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Alaia se quedó helada por un momento, como si las palabras de Nolan hubieran detenido el tiempo. La confesión que siempre había querido escuchar se sentía ahora como una trampa, un ancla que la retenía en un lugar donde no podía permitirse estar.

No podía mirarlo. No después de lo que había dicho, después de todo lo que estaba en juego.

—No puedes amarme —susurró, casi en un tono desesperado—. No después de todo lo que he hecho, lo que pienso hacer.

Nolan no se movió. Su mirada permanecía fija en ella, decidido, aunque podía ver la lucha interna en los ojos de Alaia.

Sabía que ella no estaba huyendo por falta de sentimientos. Lo estaba haciendo por miedo.

—Lo que sienta por ti no va a desaparecer solo porque no lo aceptes —dijo en voz baja, pero firme—. No voy a dejar que eso sea una excusa para seguir alejándome de ti. Si me odias por eso, entonces odiaré yo también ese sentimiento, pero no voy a negarlo.

Alaia sintió que una lágrima se deslizaba por su mejilla antes de que pudiera
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