Estaba tocando el piano, me ayudaba a relajarme cuando me aturdía por el estrés de el recuerdo de mi situación actual que no cambiaría más que a peor.
Sentí pasos en la habitación, sin embargo, no me detuve. Nadie era lo suficientemente importante como para hacerme salir de la burbuja en la que yo misma me introducía.
Toqué por varios minutos perdida en el dolor de las teclas. Era liberador porque podía recordar mi vida en retrospectiva. De hecho, era la única forma en la que podía recordar mi vida. En cualquier momento moriría.
Por fin había sido aprobada la ley en el país en donde vivo. El único que faltaba realmente, pero aquí estaba y no tenía planeado mudarme, tampoco era demasiado fácil.
Mis padres no estaban demasiado de acuerdo con la idea. Ellos no sufren lo que yo sufro, ellos no tienen mi padecimiento. Ninguno de los dos tiene que verse a diario inútil y atenida a otras personas.
Y aunque las pastillas me ayudan bastante a controlar los tenues dolores de cabeza que más que hacerme daño, me recuerdan que ahí dentro hay algo creciendo poco a poco, sufro más por mi personalidad aislada y controladora, tempestuosa y petulante, que por otra cosa.
Antes no era así, era amable, dulce, sonriente. Ahora no recuerdo la última vez que sonreí.
Ya nadie quería acercarse a mí y yo estaba bien con eso, ¿Saben? Tampoco quería que me vieran postrada en una silla de ruedas porque simplemente algo pasa en mi cabeza que no me permite conectar con mis piernas las órdenes de mi cerebro para que se muevan.
Cuando terminé la canción mi corazón estaba muy agitado. Di un suave brinco cuando sentí una mano grande y tibia en mi hombro.
–Lía– era papá. Suspiré y volví a mi expresión de hielo.
–¿Qué?
–El asistente viene en camino– tragué grueso.
–¿Cuál vendrá esta vez? Porque estoy segura que hay más de uno que amaría matarme con sus propias manos– dije con una pequeña sonrisa en los labios. Papá se puso en mi campo de visión con una clara expresión de reproche.
–Es uno nuevo, Lía. Ningún otro quiso atenderte– no pude evitar reírme, eso era simplemente divertido– Me alegra que te diviertas con los sustos de muerte que le das a esa pobre gente, ¿Es que tus padres te criamos para que seas tan cruel?
–No soy cruel, papá. Soy una moribunda– le recordé.
Se cruzó de brazos pero parecía más una forma de darse aliento a sí mismo. Yo y mi bocota, cómo siempre arruinándolo todo, pero era lo que quedaba para que mis papás comprendieran que no duraría para siempre a su lado, y mejor que me odiaran a que lloraran por mí sufriendo porque me extrañan, o así quería yo engañarme, ni siquiera sé qué está bien y qué no.
–¿Cual es el nombre de este fulano asistente de asesino?– pregunté rodando con ayuda de mis manos.
–Se dice “Asistente de suicidio”, deberías saberlo, eres tú la que los contactaste hace tiempo o ¿No te acuerdas?– preguntó con molestia, caminé detrás de él fuera de el salón de música– Se llama Emmet Wick y te diré una cosa, Lía– se giró y me detuve en mitad de el pasillo de pisos de madera pulida arqueando una ceja.
–¿Si?– dije de forma condescendiente.
–Si de verdad quieres hacer esto dejarás de ser una imbécil con esa gente y te comportarás como la mujer madura que eres delante de el señor Wick.
–Vaya, no sabía que estabas tan ansioso por mi muerte– admití y blanqueó los ojos.
–Pequeña tonta, lo digo porque ningún otro empleado de la única empresa que tiene permitido este tipo de… barbaridades, quiere trabajar contigo, Lía–dijo con dureza y no me quedó más remedio que aceptar.
Con un sonoro suspiro exagerado por supuesto.
–Perfecto, papá. Seré buena con el chico para que no se le quiten las ganas de matarme– sonreí con inocencia y él blanqueó los ojos.
–Eres tan idiota– murmuró alejándome, eso me divirtió. Hacía mucho tiempo que era mi mayor entretenimiento: Sacar a otros de quicio.
Bufé alejandome de el banquillo de el piano, quitó de mi cualquier gana de hacer algo productivo. Subiendo en mi silla me dediqué a acercarme al jardín. Cualquiera pensaría que iría a relajar un poco la mente, después de todo, era el lugar más verde en toda la enorme casa. Pero no, no era necesariamente por el tranquilo paisaje sino más bien por mi cajetilla de cigarrillos escondida bajo el pie de la figura de yeso de un ángel que parecía estar bailando mientras sostenía un arpa diminuta.
Miré a ambos lados, nadie parecía estar extrañandome, qué cosa más rara, ¿No?
Saqué el encendedor de plata cuadrado y viejo que tenía todo el tiempo en mi bolsillo y llevando aquel trozo de delicioso cielo a mi boca encendí el fuego que me hacía cerrar los ojos y suspirar. La verdad es que el primer jalón a un cigarro después de tiempo sin fumar se sentía bastante similar a una caricia íntima allá abajo.
Vi el humo disiparse y por alguna razón me quedé viendo al cielo. Me sentí tan minúscula en ese momento, tan vacía, tan falta de espíritu o energía. Por mucho que fingiera estar bien, la verdad es que ni el doctor lo sabía. Se suponía que la depresión y los pensamientos suicidas eran normales a juzgar por la cantidad de estrés que sentía. Pero también se suponía que eso solo hacía más mal que bien. Es decir, me estoy muriendo por donde mire. En cualquier momento los cuervos se acercarán a mi por lo mucho que apesto y se me prohibirá viajar al patio por mis cigarrillos. Sentí mis mejillas húmedas y murmuré una maldición. Llorando de nuevo, Lía, me regañé a mí misma, qué decepción, pensé mientras fumaba un poco más y sentía mi mano temblar sin control. Eso sólo hizo que me quebrara y dejara al llanto correr.
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-EMMET-
–Gracias– dije al chofer de la unidad de transporte de MedAdvance quien me dejó frente a la casa de mi nueva paciente. Lía Clarckson. La casa era enorme y hermosa, se veía que se necesitaba un ejército para mantenerla aseada y eso sólo me daba a pensar lo poderosa que debía de ser la mujer. Pero no juzgaba a mis pacientes, ni para bien, ni para mal. Si algo quería era ayudar, sentirme útil y que al final sus almas pudieran descansar dando un poco a su vez de tranquilidad a la mía al saber que logre el cometido que alguien más no.
Un hombre bastante elegante salió a recibirme seguido de una mujer de servicio algo mayor. Me acerqué a ellos con una sonrisa que ambos imitaron. Me gusta ser quien pusiera esa chispa en los ambientes en los que carecía la felicidad. A veces sin duda era la mejor medicina, traer un poco de alegría al alma y vivir en lugar de sobrevivir.
-Señor Clarkson- le saludé y levantó la mano. Sin dudarlo la tomé para estrecharla, tenía un agarre firme y eso sólo denotaba confianza.
-Señor Wick, le agradezco muchísimo por estar aquí- dijo sonando sincero. Asentí enderezandome- Crisálida- señaló a la mujer a su lado- Llevará sus maletas a la habitación que utilizará durante su estadía. Acompañeme, quiero que hablemos antes de presentarle a Lía.
-Claro, señor- dije siguiéndolo y maravillandome con disimulo de la infraestructura y además de el exquisito gusto de decoración de aquella mansión.
–Mi hija… - el señor Clarkson no parecía saber por dónde empezar y eso me hizo pensar en lo poco que sabía de la señorita Clarkson, no era mucho realmente. Esperé con calma a que ordenara sus pensamientos y pudiera transmitirlos a su modo. Si algo había moldeado en mi oficio era la paciencia- Lía no es un monstruo- me miró a los ojos– Se lo digo porque imagino que es lo que se comenta entre sus compañeros de trabajo.Abrí la boca para refutar aquello aunque siendo sincero no lograba salir de mi asombro por su aclaración.-Señor, yo no juzgo a mis pacientes por lo que mis compañeros de oficio prediquen de sus personalidades- dije con firmeza y el hombre que me miró por unos segundos antes de asentir cortamente pareció creerme. Sería bueno que lo hiciera porque no era más que una realidad.-Pues bien, lo creas o no, mi hija sí que tiene un carácter de mierda y eso es lo que nos ha traído a todos hasta aquí- respiró hondo antes de desvíar la mirada de mí.-Oí que su condición se debía a
-LÍA-En pocas palabras estaba furiosa, no, esa palabra ni siquiera era suficiente para el fuego que sentía se acrecentaba en mi pecho. ¿Quién carajos se creía ese tonto caribonito? ¿Es que en ese sitio no había ningún empleado de verdad?¿O al menos un mudo? ¡Sí! Alguien sin habla seguramente me caería bien, o cualquiera que no me tratara como una niña pequeña como lo hacía ese tal… Wick. Con frustración miré a la ventana. Emmet Wick, debía aprenderme ese nombre de porquería que me haría los últimos días infernales. O eso creía él.–Parece que es un buen chico– Lancé una mirada de advertencia a Crisálida quien entraba con mantas limpias en sus manos.–¿En serio se quedará aquí? –pregunté con fastidio– ¿Es que no había alguno más insufrible?–No había algún otro que quisiera cuidar de ti– dijo con voz tranquila aquella mujer que me conocía desde niña. Disimulé una carcajada con un poco de tos y me gané una mirada de la canosa mujer llena de reproche– Lía, estás siendo una malcriada, hi
-EMMET-Escuché gritos del señor Clarkson desde la parte superior de la vivienda, miré con vergüenza a Crisálida mientras revolvía mi cabello con un poco de desesperación. –La paciencia es la fortaleza del débil y la impaciencia, la debilidad del fuerte– dijo la mujer con sabiduría y una voz calmada que hizo que le mirara con curiosidad mientras sus palabras se repetían en mi cabeza. Ella me miraba mientras el piso superior quedaba en un completo silencio. ¿Habría acabado la discusión? – Lía es muy fuerte– esas tres palabras le dieron algo de claridad a sus confusas palabras.–Ella no es fuerte, es como un toro– soltó una risilla ante mi comentario.–Siempre ha sido testaruda y decidida– comentó la mujer que parecía recordar aquellos tiempos con cariño– Era estudiosa, divertida y muy alegre. Siempre me hacía bromas, juro que parte de mis canas las sacó ella con sus travesuras– respiró hondo– …Y luego llegó el tumor.Miré al suelo, reconocía la nostalgia en la mirada de una persona qu
-LÍA-El corazón de Emmet bombeaba junto al costado de mi cuerpo, una vez más. De nuevo no sé por qué me preocupa eso. Me senté en la butaca junto a los escalones mientras lo veía subir por la silla de ruedas y me pregunté por qué se me hacía tan difícil disculparme con él. Lo debí hacer en la habitación y, cómo la cobarde que soy, me negué a mi misma la oportunidad de parecer… ¿Débil? ¿Es eso? ¿O es más bien “humana” la palabra correcta?Abrió la silla frente a mí e hice un esfuerzo por mi cuenta para sentarme sola, la mueca de una sonrisa se dibujó en su rostro pero no lo miraba de frente sino de reojo y alzando la barbilla me alejé de él. Ese hombre tenía algo que me perturbaba y luego de haberme acercado durante tanto tiempo a gente mala, era bastante extraño que eso ocurriese conmigo.En la mesa había tres platos servidos y humeantes, me abstuve de hacer ningún comentario de esos que salen por mis poros, curiosamente no tenía demasiados problemas con compartir una comida junto a
–EMMET-–Quiero dormir– dijo cortante y reprimí una sonrisa.–Está bien– decidí seguirle la corriente porque, después de todo, no me pagaban para charlar con ella. Aunque tampoco es que hiciera falta eso, me entretenía mucho con ella a decir verdad.30 días transcurrieron y mi convivencia con ella era más que entretenida. Nunca sabes con lo que saldrá Lía y empiezo a cuestionarme cuánto me gusta trabajar con esta mujer.Me permitía leer sus libros a mediados de tarde mientras ella se distraía con lo mismo, la realidad era que leía un par de hojas y empezaba a moverse de forma ansiosa por todo la planta baja. Me hacía el tonto, el que no me daba cuenta, pero podía presentir que su mente no lograba concentrarse demasiado en las hojas, la comprendía, nadie en su posición debía vivir sus días sin estres y preocupación. Crisálida me dejó el sobre de pago junto al plato sobre la mesa a la hora de desayunar, el peso en mi mano era curioso. Tragué grueso contando un par de veces, la cantidad
-9--LÍA-Debo admitir que nunca esperé sentirme nerviosa, pero sí, ahí estaba, sosteniéndome como una anciana de la andadera porque buscaba algo para usar en mi armario, aprovechando que Emmet y Crisálida jugaban a los jardineros y tenía completa visualización del par instalado en el patio, decidí juntar mis fuerzas y, para suerte divina, las piernas decidieron responder un poco a los llamados desesperados que le hacía. Ahora hacía muecas, observando con nostalgia la ropa que antes utilizaba. Los trajes que llevaba a juicios, las faldas tubo que utilizaba en mis clases universitarias en donde instruía a personas de mi edad, mayores y menores, y estos me observaban con atención. Los vestidos casuales hacían que los ojos se me llenaran de lágrimas, anhelando aquellas veces en las que podía darme el gusto de asistir a una fiesta, algún evento, apertura o inauguración de locales fabulosos y bailar con algo de ayuda del deshinibidor número uno: el alcohol. Mordí mi lengua, furiosa conmigo
-LÍA-Molesta, ansiosa, ofendida, triste, yo…Yo quizás debería dejar de sentirme cómo víctima y admitir, sólo un poco, que es muy probable que, con mi actitud, haya ofendido a Emmet.“–Bien, Lía, perfecto. Por mi sigue hundiéndote en tu nube de autocompasión hasta ahogarte”Un vacío en el fondo de mi pecho se hizo aún más grande al recordar su voz herida. Yo lo había causado.Soy una orgullosa, y ese orgullo no me permitió esperar fuera de su habitación hasta que saliera para disculparme por mi actitud, para explicarle por qué me encontraba tan frustrada, lo mucho que me dolía no tener las fuerzas necesarias para valerme por mi cuenta, el cómo jugaba con mi psiquis mi propio cuerpo que se negaba a pertenecerme, que bien podía mantenerme sobre mis piernas unos minutos u horas antes de que estas decidieran por su cuenta. ¿Cómo le explicas a alguien que toda su vida ha visto colores lo horrible y oscuro de la mórbida negrura que incluye la ceguera? ¿Cómo le hago sentir lo que llevo por
–Es difícil, ella… Ella está muy dañada. –fruncí el ceño y aclaré mis palabras antes de que Paco hablara– No hablo de su físico, me refiero a su mente, Lía se odia tanto que es agotador hacerle entender que vale mucho más de lo que piensa. –Eso es porque Lía se ha preparado durante mucho tiempo para morir, Emmet. ¿Recuerdas lo que te llevó hasta ella? ¿Recuerdas que está en proceso la decisión de acabar o no con su vida de una forma respetuosa e indolora? –Paco hablaba con tranquilidad mientras daba una que otra fumada a su cigarrillo apestoso– Va a ser una tarea muy difícil que la saques de ese pozo de miseria y, por mucho que cueste aceptarlo, tú solo no puedes, amigo. Si es que ni sus padres han podido durante todo este tiempo. Hice una mueca, estaba de acuerdo. Era una tarea muy difícil para una sola persona, sobre todo si quien debía ser salvado se negaba a salvarse. –¿Qué es lo que puedo hacer? –expusé mi gran interrogante en voz alta. Paco pisó la coleta de aquel cigarrillo q