Dos semanas después, a las diez y media de la mañana, coincidiendo con la primera cita libre en los juzgados más cercanos al nuevo domicilio que Levy, Meg y Ben compartirían desde ese día, se celebró la ceremonia. Fue muy corta, solo la lectura formal esperada por part del empleado del juzgado, y el breve intercambio de consentimientos por parte de los contrayentes.
Cuando les dieron el certificado de matrimonio, y les desearon una feliz convivencia, ambos salieron acompañados de los testigos que habían escogido. En el caso de Levy, fue Betty, pues le pareció practico, y supo desde el principio que le ahorarría explicaciones; en cuanto a Meg, se lo había pedido a Emma, pues le daba vergüenza contarle a su madre la verdad.
Evidentemente, sabía que en algún momento tendría que sincerarse con ella y decirle que ahora era u
La cena, informal y relajada, se convirtió en un martirio para los recién casados; intentaban comportarse de un modo tan educado el uno con el otro, que la conversación carecía de la gracia y la normalidad que debería haber entre dos personas. Meg se sentía incómoda, y en cuanto pudo, puso fin a la situación, diciendo que estaba cansada y que no tenía más hambre, y en cuanto pronució las palabras, Levy que también se sintió aliviado, la acompañó hasta su cuarto. Meg se puso nerviosa, pues aunque habían acordado que su matrimonio no incluiría el sexo, el hecho de ir caminando juntos hacia la habitación la puso nerviosa, tal ve él esperara algo más, y ella lo hubiera malinterpretado. Cuando al fin llegaron a la puerta de la habitación, en un paseo que a Meg se le hizo increíblemente largo, ambos se detuvieron ante la puerta, y Meg se quedó paralizada, hasta que sintió como las palabras brotaban de su boca sin con
Meg se despertó aquella mañana con el sonido de los platos que chocaban entre si en la cocina. Supuso que la nueva criada de Levy había llegado a la casa; ella había insistido en que no era necesario que contratara personal para ayudarla, puesto que aún no había encontrado trabajo como enfermera, pero Levy había insistido, convenciéndola de que tendría más tiempo para buscar un empleo, si no tenía que hacer también las tareas de la casa. Se levantó de la cama, miró el reloj de su teléfono móvil, y vio que solo eran las siete de la mañana, así que tenía tiempo de sobra para ducharse con calma, y luego llevar a Ben al exclusivo colegio al que ahora asistía. Después de su momento de relax, se acercó a la habitación de su hijo, y el pequeño se despertó calmado, sin protestar por tener que madrugar. - Buenos días, cariño, es hora de ir al cole. -¡Vaya! Pensaba que era sábado… - Pero bueno, ¿no te gusta tu nuevo colegio? Ben llevaba solo dos
Sally estaba sentada en uno de los sofás de la casa de sus padres, mirando hacia la televisión, pero sin ser realmente consciente del programa que televisaban aquella noche. Le gustaban los ratos de ver algo en familia, como cuando era niña, pues era el único rato en que sus madre no la acosaba con preguntas sobre sus planes de futuro. En cambio, aquella noche, algo estaba a punto de cambiar.- Sally, cariño, tu padre y yo no queremos agobiarte, pero los abogados ya han llamado varias veces, y creemos que deberías hablar con ellos.Ella ni siquiera retiró la vista de la pantalla, en el momento en que entablara contacto visual con su madre, estaría perdida. Vería su mirada que la juzgaba por su inactividad, y su rostro la haría sentirse tan culpable como cuando era adolescente y llegaba tarde a casa después de pasar un rato con sus amigas.- ¿Dijeron que querí
Sally sintió que había cometido un grave error en cuanto su madre y ella salieron de casa. Sus padres vivían en una urbanización apartada de la ciudad, con casas bajas, jardines llenos de flores, y coches familiares aparcados en la entrada de cada casa. Y como consecuencia, todos allí se conocían, y sabían lo que ocurría en las vidas de sus vecinos.Aunque imaginaba que todos los vecinos de sus padres sabrían lo sucedido con su marido, pues los Gordon eran una familia influyente y las noticas sobre los principales eventos de su vida eran televisadas,lo que nadie sabía aún, era que Marlon le había sido infiel con múltiples mujeres. La familia de su esposo se había encargado de acallar los rumores, y habían sido muy efectivos, logrando que lo ocurrido en la fiesta no se desvelara; así que lo único que ellos sabían, era que Marlon había sido v&iacu
Emma abrió la puerta del apartamento envuelta en una amplia toalla de baño, y con el pelo igualmente cubierto por una suave toall que ocultaba su habitualmente exhuberante peinado.- Pasa, preciosa, que estaba saliendo de la ducha.Meg se sintió rara entrando en un apartamento en el que su dueña estaba medio desnuda, pues aunque Emma y ella eran muy amigas, nunca la había visto con tan poca ropa.- ¿Prefieres que lleve a Violet y a Ben a la cafetería de la esquina? Así pueden tomar batidos mientras tú te arreglas.- No es necesario, seguro que ya están enfrascados en alguno de esos juegos que Ben se inventa.Meg se sentó en el sofá de su amiga, un poco incómoda, pues le parecía raro, casi como si invadiera su intimidad. Y diez minutos después, ella
Meg, después de salir de casa de Emma, siguió todo el plan que había elaborado con su amiga. Paró en una lujosa tienda de delicatessen que hasta hacía seis meses no podía permitirse, compró todo lo que a Levy le gustaba, y condujo de vuelta a casa con un emocionado Ben,que no paraba de narrarle los juegos de aquella tarde.Una vez llegaron a casa, Meg se alegró de comprobar que Levy no estaba allí, pues de haberse encontrado en la casa, le habría resultado imposible preparar la cena elegante que tenía en mente.Ayudó a Ben a bañarse, y el niño, tan cansado como contento, no protestó cuando Meg le srivió varitas de pescado y ensalada a las siete y media de la tarde. Se lo comió todo alegre, y antes de las ocho, sin haber podido terminarse su yogur de limón, se quedó dormido ante la mesa de la cocina.&nbs
El lunes por la mañana, después de probarse múltiples mallas de deporte, y camisetas que no le sentaban bien, Sally se decidió por un pantalón ancho de color gris perla, y una camiseta roja, no demasiado ajustada, pues no se sentía demasiado segura de su cuerpo, pero lo suficientemente apretada como para permitirle dar la clase, y que además ella pensaba que le favorecía.Salió de casa silbando, y sintiéndose llena de energía; hacia tanto tiempo que no se sentía tan bien, que paró en la cafetería de la calle de al lado para comprar café para llevar y un croissant.- ¡Que no te vean comiendo eso en el trabajo!Se giró asustada por la advertencia, con la boca llena de hojaldre, y se encontró de frente con Kate, su nueva jefa.- ¡Oh cielos, Kate! Discúlpame, ni lo habí
Meg había recibido la llamada de una clínica que quería entrevistarla para un puesto de trabajo, y ella se puso tan contenta, que apenas si fue capaz de localizar sus documentos personales, meterlos en su bolso de mano y salir hacia el hospital que la había llamado.Aunque ya no necesitaba el dinero de forma desesperada, como si le había ocurrido antes de convertirse en la esposa de Levy Gordon, si tenía cierta necesidad de trabajar, y sentirse útil.Desde que se había mudado a la casa que Levy compró para que vivieran como una familia, se había sentido como un parásito que no aportaba nada. Había tenido que recurrir a la tarjeta que Levy puso a su nombre, y que se financiaba de su propia cuenta bancaria para casi todos los gastos que le habían surgido: desde la nueva ropa que se había visto obligada a comprar; hasta el costoso arreglo de su viejo coche, que había d