Isabelle miró la hora en su reloj, era tarde y aún tenía que volver a la oficina para recoger los documentos que había olvidado y que tenía que estudiar. Era un nuevo proyecto, el primero que estaba a su cargo, lo cual le generaba nerviosismo. Distraída como estaba, no se percató de la persona que venía en su dirección hasta que fue tarde y terminaron chocando.—¡Lo siento! —se disculpó Isabelle al ver a la joven en el piso. Con prontitud le ofreció una mano y la ayudó a ponerse de pie.—Estoy bien, no te preocupes, también fue mi culpa por no darme cuenta de tu presencia —se disculpó la muchacha.Isabelle le sonrió con amabilidad.—De verdad, ¿no te hiciste daño? —le preguntó y la muchacha negó.—Estoy bien y perdona, pero tengo que irme. Se me hace tarde para llegar al trabajo.—¿Puedo llevarte? —se ofreció Isabelle, era su manera de disculparse.—¿De verdad puedes hacerlo?—Claro, ¿vamos? —preguntó.La joven le sonrió y asintió, caminaron juntas hasta el estacionamiento. La joven s
Isabelle no podía explicar la opresión que sentía en el pecho cada vez que veía el sobre con la resolución del juez. Estaba divorciada de Leandro, pero… ¿por qué dolía? No tenía la menor idea. Tampoco quería pensarlo mucho, entre ellos no había nada más que dolor y resentimiento.«Te amo»No era verdad, Leandro estaba movido únicamente por el sentido de culpa, ahora que sabía que era inocente, quería disfrazarlo de amor. Eso era, el amor no podía haber nacido en medio de aquella tormenta que fue su matrimonio. No podía confiarse de Leandro, quien se atrevió a llevar a otra mujer a su casa y no quería pensar en la cantidad de veces que seguramente le hacía el amor. ¡No, no necesitaba esas imágenes en su cabeza! Lo mejor era guardar esos papeles donde no pudiera verlos y meterse a la cama y dormir. Eso fue lo que hizo, se levantó y metió los papeles en la última gaveta del closet, se metió a la cama y se dispuso a dormir. Mañana sería otro día, un nuevo día. Un nuevo comienzo.A la maña
Isabelle llegó a casa de sus abuelos el sábado al mediodía. No venía sola, Milena la acompañaba y la ayudaba con las cosas de Alessandro, pues no iban a volver hasta el domingo por la tarde.—¡Isabelle! —la emoción de Verónica al verla llegar le hizo sentir bonito. Isabelle tuvo ganas de llorar, la echaba de menos.—Abuela —la saludó con un abrazo y un beso antes de que Alessandro se robara todas las atenciones. Lo que retrasó la presentación de Milena. Una vez que la emoción y la euforia pasó. Isabelle la presentó como la niñera de Alessandro y su amiga. Era muy pronto para eso, pero ella tenía la sensación de que Milena era una buena chica, lo había sentido desde el principio.—Bienvenida, Milena —expresó Verónica con amabilidad.—Gracias, señora Santoro. Es un placer estar en su casa y cuidar de este pequeño. Apenas llevo un día y medio con él y se ha robado mi corazón.—Es algo natural en los hombres de mi familia —dijo ella orgullosa.Milena sonrió, ahora entendía por qué Isabelle
«¿Ser amiga de Leandro? ¿Era eso posible…?»—No te presiones, hija, pero piensa en lo mucho que eso puede ayudar a Alessandro. Él va creciendo y cuando menos te lo esperes será un niño grande y querrá explicaciones sobre ustedes.Isabelle tragó y miró a su abuela.—No lo sé, abuela, no creo que esté lista para mantener una relación cordial con él.—Es un consejo, hija, puedes tomarlo o desecharlo. Solo recuerda que los años no pasan en balde y, sobre todo, ten presente que más sabe el diablo por viejo, que por diablo.Isabelle apartó la mirada y la dejó sobre el rostro de su hijo. Al ver el rastro de lágrimas que aún le humedecían las mejillas, se le encogió el corazón.—No voy a insistir, tú, mejor que nadie sabe lo que es mejor para ti y para el niño —comentó Verónica, sabiendo que estaba dejando la espinita en el corazón de su nieta. Ella no alababa las cosas que Leandro le hizo, tampoco las avalaba, pero algo le decía que ese par albergaba sentimientos románticos y ni siquiera se
Isabelle se movió entre las sábanas, tenía sueño, el cuerpo le dolía y no tenía ánimos de levantarse. Lamentablemente, no podía quedarse en la cama todo el día, tenía responsabilidades con la constructora, así que hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para salir de la cama.Ella abrió los ojos al darse cuenta de que los rayos del sol ya se filtraban por las pesadas cortinas. Tomó el celular para ver la hora y frunció el ceño al darse cuenta de que tenía un mensaje, otro del mismo remitente.Privado: Qué bonito es saberte cerca. Te deseo un día tan especial como tú. ¡Buenos días, mi amor!Isabelle dejó el móvil con cierto nerviosismo. Una vez se podían confundir, pero, ¿dos? Consideraba que no. Aunque, si lo pensaba mejor, nadie más que sus abuelos tenían su número telefónico, pensó en eso. Lo tenía Milena y también la gente de la oficina en caso de alguna emergencia. No, desde que pisó la constructora, su móvil dejó de ser personal, pero dudaba que esos mensajes fueran de alguien
—Isabelle… ¿Tienes un pretendiente? —insistió Milena, mientras ella se agachaba para recoger la nota.—¿Estás loca? No llevo mucho tiempo en esta ciudad como para tener un pretendiente. Debe ser alguien que se ha confundido de dirección —respondió, volviendo a la silla, mirando los girasoles con cierta curiosidad. Aparte de su abuelo, nadie más le había regalado flores.Desde que creyó estar enamorada de Leonardo, había puesto todo su empeño en hacerse notar y se olvidó de todo lo demás. Tuvo uno que otro chico con intenciones de convertirse en su novio, pero los despachó a todos. Ninguno le interesó, por lo que no tenía idea de lo que era un proceso de conquista.El tiempo que duró su matrimonio con Leandro, tampoco tuvo detalles como esos, menos cuando los primeros meses fueron una batalla entre ellos y luego. Luego era mejor no recordar, no quería pensar en lo atento que Leandro se había convertido en los últimos tres meses que duraron casados, porque le dolía.Entonces, ¿quién po
—Isabelle, ¿te sucede algo? —la pregunta de Juan Carlos la volvió a la realidad, ella miró el teléfono una vez más y negó.—Estoy bien, debemos darnos prisa o no tendrás oportunidad de hablar con Milena hasta que regresemos de la universidad —dijo, metiendo el móvil de nuevo a la bolsa.Juan Carlos asintió y volvió a su auto para seguir a Isabelle, quien aún no podía controlar los latidos acelerados de su corazón. Era una reacción que no podía controlar; si lo pensaba mejor, no sabía si era emoción, miedo o un poco de ambas.Isabelle trató de no pensar más en el tema, se concentró en la carretera, lo último que necesitaba en ese momento, era ser descuidada. Tenía un hijo por quien preocuparse y para quien mantenerse a salvo.Pensar en Alessandro, sin querer le hizo pensar en Leandro. Si el sábado había un compromiso que cumplir, no podría viajar a la capital para llevarlo a su cita semanal con su padre, a pesar de no estar obligada a llevarlo, no quería fallarle a su hijo.«También pu
—¿Para la señora de la casa? —preguntó esperando que el repartidor volviera a hablar y le entregara el ramo y verle el rostro. Ella no estaba loca, tampoco se estaba imaginando cosas, ¿verdad?—Sí. —Leandro se quedó de piedra al escuchar la voz de Isabelle, su corazón latió acelerado, las manos le temblaron. ¡Estaba delante de Isabelle!—En esta casa vivimos tres mujeres —le informó ella y Leandro tragó el nudo que le subió a la garganta. No podía dejar que Isabelle lo reconociera o lo poco que había conseguido se echaría a perder.Ella podía pensar lo peor de él y no lo deseaba, por lo que carraspeó y aprovechó la ventaja de traer casco.—Son para la señora Isabelle —murmuró, tratando de cambiar el tono de su voz.—¿Quién las envía? —preguntó ella, notando el cambio en la voz del hombre.—No lo sé, señora, yo solo soy el repartidor.—Entonces, no puedo recibirlas —comentó Isabelle, haciendo que Leandro bajara las rosas que le servía como escudo. Ella no iba a reconocerlo o eso espera