4- Secretos

La música y las risas del salón se desvanecieron lentamente detrás de nosotros a medida que Joseph cerraba la puerta de la biblioteca. El sonido del cerrojo resonó como un eco ominoso en el aire, y en un instante, me encontré atrapada en un espacio que parecía diseñado para guardar secretos.

Joseph estaba cerca, muy cerca, su presencia era intensa y apremiante. Lo miré fijamente, sintiendo que mi corazón latía con fuerza en mi pecho. A pesar de los suaves destellos de felicidad que brotaban del banquete en el salón, una sensación de inquietud me envolvía, como un oscuro manto que no podía sacudirme.

“Priscila,” comenzó, con esa voz que era música y veneno al mismo tiempo. “Sé quién eres. Sé que no eres Lucía.”

Mi respiración se detuvo por un breve momento, mis palabras se atascaban en la garganta como espinas. “¿Qué… qué quieres decir?” me atreví a preguntar, aunque en el fondo sabía que Joseph no bromeaba. La revelación me helaba la sangre, un escalofrío recorrió mi cuerpo.

Él dio un paso adelante, un destello de malicia pasando por sus ojos oscuros. “Tu hermana ha estado fuera del cuadro durante bastante tiempo. No es tu rival, Priscila. Eres tú quien realmente quiero.”

El aire se volvió pesado con su confesión. Mi mente se debatía entre la incredulidad y el horror. “¿Estás diciendo que…? ¿Que has estado detrás de todo esto?

Mis palabras se desvanecieron en el aire, y una mezcla de desconfianza y temor se apoderó de mí. Joseph sonrió de una manera que me hizo sentir expuesta, como si cada rincón de mi ser estuviera al descubierto ante él. Su presencia era una mezcla de seducción y peligro, una combinación que me hacía dudar de mis propios instintos.

“Lo que pasó con Lucía… ¿fue tú?” balbuceé, incapaz de manejar la realidad que se desplegaba ante mí. “¿Eres el responsable de su muerte?”

Joseph se acercó, su mirada inquietante fija en mis ojos. “No, Priscila. No soy el monstruo que crees. Lucía era… complicada. Pero tú, tú tienes algo especial. Siempre lo has tenido.”

Un escalofrío recorrió mi espalda al recordar la advertencia de mi hermana. “¡Cállate! ¡No hables de ella!” grité, la desesperación envolvía mis palabras. “Tú no sabes nada de lo que realmente éramos las dos. ¿Cómo puedes decir eso?”

Su risa resonó en la habitación, un sonido que vibraba en mis huesos. “Lucia a tu lado era una sombra. Pero me di cuenta de que tu luz era más brillante. Desde el primer momento que te vi, supe que eras tú quien realmente deseaba.”

“No soy un objeto de deseo para ti, Joseph. Soy la hermana gemela de Lucía, y jamás te permitiré jugar con mi vida así.” Mis palabras eran un eco de la determinación que había comenzado a brotar dentro de mí. Pero algo en su mirada, un destello de locura, me hacía temer lo que podría suceder si continuaba desafiándolo.

“Lo que ocurrió con Lucía fue un accidente, un desafortunado giro del destino,” dijo, acercándose aún más. “Ella nunca fue capaz de ver lo que realmente estábamos destinados a ser. Pero tú… tú sí. Conocemos el verdadero amor.”

“¿Verdadero amor?” repetí, sintiendo que la rabia comenzaba a burbujear en mis venas. “¿El amor que mató a mi hermana? ¡Tú no eres más que un monstruo!”

La tensión entre nosotros se hacía palpable, cada palabra que intercambiábamos era como un choque de electricidad. Una parte de mí quería retroceder, escapar de esta revelación aterradora, mientras que mi otra mitad deseaba entender lo que estaba sucediendo. Pero no podía permitir que mis emociones se interpusieran.

“Priscila…” volví a escuchar su voz penetrante, ahora suavizada, casi melódica. “Eres hermosa. Eres fuerte. Sé que puedes ser la mujer que realmente deseo. Sé que tú serás mi luna"

"Tu luna ¿De qué hablas?" Pregunté sintiendo que sus palabras escondían un secreto aterrador.

La intensidad de su mirada me confundió. “Joseph, si tienes algún respeto por Lucía, aléjate de mí.” La advertencia, aunque seria, sonaba débil frente a su creciente presencia.

En un giro inesperado, él se adelantó y, con un movimiento rápido, apresó mis muñecas entre sus manos. “Priscila, no puedes pelear contra esto. No puedes correr de tu verdadero destino,” dijo, su voz casi un susurro al oído. El roce de su aliento me llenó de escalofríos.

Mi corazón latía desbocado; el miedo se mezclaba con una adrenalina desconocida. ¿Estaba sintiendo algo? La cercanía de su cuerpo, su fragancia masculina, me mantenía paralizada. Por un momento fugaz, caí en la trampa de su encanto. Pero rápidamente, la feroz lealtad a mi hermana retornó como una ola poderosa. “¡Eres un psicópata!” grité, forzando mis muñecas para liberarme de su agarre.

La mirada de Joseph se volvió sombría, como si un rayo oscuro hubiera atravesado su rostro atractivo. “No comprendes lo que he sacrificado para estar aquí. No entiendes nada.” Su voz se tornó amenazante, pero no iba a darme por vencida.

“¿Sacrificado? ¿La vida de Lucía?” mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no iba a llorar por su juego. “No voy a ser parte de esto, Joseph. Vas a pagar por lo que hiciste.”

“Lucia y tú… son dos mitades de un todo,” dijo, su voz llena de una convincción irreductible, mientras parecía dar un paso hacia mí. “Debes aceptar la verdad de quiénes son ustedes dos. "Ahora ella está cerca de ti, más cerca que nunca, en tu alma. Y tú finalmente puedes estar conmigo" dijo él.

Por unos segundos, la habitación pareció girar a nuestro alrededor, y en aquel instante, el tumulto de emociones se intensificó. Aunque quería luchar, también quería huir. Sin embargo, antes de que pudiera articular una respuesta más, él se inclinó y presionó sus labios contra los míos.

Su beso era cálido y posesivo, despertando en mí una mezcla de deseo y repulsión. El mundo se detuvo y el tiempo se escurrió entre mis dedos. Pero no podía permitirme ceder a esta confusión. Me sentía seducida incluso arrastrada a la pasión de responder a sus labios, y por un momento olvidé que era el asesino de mi hermana, y abrí mi boca dejando entrar a su lengua voraz.

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