—No les pueden decir algo que no saben —dijo Samir, uno de los ingenieros, mientras hacía la traducción.
Los hombres que habían atacado la caravana estaban hablando, pero no tenían nada útil que decir.
—Les pagaron en negro por destruir el equipo. Su jefe dio la orden y ellos la ejecutaron, pero no saben quién pagó por ella —continuó el ingeniero.
—Da igual, nosotros sabemos quién lo hizo —aseguró Jake con frustración, pero en lugar de molestarse, Nina parecía bastante cómoda.
Las llantas del tráiler estaban inservibles, pero el cabezal de broca estaba intacto. Usaron las llantas de repuesto de todos los tráileres para ponerlo en uso de nuevo, y antes del amanecer estaban listos para seguir su rumbo.
Dejaron a los piratas del desierto, como Nina los llamaba, amarrados en medio del camino, y llamaron a la guard
Los dos días que siguieron fueron los más largos que Nina había experimentado en su vida. Conforme atravesaban las montañas la marcha se hacía más lenta, los caminos más escabrosos y después de un día entero de moverse entre todos aquellos baches, se sentían como un par de muñequitos de esos a los que le temblaba la cabeza.—¡Odio la minería! —rezongaron a la misma vez ella y Jake, y se echaron a reír.Estaban sentados en el interior de la camioneta, intentando comer algo a las dos de la madrugada, después de terminar su turno de guardia. Habían tenido que armar a los trabajadores y montar turnos de guardia en la noche por si los atacaban de nuevo.—Por eso haremos una inversión saludable y construiremos un helipuerto cerca de la mina, para que la próxima vez que vengamos, sí podamos hacerlo volando —asegur&o
Dormida era hermosa. Dormida hasta parecía que volvía a ser la Nina que se acurrucaba con él en aquel nido de almohadas y cobijas en el cobertizo de la casa del lago. Luego abría aquellos ojitos y lo mandaba al diablo con tanta facilidad que ya el corazón de Jake parecía un motor cancaneante. Le apartó el cabello del rostro y la acomodó mejor contra su costado. La noche refrescaba y la cercanía con el agua hacía que en aquella pequeña cueva se sintiera incluso friecito. En un par de días las casas estarían listas para los trabajadores, pero si todo iba bien, ellos no tendrían que estar allí mucho más tiempo que ese. Le acarició la espalda de arriba abajo mientras miraba al techo, y la escuchó ronronear de gusto. No le había mentido cuando le había dicho que prefería ser papá de tiempo completo. Le llevaba doce años a Nina, ya había pasado por todo eso que ella quería vivir y era justo que lo tuviera, eventualmente otras cosas comenzarían a pesar más en sus prioridade
—¡Jaaaaaaake!No podía moverse, sentía que no podía respirar, pero extrañamente, lo que había sobre ella era suave.Tenía tierra sobre el rostro, sentía como si estuviera enterrada viva y apenas podía moverse, pero lo poco que pudo mover las manos fue para comprobar que lo que estaba sobre ella era un cuerpo.—Jake… ¡Jake! —sacudirlo era una misión imposible.Casi respiró con alivio cuando lo sintió gruñir, al parecer despertando también.—¿Nina…?—¡Jake!—Ya… ya va… tranquila…Nina sintió cómo hacía fuerza sobre las manos y el aire corría entre ellos. La levantó en medio de la oscuridad, tanteó la diminuta mochila que todavía llevaba a la espalda y la abrió, sacando algunas barras de ne&o
—¡Mierd@, mierd@, mierd@! —gruñó Nina mientras veía a Jake hacer una mueca de dolor, así que instintivamente puso la palma de la mano sobre el hoyo de la bala, como si todos los instintos de sus años como enfermera hubieran despertado de una vez.Rompió otras dos barras, haciendo que la luz creciera, y revisó la herida. Era de las balas con poca carga, así que solo había entrado unos tres centímetros en su muslo, lo cual no significaba que doliera menos.Por varios segundos se quedó así, pensando, pensando, mientras encontraba el valor para hacer aquello. Lo había probado varias veces consigo misma, porque Kolya y Yuri eran dos neuróticos y tenían protocolos para toda clase de desastres, pero jamás había probado con algo tan doloroso como una bala.—Jake… Jake… —intentó llamar su atención
No había espacio para un silencio incómodo, porque ya bastante lo era todo lo demás.—¡Nina…!—¡Lo sé! —respondió ella apretando los labios—. ¡Sé que me amas, y que amas a Victoria! ¿De acuerdo? Igual tendrás que espabilarte más cuando salgamos de aquí, porque no te voy a dar un premio por andar desquiciándome, solo te lo advierto…Pasó saliva y miró a otro lado.—¿Te desquicio?—¡Mucho!—Bien, no me importa, igual vale todo…Nina puso los ojos en blanco.—¿Sigues con eso?—Es mi lema, dragoncita, ya me conoces —intentó sonreír él, pero solo le salió una mueca de dolor.La muchacha evaluó la herida nuevamente y apretó los labios con impotencia. No estaba sangrando mu
Nina trabajaba sin descanso. Tenía agua, alcohol, pinzas quirúrgicas, aguja de sutura y por suerte, una ampolleta de anestesia local que gracias a dios habían incluido en la maleta médica, porque de lo contrario los gritos de Jake eran los que iban a derrumbar aquel túnel.Podía escuchar el ruido de la perforadora taladrando otra vez, pero sabía que tardarían al menos otra hora en alcanzarlos.Se levó las manos, cortó el pantalón de Jake y lavó la herida a conciencia, inyectándole después la anestesia. Estaba apenas sacando la bala cuando Jake abrió los ojos.—¡Mierd@! ¿Ya me morí? —balbuceó y Nina levantó los ojos hacia él.—¿Quéeee…?—No me duele… —dijo él señalando el hecho de que ella tenía un par de pinzas encajadas en su
El rostro de aquella mujer era una máscara de bondad. Para cualquiera que viera por primera vez a Katerina Orlenko, no podía ni imaginar que bajo la apariencia de aquella perfecta señora de sociedad se camuflaba una mujer dura, hecha a sí misma y brutal estratega.Cuando se presentó en el Sanatorio de Nuestra Inmaculada Señora, la primera respuesta de la recepcionista fue sonreírle con sinceridad, porque era justo lo que Katerina Orlenko provocaba.Tenía el cabello corto, de un blanco brillante con tonos platinados; figura esbelta, hombros levantados y una mirada que podía desarmar a un batallón de carabineros.—Hice una cita con la doctora de la señora Meredith Lieberman, por favor —dijo con suavidad y la chica la invitó a sentarse y hasta le trajo un café sin que ella se lo pidiera.El café sabía a rayos, pero igualmente Katerina dio las
—…ina… ¡Nina!La muchacha levantó la cabeza asustada cuando Kolya se arrodilló a su lado. Había estado más de una hora hablando con su hija, porque en aquel momento, Victoria era lo único que podía mantenerla en pie.—Muñeca, tienes que comer algo —la apremió su hermano.—Ya comí, Kol… me comí un sándwich…—Eso fue ayer, nena.Kolya puso en sus manos un pequeño vaso de café con leche y Nina se lo empezó a beber sin saborearlo siquiera.—¿Qué se supone que le voy a decir a mi hija? —murmuró—. Sé que es demasiado pequeña para entender nada pero… ¿por qué siento como si tuviera que explicarle…?—No pienses en eso ahora. Solo han pasado cuatro días, nada está decidido todaví