36

Alaia despertó lentamente, su mente estaba envuelta en una neblina densa y confusa.

Parpadeó varias veces, intentando ubicarse. El dolor de cabeza punzante que la asaltó cuando trató de moverse la obligó a llevarse una mano a la frente.

Cuando bajó la mirada, se dio cuenta de algo que la hizo detener su respiración: estaba usando una camisa... de hombre.

Su corazón comenzó a latir aceleradamente mientras intentaba recordar cómo había llegado allí. El miedo y la incertidumbre la invadieron al pensar que pudo haber pasado la noche con un desconocido.

Antes de que su mente pudiera desbordarse en pánico, la puerta de la habitación se abrió suavemente. Nolan apareció en el umbral, con una expresión grave pero serena.

—¿Qué... qué está pasando? —preguntó Alaia con voz tensa—. ¿Por qué estoy en esta cama? ¿Estoy… en tu casa?

Nolan se acercó lentamente con las manos en los bolsillos, tratando de proyectar calma.

—Tuviste una noche difícil —explicó, con voz baja y controlada—. Te sentiste m
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