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La habitación del hospital estaba en penumbras, iluminada solo por la luz tenue que se filtraba desde el pasillo. Nolan yacía en la cama, pálido pero firme, con los ojos cerrados mientras escuchaba el bullicio de quienes le rodeaban.

Alaia se mantenía a su lado, negándose a apartarse de él. Liam, apoyado contra la pared, observaba con el ceño fruncido la interacción entre ellos sin decir nada, pero la incomodidad en su postura era palpable.

—Todos, fuera —dijo Nolan con voz ronca, abriendo los ojos—. Necesito descansar.

Alaia frunció el ceño y dio un paso hacia él, preocupada.

—No pienso irme —le replicó—. Volveré a visitarte. No voy a dejarte solo en esto.

Nolan suspiró, pero no la miró directamente. Sabía que Alaia no se daría por vencida fácilmente, pero estaba cansado, física y emocionalmente.

—No hace falta, Alaia. Puedes irte —respondió con voz tensa—. No tienes que hacer esto.

Ella cruzó los brazos, mirándolo desafiante.

—Deja de ser testarudo, Nolan. —Su voz sonó firme
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