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DIEGO

El silencio de la casa es raro. Mientra cocino, empiezo a arrepentirme de no haber traído a Maggie conmigo. Joder. He sido un imbécil, para variar. No tengo de lo que quejarme si por sus atques de celos va a tener arrebatos sexuales como anoche.

Ya lo tengo todo listo para cuando llegan: la cena recién terminada y la mesa puesta. Parece una noche cualquiera de las de antes, una de esas en las que a mi abuela le costaba horrores que yo pusiera la mesa y al final lo hacía para que ella no se esforzara de más. Después llegaba Maggie con su familia, como lo hacen hoy, sonriéndo y llenando la casa de vida, y parece que nada ha cambiado... Salvo que falta una silla, y que he hecho cena de más, y que de alguna forma u otra soy yo el que necesita volver a sentirse como en casa.

—Uno del trabajo me ha conseguido dos entradas para el partido de baloncesto del fin de semana. ¿Quieres venir? —Sé que me habla a mi, pero mi mente no está en la mesa.

—Claro —le respondo sin más.

El padre de Ma
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