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Lucía llegó a la casa con paso firme. Hacía años que no veía a aquel hombre, pero sabía que no tendría más opción.

Tocó la puerta y, al abrirse, se encontró con los ojos oscuros de él, quien la escaneó de arriba a abajo con una mirada apreciativa.

—Vaya, tan preciosa como siempre —saludó con una sonrisa ladeada.

Lucía sonrió, sus labios se curvaron con una seducción calculada mientras se acercaba a él, acortando la distancia entre ambos.

—Necesito también un favor —dijo con la voz baja, pero clara—. Tu fórmula infalible, Ragnar.

El hombre levantó una ceja, con un atisbo de reluctancia en su semblante.

—¿Y qué gano yo con eso? —replicó, claramente no dispuesto a ceder sin algo a cambio.

Ella no perdió más tiempo. Se acercó aún más, lo tomó por el cuello y lo besó con urgencia. Sus manos recorrieron su pecho mientras le desabrochaba la camisa y lo empujaba hacia la cama.

En cuestión de segundos, ambos estaban desnudos. Lucía lo montó sin vacilación, moviéndose sobre él con una energía
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