CAPÍTULO 93

Corremos hasta que el golpeteo de los pies se desvanece y la tierra deja de estremecerse. Por fin, nos topamos con una cueva escondida, y apresuradamente untamos barro sobre la entrada para enmascarar nuestro olor. Colapsando contra la pared húmeda, aguzo mis oídos, escuchando cualquier señal de persecución. Silencio. Por ahora.

Las preguntas arden en mi lengua, pero cuando me vuelvo hacia el tío Leo, él se pone de pie.

—¿Adónde vas?— digo con voz áspera, agarrando su manga.

—Necesitan calidez. Agua. Voy a buscar leña—. Él intenta alejarse, pero aprieto mi agarre.

—Voy a ir contigo—.

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