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Mi decisión, no la tuya

Mi corazón estallaba de vergüenza, yacía allí cómodamente sobre el duro pecho de Manuel, aunque el sol que entraba por la ventana molestaba mis ojos, podía ver perfectamente su figura y esa erección que se notaba debajo de esos pantalones.

Me mordí el labio ante el espectáculo que me ofrecía la mañana sin saber que Manuel me miraba fijamente.

—Si te apetece, no tengo problema en probarlo, cariño —susurra con voz ronca cerca de mi oído —Me gusta lo prohibido, además, cariño, serás mi primera y última virgen.

Sus ojos marrones se clavaron en los míos y antes de que pudiera decir algo ya estaba debajo de su enorme cuerpo. Mi respiración era profunda, pesada y entrecortada. Manuel me caía bien, me atraía, era un hombre amable y sin saberlo también era respetuoso, pero para mí Manuel no era un hombre al que veía de la misma manera que veía a Alexander.

El recorrido de su lengua bajando por mi cuello hasta mi clavícula me despertó de mis pensamientos y su brazo que se aferraba por debajo de
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