«¿Ser amiga de Leandro? ¿Era eso posible…?»—No te presiones, hija, pero piensa en lo mucho que eso puede ayudar a Alessandro. Él va creciendo y cuando menos te lo esperes será un niño grande y querrá explicaciones sobre ustedes.Isabelle tragó y miró a su abuela.—No lo sé, abuela, no creo que esté lista para mantener una relación cordial con él.—Es un consejo, hija, puedes tomarlo o desecharlo. Solo recuerda que los años no pasan en balde y, sobre todo, ten presente que más sabe el diablo por viejo, que por diablo.Isabelle apartó la mirada y la dejó sobre el rostro de su hijo. Al ver el rastro de lágrimas que aún le humedecían las mejillas, se le encogió el corazón.—No voy a insistir, tú, mejor que nadie sabe lo que es mejor para ti y para el niño —comentó Verónica, sabiendo que estaba dejando la espinita en el corazón de su nieta. Ella no alababa las cosas que Leandro le hizo, tampoco las avalaba, pero algo le decía que ese par albergaba sentimientos románticos y ni siquiera se
Isabelle se movió entre las sábanas, tenía sueño, el cuerpo le dolía y no tenía ánimos de levantarse. Lamentablemente, no podía quedarse en la cama todo el día, tenía responsabilidades con la constructora, así que hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para salir de la cama.Ella abrió los ojos al darse cuenta de que los rayos del sol ya se filtraban por las pesadas cortinas. Tomó el celular para ver la hora y frunció el ceño al darse cuenta de que tenía un mensaje, otro del mismo remitente.Privado: Qué bonito es saberte cerca. Te deseo un día tan especial como tú. ¡Buenos días, mi amor!Isabelle dejó el móvil con cierto nerviosismo. Una vez se podían confundir, pero, ¿dos? Consideraba que no. Aunque, si lo pensaba mejor, nadie más que sus abuelos tenían su número telefónico, pensó en eso. Lo tenía Milena y también la gente de la oficina en caso de alguna emergencia. No, desde que pisó la constructora, su móvil dejó de ser personal, pero dudaba que esos mensajes fueran de alguien
—Isabelle… ¿Tienes un pretendiente? —insistió Milena, mientras ella se agachaba para recoger la nota.—¿Estás loca? No llevo mucho tiempo en esta ciudad como para tener un pretendiente. Debe ser alguien que se ha confundido de dirección —respondió, volviendo a la silla, mirando los girasoles con cierta curiosidad. Aparte de su abuelo, nadie más le había regalado flores.Desde que creyó estar enamorada de Leonardo, había puesto todo su empeño en hacerse notar y se olvidó de todo lo demás. Tuvo uno que otro chico con intenciones de convertirse en su novio, pero los despachó a todos. Ninguno le interesó, por lo que no tenía idea de lo que era un proceso de conquista.El tiempo que duró su matrimonio con Leandro, tampoco tuvo detalles como esos, menos cuando los primeros meses fueron una batalla entre ellos y luego. Luego era mejor no recordar, no quería pensar en lo atento que Leandro se había convertido en los últimos tres meses que duraron casados, porque le dolía.Entonces, ¿quién po
—Isabelle, ¿te sucede algo? —la pregunta de Juan Carlos la volvió a la realidad, ella miró el teléfono una vez más y negó.—Estoy bien, debemos darnos prisa o no tendrás oportunidad de hablar con Milena hasta que regresemos de la universidad —dijo, metiendo el móvil de nuevo a la bolsa.Juan Carlos asintió y volvió a su auto para seguir a Isabelle, quien aún no podía controlar los latidos acelerados de su corazón. Era una reacción que no podía controlar; si lo pensaba mejor, no sabía si era emoción, miedo o un poco de ambas.Isabelle trató de no pensar más en el tema, se concentró en la carretera, lo último que necesitaba en ese momento, era ser descuidada. Tenía un hijo por quien preocuparse y para quien mantenerse a salvo.Pensar en Alessandro, sin querer le hizo pensar en Leandro. Si el sábado había un compromiso que cumplir, no podría viajar a la capital para llevarlo a su cita semanal con su padre, a pesar de no estar obligada a llevarlo, no quería fallarle a su hijo.«También pu
—¿Para la señora de la casa? —preguntó esperando que el repartidor volviera a hablar y le entregara el ramo y verle el rostro. Ella no estaba loca, tampoco se estaba imaginando cosas, ¿verdad?—Sí. —Leandro se quedó de piedra al escuchar la voz de Isabelle, su corazón latió acelerado, las manos le temblaron. ¡Estaba delante de Isabelle!—En esta casa vivimos tres mujeres —le informó ella y Leandro tragó el nudo que le subió a la garganta. No podía dejar que Isabelle lo reconociera o lo poco que había conseguido se echaría a perder.Ella podía pensar lo peor de él y no lo deseaba, por lo que carraspeó y aprovechó la ventaja de traer casco.—Son para la señora Isabelle —murmuró, tratando de cambiar el tono de su voz.—¿Quién las envía? —preguntó ella, notando el cambio en la voz del hombre.—No lo sé, señora, yo solo soy el repartidor.—Entonces, no puedo recibirlas —comentó Isabelle, haciendo que Leandro bajara las rosas que le servía como escudo. Ella no iba a reconocerlo o eso espera
Isabelle se despertó más tarde de lo habitual, aunque no iba a la oficina esa mañana, tenía que alistar a Alessandro para su cita con Leandro. Allí estaba el motivo de su desvelo.Su primer error fue haberle dado crédito a las palabras del repartidor. Leandro no sabía su ubicación el día jueves, ella había hablado con su abuela por la noche y era muy probable que el viernes por la mañana, tampoco lo supiera. Así que, lo mejor que pudo hacer fue descartar esa posibilidad, claro que cuando lo desestimó, pasaba de la media noche.La segunda razón que le quitó el sueño, fue pensar que Leandro estaría en su casa. Sabía que, a partir de hoy, no podría esconderse más, tampoco tenía por qué hacerlo. Ella no había matado a nadie.Los suaves toques a la puerta la sacaron de sus pensamientos.—Adelante —indicó, levantándose de la cama.—¡Buenos días! —la saludó Milena, traía a Alessandro en brazos.—¡Ma! —gritó el niño lanzándose sobre ella.Isabelle lo abrazó y lo besó. Su chiquito traía un pij
Leandro no meditó sus palabras a la hora de ofrecerse, pero no se echaría atrás, sin importar que, él también estaba invitado a ese baile, podría arreglárselas con Luis para no asistir. Pondría cualquier excusa, incluso, podría fingirse enfermo si era preciso, todo con tal de quedarse con su hijo.Él esperó una respuesta por parte de Isabelle; sin embargo, el silencio se extendió entre ellos, y eran únicamente los balbuceos de Alessandro los que evitaban un silencio sepulcral en la sala.—Isabelle —pronunció Leandro, ganándose una seria mirada de su parte.—Alessandro tiene quien lo cuide, Leandro, además, tú tienes que volver, ¿no?—No, no voy a irme de la ciudad y en cuánto a Alessandro ¿quién mejor para cuidarlo que su padre? —le preguntó y sin dejarle responder continúo—. Entiendo tu desconfianza y el que tengas reservas hacia mí, no he sido un buen hombre contigo y con Alessandro, pero he expresado mi arrepentimiento, Isabelle, jamás volveré a hacerle daño a mi hijo ni a ti.Isab
Isabelle sintió la intensa mirada de Leandro sobre ella, sus manos se cerraron en dos fuertes puños para evitar su temblor. Cuando se decidió por el vestido, se olvidó de que él podía estar esperando en la sala, solo se dejó llevar por un momento de entusiasmo. Era su primera fiesta como cabeza de la constructora y quiso lucir guapa. Por lo que escogió un vestido tallado que le marcaba la figura. El peso que había ganado luego del embarazo solo sirvió para que su figura dejara de ser la de una muchachita de dieciocho.La boca de Isabelle se secó en el momento que vio a Leandro levantarse del sillón y caminar en su dirección. ¿Qué era lo que pretendía al acercarse? El que le ofreciera una tregua por el bien de Alessandro no los convertía en amigos, se lo había dejado muy claro. Tal vez… se había equivocado.—Te ves hermosa —susurró él, viéndola con intensidad, conteniéndose para no subir los escalones que la separaban de ella y tomarla entre sus brazos.Isabelle se mordió el labio con