¡Casi me envenena!–aseguró y yo abrí los ojos asombrado.

–¿Llamaste a la policía?– pregunté de inmediato y Keila bufó.

–No ingerí nada así que no tenía pruebas.

–¿Y cómo sabías que quería envenenarte?

–¡Porque me lo dijo!–aseguró ofuscado.

–De nada habría servido– afirmó Keila–Tiene buenos contactos.

–¿En la policía?¿Pero si no acaban de decirme que se la pasa sacando a criminales en libertad? Eso no sería una buena amistad para ningún policía– aseguré sin entender el por qué sus opiniones a la vez se contradecían– No lo sé, chicos, no quiero juzgar. Voy a atender a la señora Lía Clarkson como lo haría con cualquier otro cliente, y si no llega a fallecer en mi turno pues- me encogí de hombros– Al menos la trataré con respeto.

  –Qué va, te escapaste de un cuento, principito– se burló Keila mirándome con pena.

  Paco cubrió sus hombros con un brazo.

–Va, nos cuentas como te va con esa perra bruja– dijo burlón y se alejaron de mí. 

  No les di demasiada importancia y caminando al cafetín mi celular sonó. 

–Hola, mamá– la saludé mientras abría una puerta de vidrio.

–Emmet, ¿Por qué no llamas a tu madre?– sonreí contra el aparato– Si no te llamo no sé nada sobre ti.

–Si no te llamo es porque estoy trabajando, ma– le recordé con tranquilidad escogiendo una mesa vacía al azar de las muchas que abundaban– ¿Cómo te trata Mae?

–Oh, Mae es la misma tonta de siempre. Sí, hablo de ti– escuché a mi tía regañarla desde el fondo. Eso me recordaba a casa, por extraño que suene– No trabajas veinticuatro horas al día, Emmet, eso no es excusa.

–Lo sé, lo lamento– si no cedía no dejaría el tema– ¿Y los  medicamentos?

–Ay, Emmet, eres mi hijo, no mi doctor– se quejó y suspiré. Sonaba demasiado enérgica. Creo que llamaré a Mae más tarde para saber si los está tomando cómo es.– El martes tu tía y yo iremos a una cena especial.

–¿Ah sí?– dije mientras daba un mordisco a mi sándwich de banana y maní.

–Sí, una estupidez en la iglesia a la que nos invitaron.

–¡Por Dios, Ester!- escuché a mi tía y no pude evitar carcajearme. La gente me miró extraño y di un largo trago a mi té helado.

–Bueno, el asunto es que tú también estás invitado– mi diversión se detuvo.

–Oh, me encantaría, mamá, pero tengo un nuevo paciente y… Será veinticuatro horas al día– dije sonriente con mi buena idea. La escuché reprochar y me recordó a una niña pequeña.

–Soy más importante que tu trabajo, niño– dijo con reproche y sonreí un poco sin contenerme.

–Lo sé, ma, lo sé. Oye, diviértete muchísimo, ¿Eh? – le pedí

–¡¿Y cómo?! – preguntó con consternación y no resistí al carcajearme.

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