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—No… me siento… —musitó Alaia, antes de tambalearse.

Nolan apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando ella se desplomó en sus brazos, su cuerpo quedó flácido y pesado. El pánico lo golpeó de inmediato al sentir lo débiles que estaban sus pulsaciones.

La alzó con delicadeza, sosteniéndola cerca, mientras gritaba a los guardias que llamaran una ambulancia.

Su mente iba a mil por hora mientras la veía inconsciente, cada segundo era una eternidad. ¿Cómo había permitido que esto pasara?

Se sentía impotente, incapaz de borrar el sufrimiento que Alaia había soportado.

—Aguanta, Alaia. Por favor, aguanta —murmuró desesperadamente, sin saber si ella podía oírlo.

Cuando llegaron los paramédicos, Nolan casi no podía despegarse de ella. Se sentía como si dejarla fuera sinónimo de perderla de nuevo.

Subió a la ambulancia con ella, aferrándose a la idea de que todo estaría bien, aunque su corazón le gritara lo contrario.

Horas después, Nolan permanecía de pie, mirando la puerta de la sala de emerge
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