Transcurrieron tres semanas desde que había sufrido la humillación y la decepción más grande de su vida, y Anabella Estrada, aún permanecía en su habitación, totalmente destruida, pensando en la forma de superar su situación, no podía creer como se había dejado engañar por Sebastián Ferrari, ¿Por qué no pudo ver la falsedad en su rostro? ni ella, ni su madre habían sido personas gratas para él, desde hace diez años, cuando esta última decidió casarse con Giovanni Ferrari.
Sebastián nunca disimuló su incomodidad y animadversión por la mujer con la cual se había casado su padre, su odio por Alicia era muy notorio, la acusaba de ser una zorra, oportunista y de ir tras el dinero de los Ferrari. En cuanto a Anabella, a veces la trataba con ternura, dulzura, la protegía, jugaba con ella y en otras oportunidades la miraba como si la odiara, mantenía una relación de amor y odio con ella; cuando no la ignoraba, la molestaba.
Todo dependía de su estado de ánimo, si estaba de malas la corría de cualquier lugar donde coincidieran haciéndola sentir mal y en muchas oportunidades la había hecho hasta llorar; incluso espantaba a cualquier amistad masculina que ella pudiera propiciar, además de ser el causante de que su padrastro no la dejara salir, porque cuando veía que iban a autorizarla le decía a su padre que era un peligro dejar a una adolescente salir con otras, porque tenían las hormonas alborotadas y no sabían lo que serían capaces de hacer, esa actitud la exhibía en las oportunidades que iba a la casa familiar en Palermo, pues se había trasladado para ese entonces a Roma porque había decidido irse a estudiar en la Universidad de Roma La Sapienza, una de la más antigua de Europa.
Así fueron pasando los años y él siguió con esa misma actitud que a veces la exasperaba, sin embargo, también fue creciendo en ella un sentimiento especial por él, lo encontraba el más apuesto de los hombres, era alto media un metro noventa, cabello negro, ojos azules con mirada penetrante, con muchos músculos producto de sus horas de gimnasio, pero era demasiado mujeriego, nunca sus relaciones eran duraderas, cambiaba de mujer continuamente, era arrogante, pedante y le encantaba mortificarla, muchas veces se burlaba de ella y usaba expresiones peyorativas como desgarbada, pigmea, que sus atributos eran los mismos que una tabla, se comportaba realmente desagradable, le parecía que lo hacía para alejarla de él, pero realmente no comprendía porque últimamente se había ensañado contra ella, hasta que lo entendió tres semanas antes.
A su mente llegaron los recuerdos de hacía tres años, cuando cumplió sus quince, ella había estado tan feliz, porque su fiesta había sido digna de una princesa, nunca se había vestido tan elegante, era costumbre en México, su lugar de origen por parte de madre, celebrar los quince años, era un gran acontecimiento pues se consideraba la etapa en que las féminas dejaban de ser niñas para convertirse en mujeres y bajo esas tradiciones había sido criada, estaba radiante y contenta por tan increíbles momentos, había bailado durante toda la noche, con algunos amigos, su padrastro quien era como un padre para ella, pues la consentía y la trataba como a su propia hija, por eso lo llamaba padre, pero lo más emocionante que le había sucedido fue haber bailado con Sebastián, eso la cargaba en las nubes.
Al día siguiente en la noche después de su cumpleaños, cuando lo observó bañándose en la piscina, segura de que el día anterior, se había producido un cambio hacia ella, pensó haberlo cautivado y como estaba locamente enamorada de él, se puso un traje de baño diminuto y bajo deprisa a la piscina, mientras él nadaba le llegó por detrás y lo abrazó, con un arrebato que hasta ese momento pensaba carecía, le dijo — Sebastián me gustas, estoy enamorada de ti desde siempre, y quiero que me hagas tuya.
Él se volteó y sus ojos expresaron desconcierto, ella se le intentó acercar más, pero la sorpresa la dejó atónita, cuando Sebastián reaccionó tomándola de los hombros y separándola de sí diciéndole — Te habías tardado en sacar la casta, pero claro no se podía esperar mucho de la hija de una mujer trepadora como lo es tu madre, bien dicen de tal palo tal astilla, se quieren asegurar que todo el dinero de los Ferrari caiga en sus manos, la madre se encarga del viejo y la mocosa del hijo.
» Lástima que para tu desgracia no caigo en esa trampa, porque tú no me provocas ni un mal pensamiento. Ahora haz el favor de retirarte de mi vista, me das asco lo bajo que has caído, no quiero imaginar en el tipo de mujer que te convertirás cuando a ese cuerpo le empiecen a salir curvas.— ella se retiró corriendo mientras lágrimas surcaban sus mejillas, era una gran tonta, que vergüenza tan grande, había quedado como una fresca, nunca olvidaría esa afrenta.
Su actitud contra ella la había marcado, desde ese incidente se había convertido en una chica tímida, huía de la compañía masculina, le había golpeado grandemente su autoestima.
Sebastián por su parte, se fue de la casa ese mismo día, no duró el tiempo estipulado, lo que molestó a su padre, porque deseaba compartir con su único hijo, aunque a ella la quería y disfrutaba de su compañía, no era igual que tener a su propia sangre con él.
Ella había sido una tonta pensado que Sebastián iba a enamorarse de ella, era la única persona que podía tropezar dos veces con la misma piedra, lo hizo a los quince años y lo volvió hacer tres semanas antes ¿Cómo pudiste ser tan estúpida Bella? Se recriminó, esa primera humillación, era un juego de niños comparada con la última, la había tratado como una cualquiera después de poseerla, — ¡Dios! —dijo con mortificación y por más que quiso detener los recuerdos, estos se agolparon en su mente hundiéndola en una profunda tristeza y así empezó a rememorar.
Tres semanas antes
Bella estaba preparando su fiesta de cumpleaños, aunque ya había cumplido sus dieciocho años, la fiesta la tenía pautada para el fin de semana, pues no quería celebrar entre semana, es por ello que lo celebraría al día siguiente, por fin iba a festejar su cumpleaños, tenía muchos proyectos, como inscribirse en una mejor escuela de pintura en Roma, aunque estaba en un instituto quería ir a una de renombre, pues pintar era una de sus pasiones, tenía su estudio de pintura en la casa, le gustaba plasmar paisajes y en cuanto a figuras humanas al único que pintaba era al hombre de sus tormentos, Sebastián Renaldo Ferrari Castello, tenía cuadros pintados de él, desde que había empezado a pintar a los doce años.
El ir y venir de los preparativos, eran bastantes agobiantes y para hacérselo mas difícil, llegó Sebastián en compañía de tres de sus amigos, y cuatro mujeres muy guapas, una de las cuales, era una rubia despampanante llamada Pamela Maestrachi, la última de sus conquista, hizo una mueca de disgusto, ¿por qué tenía que aparecerse precisamente esos días? Se preguntó, después del incidente de hacia unos años lo había evitado como a la peste y sólo habían coincidido en tres oportunidades porque le fue imposible inventar una excusa para eludirlo, pues sus padres le habían pedido que los acompañara.
Ese día al final de la tarde, se sorprendió que la invitara acompañarlos, se sentía fuera de lugar, ella apenas llegaba al metro cincuenta y nueve de estatura y pesaba escasos cuarenta y ocho kilos, no era curvilínea como las mujeres a las cuales Sebastián estaba acostumbrado, quienes lo acompañaban en ese momento, medían más de un metro setenta y cinco de estatura y una más atractiva que la otra, de tez blancas, con grandes senos, cinturas pequeñas, caderas anchas, largas piernas y grandes traseros, de ojos, verdes y azules de diversas tonalidades. Dos tenían el cabello rubio cenizo, una peliroja y la más bella de las cuatro lo tenía rubio dorado, eran realmente impactantes, mientras ella tenía unos ojos grises que dependiendo su estado de ánimo cambiaban a negro, su piel era trigueña, su cabello castaño, con una nariz respingona, una mujer demasiado corriente, pensó con desgano, aunque realmente su problema era su baja autoestima y todo por culpa de ese idiota que la rechazó.
Cuando se dirigió a las mesas del jardín, Sebastián se encontraba dentro de la piscina conversando con los amigos, quienes al verla sonrieron y seguidamente empezaron a secretearse entre ellos, para luego darle la mano a los hombres, como haciendo un trato, el tenía a la despampanante rubia tomada de la cintura cuando la llamó —Acércate Bella, te estábamos esperando para divertirnos. Ya mañana celebraremos tu cumpleaños, todo un gran acontecimiento —expresó soltando una carcajada.
A ella le molestó un poco ese comentario, le pareció burlesco, pero se regañó diciéndose que estaba siendo muy sensible, él sólo trataba de mantener una conversación con ella, concluyó.
Entró a la piscina diciendo —Gracias Sebastián por la invitación de unirme a ustedes —dijo con una sonrisa.
—No te preocupes para nosotros es un placer —expresó él con picardía—, pero ven quiero presentarte a mis amigos, éste es Lorenzo Machado —señaló a un hombre como de veinticinco años, blanco, de ojos negros y cabello negro—, éste es Peter Stuart —señaló a un joven rubio— él es Fernando Alonso Castañeda — un joven trigueño de ojos verdes— y las chicas Vannesa, Adriana, Milena y Pamela —le dijo indicándole a las mujeres que previamente había observado.
— Encantada de conocerlos —les dijo Bella con una sonrisa
— Igualmente —respondieron los otros.
— ¿Qué les parece jugar Voleibol en la piscina, el equipo que pierda debe pagar una penitencia? jugaremos damas contra caballeros ¿Les parece? —. Preguntó Sebastián sonriendo.
—Sí —.Respondieron los demás al unísono. Ella se quedó callada.
—Bueno vamos a elegir un representante de cada equipo, quien será encargado de pagar la penitencia. Veamos ¿A quién eligen por el equipo de las damas?
— Elegimos a Bella—. Dijo Pamela sonriente.
— No estoy de acuerdo a mi no se me ha consultado —.Comentó Bella desagradada.
— No creo que sea necesario —habló Milena—, la mayoría elige y decidimos que seas tú.
— Entonces no tienes nada que objetar Bella, esas son las reglas —manifestó Sebastián—.Y por nuestro equipo chicos, ¿quién nos representara? — Preguntó.
—Por supuesto tú Sebastián —indicó Peter con una sonrisa guasónica.
Ella se quedó pensativa, ¿sería que le estaban tendiendo alguna trampa? Se preguntó, pero luego se dijo, “Estás paranoica bella”, y desechó la idea, si hubiese tenido la capacidad de ver el futuro, no dudaría ni un momento en correr bien lejos de esos malvados conspiradores.
Empezaron a jugar, luego de un poco más de una hora de juego, las mujeres habían perdido y por supuesto los hombres habían resultado vencedores, por lo cual le correspondía a ella pagar la penitencia, que resultó ser quitarse una parte del traje de baño, ella se consternó con el castigo y dijo: — ¡Estás loco! No voy a quitarme ninguna de las partes de mi traje de baño.
—Pues no sé, si no quieres pagar penitencia entonces exijo pagues mi premio por no cumplir con el castigo —le expresó con picardía —. Quiero un beso y no cualquier beso —mencionó mirándola con deseo.
Anabella lo miró con una expresión de asombro, sin articular palabras, mientras él indicaba que el premio era un beso. Sebastián expresó —No puedes negarte, debes pagarme de inmediato—. Y sin mediar palabras, la tomó de la cintura, la levantó, acercándola a su cuerpo y empezó a besarla primero suave y después de manera exigente, instándola a abrir su boca para introducir su lengua dentro de ella, jugueteó con su lengua, mientras la dejaba sin respiración en un beso demasiado voraz, nunca había sido besada de esa manera, de hecho su único beso se lo había robado a él, pero su control terminó de perderlo, cuando sintió su erección rozando con su humanidad, sintió una corriente eléctrica por todo su cuerpo.
Él le acarició las caderas y sus nalgas acercándola más a su cuerpo, estaban totalmente excitados, se olvidaron de todo excepto de lo que estaban sintiendo, hasta que fueron interrumpidos por Fernando que espetó molesto —Sebastián ¿no crees que ya te cobraste suficientemente el premio? hubiese sabido de que se trataba y me ofrecía voluntariamente a recibir el premio.
Anabella y Sebastián se separaron mirándose con intensidad y con sus respiraciones entrecortadas, ella se disculpó diciendo —Lo siento, yo no…—. Y sin decir más nada, salió de la piscina corriendo, mientras todos se reían de ella a excepción de Sebastián y Fernando, que cuando se volteó se miraban como evaluándose.
Ella llegó a su habitación agitada y demasiado excitada, desconocía que un simple beso pudiera despertar semejante explosión de deseo, entró al baño se duchó para quitarse el sabor de Sebastián y para aplacar esa vorágine de calor que le recorría su cuerpo y que le había hecho brotar un líquido del centro de su feminidad, estaba anonadada de su reacción, ella nunca había experimentado eso con nadie.
Tomó una toalla se envolvió en ella, abrió una gaveta, sacó una tanga y una pijama de short, se vistió y se acostó en su cama, su habitación era amplia con grandes ventanales y un balcón que daba hacia el jardín, lo dejó abierto para que la brisa de la noche entrara, le gustaba la temperatura ambiente, le desagradaban los aires acondicionados, así estuviese iniciando el verano, ya estaban en el mes de julio con temperatura de más de 26 º, ella los evitaba todo lo que podía.
Daba vueltas en la cama sin lograr conciliar el sueño, habían pasado varias horas, miró el reloj y eran casi las diez de la noche, escuchó unos golpes en su puerta, se quedó sentada en la cama, cuando insistieron, se levantó, abrió la puerta, pero se quedó cubierta tras la misma, era nada más y nada menos que Sebastián, se encontraba en la entrada de su habitación, con un pantalón de pijama negro y sin camisa, su cabello negro alborotado y con una mirada intensa le dijo —¿Puedo entrar a conversar un momento contigo?
— Entre tú y yo no hay ningún tema de conversación —Respondió.
—Creo, hay más temas de lo que puedas imaginar—. Y empujando la puerta entró a su habitación cerrando tras él, se quedó observándola de pies a cabeza con ojos nublados por el deseo y sin pronunciar palabra, la tomó en sus brazos y la besó con mucho ímpetu, ella se quedó en blanco, dejó de pensar, solo empezó a sentir ese contacto con su piel que a enloquecía.
Sebastián la acostó en la cama y empezó a desnudarla lentamente, mientras le acariciaba sus senos, se excitó más al sentirlos libres bajo el pijama, y comenzó a mordisquearle cada parte de su cuerpo, pasó sus manos por el centro de su feminidad, haciéndola estremecerse, sentía su ser derretirse, Bella se arqueó y comenzó a moverse al ritmo que él le indicaba con sus manos, estaba loca de excitación, mientras suaves gemidos escapaban de su boca, los cuales el acallaba con feroces besos, sentían la sangre hirviendo por la pasión.
Sebastián se apartó de ella para quitarse el resto de su ropa y volvió a su lado para seguir seduciéndola, con caricias que nublaban sus sentidos, haciéndola sentir una dulce ansiedad. Él siguió examinando sus suaves curvas, tomó uno de sus pezones mientras lo atormentaba con su lengua y al otro lo acariciaba con pericia y de allí fue explorando hasta bajar por la curva de su vientre y llegar al punto más sensible de su cuerpo.
Bella estaba fuera de sí, abrumada por el placer que experimentaba, necesitaba algo más, aunque desconocía de que se trataba, solo sentía que su cuerpo estaba encendido y que en cualquier momento explotaría y sin poder controlarse le decía — Por favor Sebastián.
Él se rió y le dijo — ¿Por favor que Bella? ¿Dime qué quieres?
Ella le respondió con un gemido —Hazme tuya Sebastián
—Ya lo estoy haciendo pequeña, nunca vas a poder olvidarme, éste momento quedará grabado en tus recuerdos—. En ese momento ella alcanzó la cúspide más alta, extendiendo un calor por todo su ser que la debilitó, aún no se había recuperado, cuando Sebastián penetró en su húmedo calor de una sola embestida, ella pegó un grito por el dolor que experimentó, él se paralizó y se quedó observándola, espero un momento que mitigara el dolor y después le dio suaves besos y empezó a mover sus caderas con apasionadas embestidas.
No sintió más dolor y a un mismo ritmo que alimentaba el fuego que sentían, se movieron sintiendo pequeñas descargas que los sacudían hasta llegar a la cima, donde se aferraron uno en brazos del otro, con las últimas embestidas entre jadeos, sus cuerpos saltaron en miles de pedazos, llevándolos al punto culminante de la mayor satisfacción sexual.
Ambos respiraban con dificultad, mientras poco a poco sus respiraciones recuperaron el ritmo normal. Sebastián la abrazó con ternura y le dio una lluvia de besos en el cuello. Pero de repente se levantó y le dijo —Espero que hayas quedado satisfecha Mia Cara, nunca pensé que podía experimentar tanto éxtasis contigo, ¡Quién lo hubiese pensado! Y eso que eras virgen, no me imagino lo buena que serás en la cama cuando tengas experiencia —le dijo con saña levantándose de la cama.
Ella se cubrió con las sábanas, estaba impresionada con lo que decía y no entendía porque se comportaba de esa manera, si sólo hacía unos minutos estaban amándose —No entiendo. ¿Por qué me hablas así? Cuando hace sólo un momento estábamos haciendo el amor.
El rió con una risa malévola y le dijo: —¿Hacer el amor? ¿Quién te dijo que yo hago el amor? Para hacerte el amor tendría que amarte y yo a ti ni siquiera te aprecio. Eso sólo fue sexo, muy bueno por cierto, pero sexo al fin. No te creas importante en mi vida por haber sido virgen, tampoco creas que con eso me vas atrapar y yo no pertenezco a ninguna mujer y menos a una con una madre como la tuya.
Mientras él hablaba entraron sin tocar sus amigos y las amigas, y empezaron a burlarse, mientras Peter le decía —Excelente hermano, eres mi héroe. Así hayamos perdido la apuesta contigo, lograste llevártela a la cama en menos de ocho horas desde que hicimos la apuesta— terminó carcajeándose.
Bella se quedó helada, no podía creer lo que escuchaba — ¿De qué apuesta están hablando?
Le respondió Lorenzo—.De la que hizo Sebastián con nosotros, apostamos varias cosas con él si lograba acostarse contigo en menos de veinticuatro horas, si lo hacía en ese lapso ganaba la apuesta y si no debía pagarnos a nosotros.
Bella no podía asimilar lo que escuchaba y le dijo —Sebastián ¿esto solo se trataba de una apuesta?
Respondió con prepotencia —No sólo fue una apuesta, también fue el cobro de mi venganza ¿Y qué creías? ¿Qué me acostaría contigo porque eras muy deseable? ¿No te has visto? ¿Ves a las mujeres que me acompañan? —le dijo tomándola por el brazo—. No has visto tu cuerpo y ve él de Pamela ¿Crees que puedo desearte a ti más que a ella? —las lágrimas rodaban por su rostro, sintiendo que el corazón se le partía en miles de pedazos.
Fernando se les acercó y le dijo —¡Ya suéltala! ¡Lograste lo que querías! vengarte de la madre de Bella porque fue la amante de tu padre mientras tu madre vivía. ¡Ahora déjala en paz! Ya la humillaste lo suficiente, date por bien servido.
—¿Por qué la defiendes Fernando? ¿Te gusta? Entonces te la regalo, ¡disfrútala! — dijo con rabia, saliendo pero antes de llegar a la puerta entraron la mamá de Bella y su padre, Sebastián sonrió con placer.—. ¡Mejor no pudo haberme salido! la venganza es un plato que se come frio Alicia y querido padre, ambos hicieron sufrir a mi madre hasta el último de sus días, ahora yo hago sufrir a su queridísima hija, ¿verdad padre? Porque la amas como una hija, ¡Allí se las dejo!
» La muy estúpida pensó que me atraía, y como el tipo de mujer que es igual a su madre, se entregó a mí creyendo me atraparía, pero tuvo un error de cálculo. Allí tienen a su hija, no creo que jamás se pueda recuperar de ésta. Disfruta mi regalo Bella. ¡Feliz cumpleaños! Aunque creo que te felicité el mismo día. — Y con una carcajada se retiró de la habitación dejando a Bella destrozada.