Capítulo 4:

El viaje de Elaine había sido como mínimo agotador, las emociones de la noche anterior mezclado con los pensamientos aterradores sobre su posible nueva vida no la habían dejado dormir. Para el momento en que el carruaje finalmente se detuvo en el palacio, el sol ya coronaba el cielo.

Sin previo aviso, un par de brazos la bajaron del carruaje, y luego de revisar que no llevara consigo ningún objeto peligroso, la escoltaron casi a la fuerza al interior del increíble castillo.

Ella se había criado en el reino de Mydgret, cuyo castillo era muy bello, sin embargo, no podía compararse con lo majestuoso de ese lugar.

Pero las apariencias no la engañarían, el destello de todo lo bello que brillaba ante sus ojos no seria capaz de cegarla; Elaine estaba preparada para enfrentarse a los monstruos de aquella corte. Ella iba a resistir todo aquello por su propia vida.

—Su alteza, ella es la princesa de Mydgret—dijo uno de los escoltas, alzando la voz, atrayendo la atención de un hombre de edad avanzada.

Elaine se quedo rígida, paralizada de pavor, mientras aguardaba expectante la llegada del rey, esperando ver un rostro enfadado y cargado de violencia. Sin embargo, lo ultimo que espero fue aquello.

El rey de Asgard se aproximo a ella con un rostro solemne y afable, mientras le obsequiaba una cálida sonrisa que logro calmar el corazón de la princesa. Elaine había convivido con muchos monstruos a lo largo de su corta existencia como para saber que el hombre ante ella no era uno.

—Hola, princesa Amanda—comenzó a saludar el anciano rey—. Yo soy el rey Rohan de Asgard, pero puedes llamarme simplemente Rohan.

Por primera vez en mucho tiempo, Elaine estaba siendo tratada bien y de forma amable, lo peor de aquello es que ese anciano se suponía debía ser su mayor enemigo.

Despues de tantos años finalmente recibía calor de alguien.

Sin poder evitarlo, ella devolvió la sonrisa mientras hacia una vaga reverencia.

—Es un placer, su alteza, aunque estaría mas a gusto si me llamara Elaine—dijo ella con tono afable.

Al instante, ella se arrepintió de haber utilizado aquel tono suave y gentil. Se suponía que era Amanda, la princesa a quien había servido toda su vida. Aquel monstruo cruel y caprichoso que disfrutaba hacerla sufrir y humillarla a diario.

—¿Elaine—soltó una voz profunda desde un rincón del salón—. Bueno, ciertamente es un nombre más bello que Amanda.

Siguiendo el sentido de aquella voz, Elaine roto su cabeza, hasta que finalmente encontró al dueño de aquellas palabras.

Su corazón se salto un latido, al mismo tiempo que sentía como su garganta se secaba con cada paso que el daba más cerca de ella. Ante sus ojos se imponía el hombre más hermoso que jamás hubiera visto o imaginado, una fantasía hecha carne.

—Princesa, te presento a mi hijo, el príncipe Damino—dijo el anciano, mientras señalaba a su hijo y al hombre que aparecía a su lado—. Y ese es Azriel, consejero y mejor amigo del príncipe.

La actitud de Damino era arrogante, propia de un hombre que sabe lo atractivo que es y no tiene miedo de lucirse. De alguna manera aquello molesto a Elaine.

>Bien< pensó ella, decidiéndose a poner a prueba su habilidad para hacerse pasar por Amanda.

—Es un placer conocerlos—comenzó a decir ella de manera fría, mientras le dedicaba una caída de ojos al príncipe—. Aunque estoy algo decepcionada.

Damino se limito a fruncir ligeramente el ceño, mientras torcía los labios en una mueca.

—¿Decepcionada princesa? —pregunto con elegancia y cierta preocupación Azriel. —¿Se puede saber de qué?

Elaine volvió a observar a Damino, mientras fingía su mayor cara de asco posible, una que había visto hacer a Amanda cuando un vestido no le venía en gracia.

—No importa… de todos modos es un placer conocerlos—volvió a repetir Elaine, mientras le obsequiaba una sonrisa falsa al príncipe y su amigo.

Un musculo en la mandíbula fuerte del príncipe se tensó, mientras observaba a la princesa con ganas de devorarla viva. A su lado, Azriel y el rey hacían acopio de todas sus fuerzas para no estallar en risas.

—Ya lo creo—ronroneo con arrogancia Damino, mirando a la princesa con frivolidad—. No todos los días se tiene la suerte de casarse con un príncipe como yo… en especial una persona como tú.

—¿Cómo yo? —pregunto sorprendida la princesa, alzando una ceja oscura.

Damino avanzo unos pasos hacia ella, con las comisuras de sus carnosos labios alzadas en una sonrisa colmada de arrogancia y suficiencia, mientras sus ojos oscuros serpenteaban por su cuerpo.

—Como tú. Una princesa cuyo mayor atractivo es su apodo—se burló él.

Elaine apretó los dientes con rabia, mientras respiraba con dificultas, logrando mantener la calma suficiente para no saltar contra él. A todo momento debía recordar quien se suponía que debía ser y lo que tenía que hacer.

El otro hombre, Azriel, el que parecía estar en completa calma y cuya belleza parecía mas clásica, dio unos pasos hacia adelante, colocándose a la altura de su amigo.

—¿Cómo fue su viaje princesa? —pregunto Azriel con calma eterna en su voz.

—Fue un asco—escupió Damino, atrayendo las miradas de advertencia de su padre y amigo—. ¿Acaso no se dieron cuenta? Miren sus ojos hinchados y con ojeras, bien parece salida de una historia de terror.

Elaine no pudo evitar lanzarle una mirada cargada de fastidio al príncipe.

—Tranquilo príncipe, nadie te quitara el puesto de monstruo de este castillo—arremetió la falsa princesa incapaz de contenerse a si misma, mientras imaginaba la forma en que Amanda reaccionaria a aquel insulto.

Damino apretó los dientes con violencia, negándose a dejarle ganar aquel primer round. Pero justo cuando los labios del príncipe se separaron ligeramente, Azriel le dio un disimulado y doloroso codazo a su amigo en el costado, haciendo que este cerrara la boca al instante. Elaine noto el gesto y se sintió vagamente agradecida. Sin embargo, ella podía leer claramente las verdaderas intenciones ocultas detrás de las actitudes del príncipe.

Él no se quería casar, pero aquella ya no era su decisión.

—Bueno, ahora que ya se conocen en persona ¿Qué les parece si dejamos a la princesa ir a su cuarto privado a descansar y asearse? —propuso el rey con una sonrisa en sus labios—. A fin de cuentas, la boda será mañana.

Tanto la princesa como el príncipe volvieron sus rostros hacia el hombre con total sorpresa.

—¿Mañana? —escupió con fastidio Damino, volviéndose en colera hacia su padre—. Habíamos acordado que la boda seria en tres semanas.

—Las palabras se las lleva el viento, hijo mío—comenzó a decir el anciano rey con una sonrisa tirando de sus arrugadas comisuras—. Aparte, los años no vienen solos, la experiencia los acompaña. Es por eso que estoy seguro que acá habrá una hermosa pareja… ¿Tu que dices niña?

Al instante, la intensa y profunda mirada de Damino se disparó hacia Elaine, quien se encogió un poco ante el calor que sentía en sus mejillas. Los tres hombres aguardaban una respuesta. Su respuesta.

No cabía duda alguna en su interior de que ella no quería casarse, no con un hombre a quien no conocía y mucho menos amaba, tampoco utilizando una identidad falsa. Aun así, fue por el desafió y la constante negativa que parecía abordar al príncipe lo cual la empujo a decir:

—Creo que tiene razón—comenzó a decir ella con cierto siseo, mirando directamente a Damino—, en ese caso, no puedo esperar a que la boda sea mañana mismo.

—¿Tan ansiosa estas por la noche de bodas? —comenzó a burlarse el príncipe—. En ese caso, que la boda sea mañana… ya veremos cuanto eres capaz de resistir, princesa.

Cualquiera allí podría haber malinterpretado las palabras del príncipe, sin embargo, en sus ojos oscuros como la noche no bailaba la lujuria, el deseo ni la pasión. Solo un frío sentimiento de muerte.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo