La nota anónima

Narra Chloe Wheeler

Si antes sentía que mi alma se desmoronaba, en esos momentos lo que me inundaba era algo mucho más oscuro y siniestro.

Lo describía como… una tórrida amalgama de miedo y asco.

Eso que Nate me había hecho durante la noche no tenía nombre más que “crimen”. Decir lo ultrajada que me sentía no era suficiente para describir la inmundicia que ese monstruo pudo infligir sobre la mujer a la que decía amar, a la que supuestamente llevaría al altar.

Cuando abrí los ojos esa mañana, la luz que se filtraba a través de las cortinas color crema de mi destrozada habitación me hizo querer pegar un grito de angustia.

Mi cuerpo comenzó a reaccionar de a poco, pero me costaba controlarlo. Mis piernas estaban entumecidas y la entrepierna me ardía demasiado. Un martilleo insoportable en la cabeza me impedía pensar y recordar con claridad.

Mi mente daba pequeños flashazos y me hacía recordar que ese pañuelo que el hombre me puso en el rostro, seguramente tenía una sustancia que me dejó a su total merced; sin embargo, yo estaba medio consciente y m*****a sea, las imágenes eran borrosas pero allí estaban.

Recordaba el sonido de la pesada respiración, de unas manos gruesas, ásperas y repugnantes moviéndose por toda mi piel para despojarme de mis ropas, del dolor punzante cuando seguramente mi cuerpo era ultrajado de maneras que me es imposible siquiera describir en mi mente.

Y allí al fondo, vestido de ropas tan oscuras como su alma y con una especie de má… allí lo ví a él, a Nate ¿Acaso creía que no lo iba a reconocer? ¿O que mi cuerpo era tan débil como para estar totalmente fuera de mis facultades mentales? ¡Claro que lo reconocí y al maldito brillo de su celular mientras grababa todo.

De tan solo tener esos vagos recuerdos, el asco me envolvía el estómago, tanto que tuve que armarme de coraje para levantarme. Esa humillación estaba incrustada en cada tramo de piel, en cada poro ¡Era la sensación más nauseabunda de mi jodida existencia!

Cuando al fin logré ponerme de pie, me di cuenta de que carecía de una sola prenda de vestir, lel frío me invadió y mis piernas temblaban. Me derrumbé al ver los escombros que antes había sido mi morada, de lo que una vez fue la vida de una mujer.

Mi ropa, mis pertenencias, todo lo que yo poseía estaba esparcido en el suelo hecho añicos, como si al mal nacido no le hubiera bastado con destruirme físicamente.

Como pude caminé hasta la ducha sintiendo como si mis pies fueran dos pesados yunques de hierro. Al llegar al cuarto de baño me hinqué para vomitar y luego me dirigía a la ducha, con mis manos temblorosas la encendí y el agua no caía lo suficientemente rápido como para quitar esa sensación de suciedad que parecía engullir toda mi existencia.

Me enjaboné con fuerza, con rabia y frustración a tal punto de que varias partes de mi piel quedaron lastimadas, pero aun así no sentía que fuera suficiente.

«¿Debería llamar a mi familia para decirles toda mi desgracia? No… hace mucho que mi contacto con ellos es nula», realmente no me sentía digna de pedir auxilio a ellos. O no quería involucrarlos, jalarlos hacia mi abismo de sufrimiento».

Salí del baño y busqué entre lo que quedaba de mi ropa, me vestí con lo que pude, no tenía cabeza para pensar en nada más. Al estar ya vestida busqué mi teléfono de línea, lo ví cortado con tijeras y apreté los labios.

Cada nuevo descubrimiento era una herida más que se abría en mi alma, pero con las fuerzas que aun me quedaban salí de mi apartamento y lo primero que vi fueron las cámaras rotas, no solo la de mi puerta, sino todas las del pasillo estaban igual de destrozadas.

Estaba claro que Nate había pensado en todo.

Mi furia comenzó a surgir desde mis entrañas con un toque del veneno que ya casi se había disipado con mi cambio de vida.

Sin pensar más, tomé mis llaves y salí disparada de allí. Iba directo a la estación de policía para poner fin a ese infierno. No me importaba ya lo que Nate pensara o planeara, no me iba a quedar de brazos cruzados.

Al llegar a la estación de policía ya estaba demasiado agotada, débil, tanto que apenas podía mantenerme en pie. Todo me temblaba, mis manos estaban heladas y mi cabello enmarañado porque no tuve tiempo de pensar en arreglarlo.

Al instante los policías me recibieron, pero no de la manera que esperé, ni siquiera me miraron con detenimiento, como si fuera una persona sin necesidades.

Me hicieron esperar y por lo menos tuvieron un poco de humanidad y me ofrecieron agua para tomar, pero sus miradas… sus actitudes eran una indiferencia que calaba hasta el más duro de los huesos.

Después de la larga espera, comenzaron a hacerme preguntas, pero parecía que no tenían la más mínima intención de ayudarme realmente, podía sentirlo.

En cuanto les mostré las fotos de mi apartamento destrozado y de las cámaras rotas, me dijeron que abrirían un caso con éxito… en el siguiente mes.

¿Era en serio? Tenía que ser una jodida broma.

Sentía como la sangre hervía en mis vena. Esa fue la gota que derramó el vaso…

—¿Saben qué? ¡No se molesten, son unos incompetentes! —grité sin siquiera pensarlo— ¿Y saben otra cosa? ¡No los necesito para nada! ¡Váyanse al demonio!

Ellos me miraron como si yo fuera el problema y si seguía insultándolos o exigiéndoles, sabía que terminaría arrestada y eso no lo iba a permitir, era otro el que merecía la cárcel. Así que me dí la vuelta y salí de allí como una fiera fúrica.

No se cómo pero llegué al trabajo, tarde y en un estado que ni siquiera podría describir bien, pero estaba desconcentrada, con la mente echa pedazos.

Mis compañeras más cercanas me miraban con preocupación.

—Chloe… ¿te pasa algo malo?

—No te ves bien, chica ¡Estás pálida!

—No tengo nada, solo me desvelé —Como siempre contesté con respuestas vagas.

La realidad era otra, tanto así que no podía redactar ni siquiera un simple informe. Incluso Dorian, mi jefe, el maldito primo de Nate, fue incapaz de comprender qué me pasaba. Me regañó por la llegada tarde, como si yo nunca hubiera cumplido a cabalidad por diez años.

Y quizá sí lo era en ese momento, pero no le iba a contar a nadie lo que me había sucedido, lo guardaría para mí.

Justo antes de salir de la empresa, cuando ya no podía esperar más para escapar de la oficina, encontré una nota en mi gaveta en letras impresas, sin firma…

“Esto es lo que pasa a las cualquieras, por vestirse provocativas ¿Lo ves? Te dije que tenía sus consecuencias llevarme la contraria”.

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