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Capítulo 34. Yo solo soy el repartidor

—¿Para la señora de la casa? —preguntó esperando que el repartidor volviera a hablar y le entregara el ramo y verle el rostro. Ella no estaba loca, tampoco se estaba imaginando cosas, ¿verdad?

—Sí. —Leandro se quedó de piedra al escuchar la voz de Isabelle, su corazón latió acelerado, las manos le temblaron. ¡Estaba delante de Isabelle!

—En esta casa vivimos tres mujeres —le informó ella y Leandro tragó el nudo que le subió a la garganta. No podía dejar que Isabelle lo reconociera o lo poco que había conseguido se echaría a perder.

Ella podía pensar lo peor de él y no lo deseaba, por lo que carraspeó y aprovechó la ventaja de traer casco.

—Son para la señora Isabelle —murmuró, tratando de cambiar el tono de su voz.

—¿Quién las envía? —preguntó ella, notando el cambio en la voz del hombre.

—No lo sé, señora, yo solo soy el repartidor.

—Entonces, no puedo recibirlas —comentó Isabelle, haciendo que Leandro bajara las rosas que le servía como escudo. Ella no iba a reconocerlo o eso espera
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