Vendida
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Por: JesleyV.Chacon
Prólogo

New York, temporada de invierno. "La noche de las tragedias".

TYLER

Camino sin rumbo alguno, tambaleando, mi alma grita por dentro mientras siento mis manos húmedas por su sangre. Estoy vacío, desolado, quiero devolver el tiempo a cuando era solo un niño, quiero regresar a los momentos donde era  feliz, inocente y no sabía lo que en realidad significaba estar vivo.

Sin embargo me sentía como uno, me sentía como un niño asustado, vulnerable. No tenía a donde ir, no sabía a dónde ir, quería tan solo perderme entre la oscuridad y no volver a salir a la luz, simplemente no volver.

Supongo que de eso se trata la condena al crecer. Todos tenemos que enfrentar nuestras propias batallas, aunque sean una jodida m****a. Debo decir que las mías no han sido nada fáciles, lo estoy corroborando ahora, justo en este momento donde toda mi vida se va por la borda.

En la vida debemos pagar con creces el simple hecho de respirar, así es vivir. Si tu destino en la tierra no es vivir en una mansión, con una familia feliz y sin preocupaciones, créeme que nada será pan comido.

Escucho pasos, volteo prevenido tomando el arma que tenía guardada en mi bolsillo, y es ahí cuando empiezo a perder el aire, tengo una crisis de nervios, quiero huir de lo que escucho y no puedo ver.

Los pasos se hacen más fuertes y cercanos, estoy a punto de disparar a cualquier lugar de este callejón oscuro hasta que veo una sombra.

Rápidamente me escondo detrás de un bote de basura, veo la silueta más cerca, su respiración agitada resuena, por un momento pensé que era yo escuchando mi propio corazón latir, pero al ver que cae al suelo impactando me doy cuenta de lo contrario.

—¡No! ¡Maldición!— grita aquella voz masculina tratando de levantarse momentos después.

Miro a mi alrededor notando dos sombras acercarse, no pude distinguir nada por lo oscuro del lugar, pero la situación no pintaba nada bien, bueno, antes de eso tampoco. Por un momento olvidé que estaba manchado de sangre ajena. M*****a noche.

—No te mataremos hoy, imbécil— dice otra voz masculina mientras sostiene lo que al parecer es un arma —El jefe te da dos días para que vuelvas con su dinero o pienses la propuesta, de lo contrario, lo que te acabamos de hacer, será el doble, y no saldrás vivo— avisó.

Vi cómo las dos siluetas se alejaban hasta perderse en la neblina espesa que sin darme cuenta yacía desde hace un rato. Pronto escuché quejidos de parte del hombre en el suelo, trataba de levantarse, pero no podía.

Pensé en aprovechar ese momento y escapar.

Con cautela salí intentando no ser escuchado, pero unos vidrios rotos me delataron al pisarlos con mi bota.

—¿Quién eres?— dijo, me detuve en seco sin girar, tragué saliva—¿Otra vez ustedes?, váyanse al diablo— no respondí, seguía como una estatua —¿Hey?

Tragué saliva, era el momento de decidir, ¿hablar, callar, huir? El silencio que se formaba era espeso, no podía encontrar una salida, ya que su voz provenía de la salida del callejón. Estaba jodido, acorralado.

—No te interesa saber quién soy— me atreví a decir.

Unos momentos de silencio se hicieron presentes, comencé a sentir gotas de sudor frías bajar por mi frente pálida. Sostenía el arma con fuerza.

—Lo único que sé de ti, es que debes estar igual de jodido que yo, para rondar por aquí a estas horas— dijo él con una leve tembladera de voz.

Mantuve mi silencio por unos minutos, noté que comenzó a levantarse con dificultad, lo logró después de varios intentos, pronto recupero firmeza, se notó de mi estatura, quizá un poco más, no lo sabía.

—Ten cuidado— advertí al escuchar un paso.

Pronto pude verle del pecho hacía abajo, tenía un traje negro, la luz de la luna se coló entre la oscuridad.

—Eso te lo digo yo a ti— río por lo bajo —Creo que me apuntas, y eso que no he echo nada para merecerlo— dijo mientras limpiaba sus rodillas, no tenía un arma, no pude ver su rostro gracias a lo rápido que recuperó la compostura.

—¿Piensas hacer algo?— pregunté forzando mi vista para mirarle a la cara aún sin éxito, era como hablar con una sombra.

—No me has dado una razón válida para hacerlo, a pesar de que me amenaces sigilosamente— respondió con firmeza.

Era el segundo llamado al apuntarle, decidí arriesgarme y bajé el arma. Pero aún la sostenía.

—¿Te doy un consejo?— preguntó.

Asentí con la cabeza como si me viera, o quizá si lo hacía, no lo sé, estaba muy nervioso.

—Nunca bajes la guardia ante un desconocido por un par de palabras— comprobé que él si me veía —Yo no soy un sicario, pero si lo fuera no estarías vivo ahora— Apreté fuerte el arma —Se nota que es la primera vez que vives esto.

Tenía razón. Y si, era la primera de muchas.

A mi mente volvió la misma escena de hace unos minutos, mordí mi labio conteniendo las lágrimas que amenazaban por salir.

—Acabo de matar a mi hermano— confesé, ardió mi pecho, me inundó nuevamente la ansiedad.

Debía controlarme, ya no había vuelta atrás, ya no habría felicidad, ni pequeños momentos buenos, ya no habría el calor de madre, ni un beso de buenas noches, ya no habría un te quiero, ni un abrazo, ya no habría nada, ya no hay nada.

Estoy en la m*****a nada.

—Espero que haya sido en defensa propia— dijo al parecer ladeando la cabeza, aún en la misma distancia.

Tomé aire antes de seguir con la confesión, no sabía que estaba haciendo, no sabía por qué le decía esto, pero quería soltarlo, quería gritarlo, quería morir.

—Mató a mi madre— tragué saliva.

Tomé mi rostro entre mi mano izquierda apretando la cien, sentía que explotaría.

Toda mi cabeza parecía a punto de explotar.

—Se lo merecía el hijo de puta— respondió, escuché un suspiro— Bien, ya que todo se va al diablo, te lo diré, no tengo nada que perder— se formó un silencio por un momento— continuó —No tengo... padres, por ello ando en las calles. Compro marihuana y la vendo en fiestas juveniles, tengo una deuda y si no pago, pronto seré comida para buitres.

Joder, no era el único jodido, quizá lo que él vivía no era tan duro, pero de igual forma era un maldito problema, sentí que para muchos el oxígeno es tan caro.

—Es increíble que hablemos de esto sin siquiera haberte visto el rostro aún— dije con ironía— Ni conocerte.

Di un paso.

—No creo que quieras ver mi rostro— me detuve —Pero como ya te dije, ambos estamos jodidos. Además, no eres un maleante, solo un adolescente con problemas, bueno, problemas bastante trágicos.

No entendí porque el comentario de su rostro, pero preferí evitar preguntar la razón.

—Trágico no es definición a toda esta m****a... Al menos no moriré— recordé las palabras de aquellos hombres hacía él, hace unos minutos —... Aún.

—¿Sabes? Tengo solo una salida a la muerte.

—¿Cuál es?— curiosee.

—Convertirme en uno de ellos, es algo que tanto quise evadir, pero ya no tengo escapatoria.

—¿Quiénes son ellos?— pregunté.

—Diablos en carne y hueso.

—Llévame contigo— pedí —No tengo a donde ir, no quiero volver a mi vida, ya no tengo vida.

A pesar de no creer en muchas cosas, esa noche creí en el destino.

—Preferiría no tener a donde ir, ni vivir que convertirme en un gánster.

—Créeme que después de lo que hice hace unas horas, me siento como el mismo Lucifer.

Pasaron unos momentos de silencio.

—Me llaman Monstruo— dijo.

—¿No tienes nombre?— pregunté.

—Es el nombre que me he ganado, ¿Y tú?— comenzó a acercarse, no sentí miedo, ya no tendría miedo.

Ya no tendría miedo a nada, ni a nadie, ahora todo cambiaría. Esta era mi oportunidad.

—Yo soy Ty... — Hice una pausa mirando la sangre en mis manos —Soy Lucifer.

SAMANTHA

—Lo siento— dijo Ellie, mi amiga, mientras palmeaba mi espalda entre lágrimas.

Sentí que el mundo se detuvo, había ruido a mí alrededor pero lo único que escuchaba eran los latidos de mi corazón rápidamente, mi alma se había roto, quería llorar, pero mi cuerpo no respondía. Yo no respondía, no podía.

Fue como si mi cuerpo estuviese en pausa, creí que pronto iba a dejar de sentir mi corazón y sentí que era cierto, moriría, ya que todo se volvió oscuridad indicando que la felicidad había terminado para mí.

Mi madre y padre habían fallecido, las únicas personas que amaba y estaban en mi vida habían partido.

¿Cómo seguir? Era imposible vivir, mis sueños habían terminado, porque siempre estuvieron en ellos. Es ilógico imaginarte una vida sin tu familia a tan temprana edad, nunca antes pensé cuanto sería mi dolor al verlos partir. Al saber que ya no volvería a verlos.

Nunca piensas en cómo sería la muerte de algún familiar, solo pasa, lloras, muere una parte de ti, y continuas, pero, ¿Cómo podría continuar?

Volví a ver dándome cuenta que ahora era yo la que me encontraba en una camilla de hospital, sentí como lágrimas bajaban sin cesar, recordando esa noticia en la televisión, nuestro auto contra un poste de luz y la neblina en cantidad.

¿Acaso ellos merecían esto?

A veces las personas más buenas, son las que sufren más.

En mi mente circulaba tanto que sentía que pronto mi cabeza iba a explotar, ahora estaba sola.

Sin familia, sin nadie.

En toda mi vida siempre estuvieron ambos, no tengo hermanos, ni abuelos, nadie además de ellos, ¿Cómo poder seguir adelante sin su compañía? ¿Sin la compañía de nadie?

Antes mi única preocupación era mi esmalte de uñas, o la limpieza facial. Justo ahora me doy cuenta que no todo en la vida es material, y que debí preocuparme más por lo que realmente importaba, mi familia.

Es en esos momentos cuando realmente te das cuenta de lo que importa, cuando pierdes.

—Por favor respire— dijo el doctor mientras inyectaba algo en mí.

—No quiero respirar— respondí mientras sentía un frío cerca de la inyección.

—Su vida no ha acabado— consoló.

—Tal vez aún no, pero yo he muerto.

Y así fue, me sentí muerta, sin vida, sin ganas de existir, para mí todo se había perdido, pero no podía dejarme vencer, sabía que ellos no hubiesen querido verme así, y me mantendría de pie, era una promesa.

Una promesa que cumpliría cueste lo que cueste.

Sabía que las personas eran temporales, y tenía razón al pensar que mi felicidad había terminado, era solo el comienzo.

Porque sin saberlo, mi verdadero dolor vendría después de él...

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