Capítulo 9.

Me había puesto un vestido rojo, lo describiría como ni muy apretado ni muy suelto, se ajustaba perfectamente a las curvas de mi cuerpo, genética que había heredado de mi madre y que me ocupaba de mantener. Bajo a la cocina para avisarle a Roberta que ya me iría.

—¿Ya te vas? —pregunta cuando me ve lista, yo asiento—. ¿No comerás? —

—Ya comí —digo, ella mueve las cejas de arriba a abajo sonriendo.

—Y, ¿Puedo saber cuanto media lo que te comiste? —pregunta, yo abro los ojos sorprendida por sus palabras pero no puedo evitar que unas carcajadas salgan de mis labios.

—¡No puedo creer lo que me preguntas! —digo, ella se encoge de hombros sonriendo.

—Solo es curiosidad —dice.

—Pues, bien es sabido que la curiosidad mato al gato —digo, ella se encoge de hombros.

—Prefiero morir

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