Nolan observaba la escena con una mezcla de incredulidad y furia contenida. Liam permanecía en silencio a su lado, incapaz de articular palabra. Durante unos minutos, no hizo más que mirarla, aturdido por la revelación. La mujer que tenía enfrente no era la misma chica rubia e inocente de antaño, la que él creía haber conocido.Incapaz de soportar el silencio prolongado de su hermano, Nolan decidió tomar control de la situación. Sus ojos fulminaban a Alaia mientras avanzaba un paso hacia ella.—No voy a permitir que te lleves a mi sobrino —dijo con firmeza. Luego, se volvió hacia uno de los guardias—. Llévense a Logan.Alaia, con el rostro pálido, intentó interponerse, desesperada.—¡No, por favor, no se lo lleven! —gritó, luchando por impedir que el guardia se llevara a Logan, pero fue inútil. El niño, entre lágrimas y sollozos, extendió sus brazos hacia su madre.—¡Mamá! —lloraba, con los ojos llenos de pánico. Alaia sintió que su corazón se rompía en mil pedazos al verlo desapar
Nolan llegó a su consultorio con la respiración agitada y los ojos encendidos de ira. Apenas cruzó la puerta, la azotó con tal fuerza que el eco resonó por todo el lugar. Su cuerpo vibraba de frustración contenida. Sin pensarlo, arrasó con todo lo que había sobre su escritorio de un solo movimiento: los papeles, la computadora, y los instrumentos cayeron al suelo en un estruendo metálico. Luego, llevó ambas manos a su cabeza y jaló de su cabello con desesperación, como si eso pudiera arrancar la tormenta de pensamientos que lo carcomía por dentro.Su asistente, alarmada por el ruido, entró tímidamente al consultorio, con los ojos muy abiertos de preocupación.—¿Doctor Nolan? —preguntó, su voz temblorosa—. ¿Está todo bien? ¿Necesita algo?Nolan la miró, su rostro era una máscara de furia contenida. Apenas podía contenerse, las palabras salían cargadas de veneno.—Vuelve a tus asuntos —le espetó con frialdad—. Déjame solo.La asistente vaciló un segundo, como si quisiera decir algo más
Agnes permanecía inmóvil, con el corazón martillándole en el pecho al darse cuenta de que Liam la había descubierto. Apretó los labios, sintiendo cómo el miedo le recorría la espina dorsal, pero decidió actuar rápido. —No sé de qué estás hablando —dijo, fingiendo inocencia con una sonrisa forzada—. Lo que me gustaría saber es qué hace Alaia aquí, en mi casa. Liam frunció el ceño, su mandíbula estaba marcada por la rabia contenida. —Esta es mi casa, Agnes —le espetó, alzando la voz—. Y meto a quien me da la gana. —¿Cómo te atreves a hablarme así? —Agnes dio un paso al frente, alzando la barbilla con desafío—. Soy tu esposa, la luna de esta manada, y merezco respeto. Una carcajada seca resonó en el salón, llena de desdén. Liam la miró con frialdad, sus ojos destellaban con una furia silenciosa. —Exiges respeto cuando ni siquiera sabes lo que significa —replicó él, con cada palabra goteando desprecio—. Ya no voy a caer en tus mentiras ni en tus manipulaciones, Agnes. Se acabó. D
Alaia llegó corriendo al hospital. Apenas sentía su respiración por lo rápida que había corrido. El corazón le latía con fuerza en el pecho, impulsado tanto por el esfuerzo como por la ansiedad que sentía. Todo lo que podía pensar era en Nolan. ¿Estaría consciente? ¿Había pasado lo peor o lo peor estaba por llegar?Entró al área de urgencias, jadeando por el esfuerzo y el miedo. Un médico se le acercó rápidamente, informándole la situación.—Está en estado crítico —dijo con un tono frío y profesional—. Hubo un paro respiratorio, pero estamos haciendo todo lo posible por estabilizarlo.Las palabras parecían eco, rebotando en su mente mientras intentaba procesarlas. “Estado crítico.” “Paro respiratorio.” Sintió un nudo en la garganta, apretando sus manos hasta que los nudillos se le pusieron blancos. La idea de perderlo la asfixiaba. Un torbellino de recuerdos inundó su mente: los días que pasaron juntos, las conversaciones que nunca terminaron, la tensión que siempre había entre el
La habitación del hospital estaba en penumbras, iluminada solo por la luz tenue que se filtraba desde el pasillo. Nolan yacía en la cama, pálido pero firme, con los ojos cerrados mientras escuchaba el bullicio de quienes le rodeaban. Alaia se mantenía a su lado, negándose a apartarse de él. Liam, apoyado contra la pared, observaba con el ceño fruncido la interacción entre ellos sin decir nada, pero la incomodidad en su postura era palpable. —Todos, fuera —dijo Nolan con voz ronca, abriendo los ojos—. Necesito descansar. Alaia frunció el ceño y dio un paso hacia él, preocupada. —No pienso irme —le replicó—. Volveré a visitarte. No voy a dejarte solo en esto. Nolan suspiró, pero no la miró directamente. Sabía que Alaia no se daría por vencida fácilmente, pero estaba cansado, física y emocionalmente. —No hace falta, Alaia. Puedes irte —respondió con voz tensa—. No tienes que hacer esto. Ella cruzó los brazos, mirándolo desafiante. —Deja de ser testarudo, Nolan. —Su voz sonó firme
Alaia se quedó mirando a Liam, pero sus palabras parecían haber perdido todo peso. Su mente, como un eco lejano, solo repetía un nombre: Nolan. La culpa y la desesperación que veía en los ojos de Liam no la afectaban. Sentía el vacío entre ellos, un abismo que nunca podría cruzar, sin importar cuánto él lo deseara. Sus pensamientos volvían una y otra vez a Nolan, a ese hombre que había sido todo lo contrario a Liam. Honesto, valiente… confiable.Liam dio un paso hacia ella con sus ojos suplicantes, como si con su proximidad pudiera borrar los daños.—Alaia, sé que hice las cosas mal… —murmuró, con una voz que apenas era un susurro—. No fui capaz de protegerte, de cuidar lo que teníamos. Pero, por favor… déjame demostrar que puedo ser mejor.Años atrás, esas mismas palabras habrían removido cada fibra de su ser, habrían encendido la esperanza de una vida juntos, de un futuro en el que todo lo que había sufrido valiera la pena. Pero ahora, lo único que sentía era una creciente frialda
Liam entró al hospital con el corazón acelerado. Las paredes blancas y el olor a desinfectante parecían empeorar el nudo en su estómago. Mientras caminaba por el pasillo hacia la habitación de Nolan, no podía dejar de pensar en Alaia y en cómo todo se estaba desmoronando. Había venido a decirle a Nolan lo que iba a hacer, pero no estaba seguro de cómo reaccionaría él. Cuando llegó a la puerta de la habitación de Nolan, respiró profundamente antes de golpear suavemente. La puerta estaba entreabierta, y desde el umbral pudo ver a Nolan en la cama, su piel estaba pálida bajo las luces fluorescentes. Su hermano gemelo ahora estaba reducido a una sombra de lo que había sido, se veía frágil, pero aún así mantenía una expresión firme y decidida. Sus ojos, hundidos por la enfermedad, se entrecerraron al notar la presencia de Liam. —¿Qué haces aquí? —preguntó Nolan, con tono brusco y tenso. Liam se acercó y se sentó en la silla junto a la cama, sin desviar la mirada de su rostro dem
Liam estaba en pie, tenso, mientras escudriñaba la oscuridad fuera de la casa. La inquietud crecía dentro de él, y su instinto le decía que algo no andaba bien. No podía ignorar lo que había visto: esa sombra moviéndose rápida y furtivamente cerca de la ventana. Con un movimiento rápido, llamó a uno de los guardias de la manada que vigilaba cerca de la entrada.—Reúne a los hombres y peinen el área —ordenó Liam, manteniendo la voz baja pero firme—. No quiero que quede un solo rincón sin revisar. Hay alguien acechando.El guardia asintió y rápidamente se fue a cumplir la orden. Liam, por su parte, salió al porche y recorrió los alrededores de la casa con la vista, tratando de detectar cualquier movimiento o sonido que delatara la presencia de intrusos. Dentro, la tensión era palpable. Liam sentía el peso de la responsabilidad no solo sobre él, sino también sobre sus hijos, que dormían inocentes en el piso de arriba. Aún no podía sacudirse la sensación de peligro que flotaba en el air