MAGGIECuando Vera se marcha, yo me paso toda la noche llorando. Soy una dramática. He hecho que Diego abandone su noche de tíos para traerme helado y hacerme compañía. Estaba sólo con Nate en su apartamento, así que entre medio de mis dramas he lloriqueado por desperdiciarle su noche con el único amigo bueno que tiene.—De haberlo sabido te habría permitido vivir aquí conmigo cuando se te pasase la llorera —me dice, sin dejar de acurrucarme contra su pecho—. Los amigos de instituto no suelen ser los definitivos, conocerás gente nueva.Lo conozco a él, y a su panda de amigos con la que espero no juntarme en los próximos años. Sé que han empezado a reclamarle a Diego que lleve casi todo el verano sin aparecer por el campus. Hemos estado liados, supongo. Mis cosas llevan un par de semanas en esta casa, tengo muchas más que no quiero traer porque sigo sintiendo en cireta medida que estoy invadiendo su espacio. Se nos da bien, creo, esto de estar juntos. Quiero buscar un trabajo para no t
MAGGIEPara cuando salgo de mi última clase, Diego está apoyado al final de la escalinata de mi facultad, fumando y esperándome tal y como me ha prometido esta mañana. Un par de chicas de mi clase pasan cerca suya, veo como cuchichean y lo miran, y las entiendo.—¿Qué tal el primer día, novata? —Me engancha el brazo a los hombros y me besa—. ¿A que era mejor quedarnos en la cama?Lo empujo un poco, pero sólo sonríe.—Ha estado guay.—No sé si llamaría "guay" a tener que seguir estudiando otros tantos años. —Tira el cigarro al suelo, yo lo pisoteo con mi zapatilla—. Voy a ir al bar un rato con Nate y el resto, ¿te importa coger el autobús para ir a casa de tu padre y te recojo después?Me alegra que no me invite. Lo último que quiero es que sus amigos me acojan en el grupo y tener que aguantarlos más de lo que me gustaría que es entre cero y nada.—Vale... Además, así aprovecho el viaje para llamar a mi madre.Asiente, como si mi respuesta le pareciera más que lógica, y me da un beso r
MAGGIE—No me va a matar por quedarme aquí, ¿verdad? —bromea Troy, mientras echa un vistazo alrededor. Se ríe de su propia broma—. Así que este es el tipo de fiestas que te gustan... No está mal.—Es la primera fiesta del curso, esto está a reventar. La fraternidad está abarrotada, el suelo pegajoso por la mezcla de alzohol derramado y pasos borrachos, y la música lo suficientemente alta para que me vibre el cuerpo. No quiero acaparar a Troy, ha venido con sus amigos y yo debería buscar a Diego, aunque sé dónde voy a encontrarlo y no quiero arruinarme la noche de esa manera.Un par de sus amistades acaparan la cocina y le revuelven el pelo. Me encuentro riéndome por su cara de niño enfurruñado.—¿Es tu noviecita? —le estruja uno de ellos—. Pero si el pequeño Troy se relaciona con mujeres.La broma me arranca una sonrisa, porque Troy parece el tipo de chico que se relacciona con muchas mujeres. Guapo, divertido, sonrisa encantadora, ¿qué más quiere?—Es una amiga, idiota. —Sacándose a
Hoy es uno de esos días en los que los recuerdos parecen aferrarse a cada rincón de la casa, como si quisieran recordarnos que el pasado nunca se va del todo.Los pasillos de nuestra casa han sido testigos de tantos momentos, pero hoy tienen un aire diferente. La llegada de Diego ha cambiado la atmósfera, convirtiendo cada rincón en un escenario de silencio incómodo. No puedo evitar sentir que la casa está conteniendo la respiración, esperando algo que ninguno de nosotros puede definir.Lo veo sentado en el borde de la cama de la habitación de invitados (que supongo que ahora es su habitación desde que mis padres lo dejaron instalarse allí la semana pasada). Lo veo encorvado, clavándose los codos en las rodillas y jugueteando con un anillo de oro pesado entre sus dedos: El anillo de su abuela. Una de esas reliquias destinada a pasar de generación en generación.Levanto la mano y golpeo la puerta con los nudillos. Él levanta la mirada y me sigo sorprendiendo por la frialdad que siempre
—Está diluviando, Maggie, ¿por qué no le dices a Diego que te lleve a clase hoy? Y a ver si así...Sé lo que quiere mi madre porque es lo que todos queremos: que Diego vuelva a ser Diego.—Se lo diré, pero no me cuesta coger el autobús.Ella me lanza una mirada de soslayo, una mezcla entre preocupación y cansancio. Siento la presión, aunque también sé que obligarlo a interactuar conmigo no va a cambiar las cosas de la noche a la mañana. Mi madre me pasa una taza de café para que se la suba y de paso mequita el pelo, rubio como el de ella, de la cara. El gesto es tan automático que no puedo evitar sonreír.—Deberías hablarle más. No es bueno que esté tanto tiempo solo —dice mi madre.Subo las escaleras con pasos pesados, como si estuviera arrastrando una tonelada de incomodidad conmigo. Cuando llego a la puerta de su habitación, dudo un segundo antes de llamar. Esto es muy raro. Las cosas antes no eran así.—¿Diego? —llamo, y como no contesta aporreo con más fuerza—. Diego, Diego, Dieg
Estar en casa me sofoca, y más cuando parece que todos intentamos volver a la normalidad sin mucho éxito. No voy a decir que Diego es un intruso en casa, pero hay algo a lo que todavía nadie se acostumbra del hecho. Hablar con él sigue siendo una misión imposible. Se va temprano a la universidad, a veces me lleva a clase y otras, cuando golpeo en su puerta, él ya se ha marchado; y llega tarde a casa, casi cuando anochece.Por eso hoy, viernes, cuando Vera me ha ofrecido comer en su casa después del instituto y arreglarnos juntas para la fiesta, he aceptado sin dudar. El simple hecho de salir y respirar aire fuera de las paredes que me han estado apretando durante semanas es un alivio.En cuanto entro en su casa, me recibe el sonido de la música y el aroma de alguna comida exótica que su madre probablemente ha sacado de un libro de recetas que colecciona desde que la conozco. Lleva el delantal manchado de harina y nos agita una espátula de madera con entusiasmo.—¡Hola chicas! —nos sal
Mentiría si dijera que, de algún modo, no me siento como en una nube. Besar a Diego ha sido inesperado, repentino, puede que una completa y total locura...—¡Eh! —Vera me sacude la mano con tantas ganas delante de la cara que casi me golpea—. ¡Estas ida!Parpadeo y me inclino lo justo como si fuera un secreto a voces. Aún tengo que creérmelo.—He besado a Diego. O nos hemos besado, no sé.—¿Qué? —me agarra del brazo y se queda ojiplática —¿¡Cuándo!? ¿Dónde? ¡Cuéntamelo todo, por favor!Su entusiasmo me hace reír. Siempre ha sido así, más entusiasta de las historias ajenas que de las suyas propias. Me muerdo el labio, todavía saboreando los rastros del momento, y trato de ordenar las palabras.—Hace un rato, en el patio —murmuro.Vera me mira fijamente, y por un segundo parece a punto de explotar de emoción. La cabeza de Patty se despega del chico universitario y también sonríe con amplitud.—¿Que te has enrollado con Diego? —suelta una carcajada que resuena por encima de la música, mi
El silencio del pasillo es casi asfixiante cuando me lo encuentro. Ni siquiera escucho el sonido de mis pasos. Sólo lo veo a él, con esa expresión de distancia que cada vez me resulta más desconcertante. ¿Cómo es posible que alguien tan cercano, que he conocido durante toda mi vida, se sienta tan lejano ahora? Intercambianos miradas y cada uno sigue su camino.Sé que ha vuelto un poco a su rutina de ir a la universidad y salir con sus amigos, cosa que alegra a mi madre. Ver que Diego vuelve un poco a su rutina da esperanza a que todo este calvario termine pronto. Mis padres podrán volver a discutir a gritos, Diego volverá a ser bromista, y mi normalidad me dejará estudiar en paz.Hasta entonces, yo camino al autobús por las mañanas hundida en mi abrigo, con un paraguas enano que mi madre insiste que coja, y rezando porque la nube negra que se cierne sobre la ciudad no rompa a llover antes de que llegue a la parada. Pero todo está en mi contra últimamente: Diego y nuestro beso, el que