En la casa del Alfa, el ambiente estaba cargado de tensión. —No puede ser, Nolan —Liam caminaba de un lado a otro en su despacho, su voz tensa—. ¿Estás seguro de que fue Lucía? ¡Es la mejor amiga de mi esposa! Nolan no desvió la mirada. Sabía que su hermano tenía que escucharlo, aunque fuera difícil de creer. —Liam, las pruebas son claras —respondió con serenidad—. Encontramos cabello y fluidos en la casa de Ragnar que la implican directamente. Además, hay una posibilidad de que esté involucrada en su asesinato. Liam se detuvo en seco. El aire en la habitación pareció congelarse ante la gravedad de las palabras de su hermano. Sabía que Nolan no era de lanzar acusaciones sin fundamento, pero, ¿Lucía? Era algo imposible de procesar. —Quiero ver las pruebas —dijo Liam, sus ojos oscuros fijos en los de Nolan—. ¿Estás absolutamente seguro? —Si no confías en mi palabra, puedes revisar tú mismo las muestras. Están en el laboratorio —contestó Nolan sin titubear—. Pero te digo que lo que
Nolan estaba de pie con los brazos cruzados sobre el pecho, observando a Alaia con dureza. Ella dio un paso hacia atrás, y su mente luchó por encontrar una respuesta. Su pulso retumbaba en sus oídos y su lengua parecía haberse vuelto de plomo. ¿Qué podía decirle? No había ninguna justificación válida para lo que había hecho. Finalmente, tras titubear un par de veces, levantó la vista para encontrar los ojos fríos de Nolan. —Yo… vi tu historial médico —admitió en voz baja, casi como si quisiera que las palabras se desvanecieran en el aire. El rostro de Nolan se endureció aún más, si es que eso era posible. Su tono se volvió seco, cortante. —¿Y por qué estás revisando mi historial médico? No eres mi médica de cabecera ni tienes autoridad para hacerlo —sus palabras cayeron como cuchillos, afilados y llenos de reproche. Alaia mordió su labio inferior, sintiendo la presión creciente en su pecho. Decidió que la única salida era decirle la verdad, aunque sabía que no aliviaría la situa
La tensión en el aire era palpable entre Nolan y Liam. El resentimiento que se había acumulado durante años finalmente estaba a punto de estallar.Liam, con el ceño fruncido, fue el primero en romper el silencio.—No andes diciendo eso, Nolan, y menos en un sitio público —dijo con tono de advertencia.—¿Qué te preocupa tanto, Liam? ¿Tienes miedo de que la verdad salga a la luz? —preguntó Nolan con una chispa de burla en su tono, sus brazos estaban cruzados en una postura desafiante.Liam apretó la mandíbula, conteniendo su ira. —Es mi reputación… y la de Alaia la que está en juego —habló entre dientes—. Los rumores estúpidos pueden destruirlo todo. No hay nada entre nosotros, y lo sabes.—No te creo ni una palabra —se inclinó un poco hacia él—. Siempre has tenido esa habilidad para mentir sin pestañear.El rostro de Liam se contrajo de rabia. —¡No estoy mintiendo! —le gritó, su voz resonaba en el pasillo—. ¡Tu obsesión por Alaia ha escalado demasiado como para que inventes algo así
Durante una visita, Agnes, con su implacable calma, notó algo diferente en Lucía. Cuando ella intentó hablar sobre sus miedos a las consecuencias legales, Agnes no le prestó atención. En cambio, la miró con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.—Espero que no estés pensando en hacer algo estúpido, Lucía —dijo suavemente, pero con un tono amenazante.Lucía sintió un escalofrío, pero intentó mantener la calma.—No, solo estoy preocupada…Agnes no respondió, pero ya había trazado un plan. Sabía que Lucía era un riesgo. Rosa, una prisionera de aspecto fiero, se convirtió en su instrumento y empezó a intimidar a Lucía cada vez que podía. Un día Rosa la golpeó sin previo aviso, dejándola sangrando. Cuando Lucía intentó reclamar a los guardias, estos la ignoraron.Luego la emboscó en la ducha y la amenazó con un cuchillo. Lucía intentó defenderse, pero Rosa era más fuerte.—Agnes te manda saludos —dijo, antes de darle el golpe final.El cuerpo de Lucía fue encontrado horas después y los g
Alaia se apresuró a rectificar, con voz temblorosa.—Me confundí… Quise decir que nunca vi un árbol de secoya antes —intentó arreglarlo, pero sabía que ya era demasiado tarde.Nolan la miró fijamente, con ojos llenos de sospecha.—Las mentiras tienen las patas cortas, Alaia. Y tú hace rato que no sabes mentir —dijo con frialdad.La tensión entre ellos alcanzó un punto álgido. De repente Nolan se levantó del banco y llamó a su sobrino.—Nos vamos, Logan. Despídete —ordenó, ignorando las protestas del niño y de Sally, quienes seguían jugando sin prestar atención al conflicto de los adultos.—Espera, Nolan —rogó Alaia, poniéndose de pie rápidamente y hablando en voz baja—. Logan… no he compartido mucho con él últimamente. Deberíamos quedarnos un poco más, por favor.Nolan se quedó inmóvil por un momento, mirando a un punto lejano en el parque, sin responder de inmediato. Alaia lo miraba con ansiedad creciente, temiendo lo que iba a decir.Finalmente habló, su voz estaba cargada de resent
La noche era oscura, apenas iluminada por la pálida luz de la luna llena que se asomaba entre las nubes. Los árboles en el bosque denso ondeaban con el viento, y las sombras parecían alargarse y retorcerse como si las mismas tinieblas quisieran atraparla. El silencio era roto únicamente por el sonido de su respiración entrecortada y el suave sollozo del bebé que sostenía entre sus brazos. Ella corría, el sudor le perlaba la frente y su cuerpo temblaba por el agotamiento. La criatura en sus brazos apenas tenía unas horas de vida, y cada vez que el bebé lloraba, su corazón latía más rápido, temiendo que el sonido atrajera a quienes la buscaban. —No... no puedo parar —se dijo a sí misma entre jadeos. Sus palabras eran apenas un susurro, pero le servían como mantra, una promesa que se hacía a sí misma y al pequeño ser que apretaba contra su pecho—. Debo protegerte... debo…No podía ceder. Sabía que si la encontraban, no mostrarían piedad.Sus pies descalzos se clavaban en las ramas ca
Cuando Alaia abrió los ojos, el mundo a su alrededor había cambiado por completo. Ya no estaba en el bosque, ni sentía el frío del suelo bajo su cuerpo. En cambio, se encontraba sobre una cama algo rudimentaria, cubierta por mantas pesadas y desgastadas. La luz del sol se filtraba suavemente a través de las ventanas de una pequeña cabaña de madera. A su lado, el bebé dormía tranquilamente en una cuna improvisada.—Estás despierta —dijo una voz grave y ronca desde la esquina de la habitación.Ella giró la cabeza lentamente, sintiendo el peso de su cuerpo como si fuera nuevo para ella. Un anciano de aspecto frágil se acercó. Su cabello blanco y desordenado y la piel curtida por los años le daban un aire de sabiduría innegable.—Te encontré en el camino hacia la ciudad… apenas con vida —se arrodilló a su lado y le tomó la mano con una suavidad que contrastaba con sus ásperas manos de trabajador—. Soy Darius. El veneno que te dieron casi acaba contigo, te di un antídoto justo a tiempo.
Con el paso de los días, Darius comenzó a enseñarle todo lo que sabía. El anciano no solo era un médico, sino también un sabio conocedor de antiguas artes curativas. Bajo su tutela, Alaia aprendió a preparar hierbas, a mezclar ungüentos, y a sanar heridas graves. Su habilidad para comunicarse sin palabras se volvió su mayor fortaleza y aprendió a observar, a interpretar señales, a usar sus manos para transmitir todo lo que necesitaba decir.—Tienes un don para esto —le dijo Darius un día mientras ambos trabajaban en la cabaña, preparando una medicina para una herida infectada—. A veces, el silencio nos enseña más que las palabras. Es en ese vacío donde encontramos la verdadera comprensión.Ella asintió, agradecida por su sabiduría, aunque dentro de su corazón aún cargaba con el peso del dolor. Los días pasaban y cada noche, mientras acunaba a su bebé en los brazos, sus pensamientos volvían a los hombres que la habían envenenado. No podía olvidar el frío en sus ojos, la manera en q