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Los pisos de cabaret estaban siendo tallados por Scarlett quien había sido golpeada una noche a tras por Violet, después de que uno de los adinerados clientes se quejó de que la joven se negó a complacerlo, poniendo resistencia a lo que le pedía luego que la puso de rodillas, frente a él.

Por lo que de inmediato, la madrota del lugar la reemplazó, y a ella la sacó de ahí. La dirigió hacia la planta baja para que tallara cada uno de las baldosas del lugar, con un pequeño cepillo y una cubeta con agua y jabón. Por lo que pasaría toda la mañana refregándolos justo de la manera en la que se negó a dar servicios: De rodillas.

El pómulo de la chica ardía, mientras se concentraba en la labor que había sido asignada. Deseando no ser llevada a aquel cuarto oscuro, donde acostumbraban encadenarlas de una de sus muñecas y solían lanzarles agua durante todo el tiempo que estuvieran ahí, para evitar que durmiera.

Largas horas pasaron hasta que finalizó, fue dirigida a una habitación a que se duchara, y se arreglara. Para que se presentara como parte del show, por lo que no tuvo más remedio que obedecer y esperar a que alguien más, pagara por ella y la llevara a un privado. 

****

En horas de la noche.

Carlos Gabriel ingresó de nuevo a aquel cabaret, su mirada buscó a Scarlett, pero no la encontró, enseguida se aproximó a una mesa vacía, se quitó la chaqueta de cuero negra y la colocó en una de las sillas, dejando al descubierto sus fornidos brazos, pues lucía una camiseta verde. 

Esperó que Violet se acercara a él, y le ofreciera una chica, mientras aguardaba solicitó un tequila, y observaba cómo algunas jóvenes bailaban en el tubo en la pista central. 

Minutos después, las cortinas se abrieron y un grupo de mujeres aparecieron dentro de ellas Scarlett. Se dirigieron al tubo y con singular sincronía dieron un show con coordinados movimientos. Varias fueron las canciones que bailaron, hasta que se acercaron a los clientes esperando que introdujeran a través de la pequeña tanga que llevaban los dólares que quisieran regalarles como propina.

Carlos Gabriel barrió con su mirada a Scarlett; sin embargo, no se acercó a dejarle dinero, impaciente, golpeaba sus dedos en la mesa, mientras bebía otro trago. 

—¿Qué deseas probar esta noche? —Violet habló, se acercó y recorrió con su mirada el escultural cuerpo del joven.

Gabo se aclaró la garganta, enfocó sus ojos en la mujer. 

—Quiero a Scarlett —solicitó. 

La madama frunció el ceño con extrañeza.

—¿Otra vez ella? —cuestionó sorprendida.

Carlos Gabriel esbozó una amplia sonrisa. 

—Me atendió de maravilla —murmuró—, pagaré lo que sea por esa mujer —informó—, aunque imagino que el precio debe haber bajado, ya no es virgen. —Ladeó los labios. 

Violet, afirmó con la cabeza.

—Así es, las que ya no lo son cuestan menos —indicó—. Notamos que dejó rastro de que ya no lo es, en las sábanas —señaló—. Voy a pedir que te lleven a la habitación y ella te alcanza en un momento, me pagas al salir —refirió después de que lo hizo sin problema días atrás.

—Por supuesto, siempre pago por lo que me gusta —masculló con la voz ronca,  enseguida se puso de pie para seguir a la persona que lo llevaría hacia la habitación. 

—¡Ey, tú! —Violet señaló a Scarlett, llamando su atención, por lo que enseguida se acercó a la mujer, quien la llevó detrás del telón—. Tienes trabajo. —La sujetó con fuerza por la cabellera—. Mucho cuidado con no cumplir con lo que te pidan, porque te juro que haré que no te levantes por una semana del castigo que te pondré —gruñó.

Scarlett no dijo nada, acomodó su cabello sin quejarse del dolor que le provocó, la miró con hostilidad y se retiró hacia la habitación que le indicaron, sus manos abrieron con temor la puerta buscando al hombre que pagó por pasar la noche con ella. Caminó despacio, sintiendo como sus piernas temblaban.

****

Carlos Gabriel se hallaba sentado en un mullido sillón de piel, esperando que su dama de compañía apareciera, cuando notó que la puerta se abría, enfocó sus ojos en la persona que ingresaba. Dejó sobre una mesa la copa de whisky que estaba bebiendo. 

Aquella chica pasó saliva con dificultad al volverse a encontrar con él. Se detuvo sin poder avanzar, luego de recordar la forma tan dura en la que la tomó, entonces retrocedió.

—Creí que solo buscaba mujeres vírgenes —indicó sin acercarse más.

Carlos Gabriel elevó su ceja izquierda. 

—¿Te consideras con derecho a cuestionar mis gustos? —reclamó con profunda seriedad. 

Scarlett negó con su cabeza.

—No soy nadie aquí —respondió. —¿Cómo desea empezar? —cuestionó.

Carlos Gabriel se aclaró la garganta, señaló con su mano al otro sillón que estaba frente a él. 

—Hoy nada más deseo charlar —informó. 

Aquella joven ladeó su rostro y frunció el ceño al escuchar su orden; sin embargo, muy en el fondo, agradeció que no la tocara, tomó asiento y lo miró sin decir más.

Gabo se quedó en silencio unos minutos, sirvió en una copa un trago para su acompañante y se lo extendió. 

—No bebo —dijo y la colocó en la mesa.

Carlos Gabriel la observó extrañado, enfocó sus pupilas en los ojos de la chica. 

—Debes hacer lo que yo ordene —expresó con voz ronca—, no soy tan desalmado como pensás. —Inhaló profundo, y bebió el trago que ella rechazó—. En el pasado, fui distinto, ni siquiera estaría en un lugar como este. —Señaló con su mano—, no tenía necesidad de buscar a una vendedora de caricias —bufó—, pensé que lo tenía todo, y no fue así. 

La garganta de Scarlett picó, sintiendo como si tuviera una bola de púas en su interior al escucharlo hablar con tanta amargura. Inhaló un par de veces para contenerse, entonces se puso de pie buscando una botella de agua.

—No siempre se tiene la vida que se quiere —mencionó y se volvió a sentar.

Gabo resopló, y se quedó observando a la nada, rememorando el pasado. 

—Siempre consigo lo que me propongo —informó—, aprendí que con dinero se puede comprar hasta el amor —masculló arrastrando sus palabras, lleno de profundo resentimiento. 

—Ojalá no se arrepienta algún día, porque no todas las personas tienen la culpa de lo que le hicieron —refirió con tristeza—, no sé quién es, pero veo que construye su mundo a base de una fantasía— Lo miró directo a los ojos—. Yo pagué por lo que le hicieron —comentó con temor a su reacción.

Carlos Gabriel se puso de pie, la observó con profunda seriedad, y se aproximó a ella, entonces la tomó por la barbilla. 

—Pagué un precio bastante elevado por vos, no fue gratis —gruñó acercando sus labios muy cerca de los de ella. —¿O preferías que te quitara la virginidad el viejo gordo que ofertó primero? —cuestionó con molestia—. Ah, imagino que deseabas ser la concubina de aquel árabe. —La soltó y se alejó. 

Scarlett lo miró con enfado.

—¿Acaso importaba quien fuera? —gritó—. Me trató peor que un animal —gruñó—. No veo diferencia en nadie —bramó—. De todas formas, todos me iban a lastimar igual que, lo hizo usted—indicó sin inmutarse.

Los ojos de Carlos Gabriel, se abrieron con amplitud, su respiración se volvió irregular. Apretó sus puños con fuerza, y presionó sus ojos, las palabras de aquella joven dolieron, era cierto lo que expresaba, a pesar de que pagó por sus servicios, era una mujer, y no se merecía su trato. 

—¿Qué puedo hacer para compensar mi falta? —indagó y la contempló. 

—¡Nada! —exclamó—, aunque, sé cuál es mi lugar en el mundo. Este recuerdo me lo voy a llevar a la tumba —refirió con la mirada cristalizada, entonces se comenzó a desnudar frente a él—. Será mejor que no hable tal y como me ordenó en su primer visita y cumpla por lo que pagó, porque no deseo que después vaya a quejarse de que soy una mujer rebelde, incapaz de satisfacer sus necesidades —expresó arrojando todo al suelo.

Carlos Gabriel recorrió con su mirada aquel cuerpo que noches atrás fue suyo, irguió su barbilla, y asintió.

—Es cierto, debes complacerme —expresó—, pero esta noche, será diferente, voy a enseñarte —declaró y se acercó a ella, colocó sus manos en la pequeña cintura de la chica y la aproximó a su cuerpo—. Sin besos en los labios —recordó, y deslizó su lengua por el cuello de ella—. Te dejaré hacer conmigo lo que desees. —La tomó de las manos y las colocó en su pecho. 

La joven tembló al sentir la calidez de sus dedos en su piel y la forma en la que le habló, la hizo romperse, imaginando que si fuera su esposo quien le dijera eso, las cosas serían distinto. Por lo que decidió dejarse llevar, siendo la verdadera mujer detrás de aquel antifaz, quien aprendiera y no aquella vendedora de placer. Por lo que sus manos retiraron la camiseta de cuerpo, sin poder evitarlo con su mirada le regaló una gran caricia.

—Si las cosas fueran como yo quisiera, esta noche te robaría hasta el aliento —ella susurró muy cerca de su oído y le regaló pequeños mordiscos en el lóbulo.

Carlos Gabriel gruñó al percibir los labios de Scarlett en su oreja, presionó con fuerza la cintura de la joven y la pegó más a su cuerpo para que pudiera sentir su dureza. 

—Tienes mi permiso —murmuró, y sus manos se deslizaron hacia los glúteos de la joven. 

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