Capítulo 5

CAPÍTULO 5

Max Voelklein.

Ada me odia. Lo sé. La cagué horrible ¿cómo se me ocurrió llevarla a casa de mis padres sabiendo lo egocéntricos que son? Estoy seguro que no volverá a dirigirme la palabra. Estoy listo para ser rechazado. Tendré que, quizás, mantener distancia. Me voy a volver loco. No puedo manejar la situación por más que lo desee. Desde un principio tuve que acudir a un profesional para ayudarla, no ofrecerle tal estupidez de que sea mi sugar baby para mantenerla a mi lado y que no intente suicidarse otra vez.

No sé cómo enfrentará ella toda esta situación de m****a por mi culpa. Cuánto más quiero ayudarla, más la cago.

Eres un imbécil Max.

Tengo nauseas, estoy nervioso viajando junto a ella en el coche a su apartamento. No me habla. Me mandara a la m****a. Me mantengo callado porque no quiero molestarla. Ella no se merece todo esto.

Me vibra el celular en el bolsillo. Lo saco para acallarlo y veo quién me ha mandado mensaje.

“No quiero volver a verte con esa chica. Arruinó la reputación de nuestro restaurante. Tu padre está destrozado.”

Mi madre. Bloqueo el móvil. Lo desbloqueo con la intención de responderle. Niego con la cabeza. Es una pérdida de tiempo.

ADA GRAY.

El mismo auto oscuro nos llevó de nuevo a mi apartamento. Max prefirió optar por el silencio absoluto, sumido en sus pensamientos y aquella actitud rara se me hizo extraña pero era justificable. Luego de presenciar una grata pelea con su madre y su padre debido a mi presencia, era más que claro que ya no quería dirigirme la palabra. Presencié como a cada minuto le llegaba un mensaje de alguien que no logré ver. Seguro prefería hablar con sus conocidos que conmigo.

La idea del suicidio continuaba siendo una buena idea; siempre fastidiaba al resto y arruinaba todo.

El auto estacionó frente a mi edificio y las luces del interior se encendieron. La oscuridad del coche ya no estaba, dejandomé ver a Max finalmente.

—Mañana te enviaré el dinero por el trabajo de esta noche en efectivo dentro de un sobre junto a la dirección del psicólogo. No es muy lejos—dijo finalmente rompiendo el silencio tenso.

Me dolió su tono frío. Daba por hecho que no quería volver a verme. Quería recordarle que él iba a acompañarme, pero aquello iba a sonar tan idiota de mi parte que preferí callarme.

—Gracias—solté en su mismo tono—, buenas noches.

Abrí la puerta, tomando la cartera de mano y bajé del coche. Me hubiese gustado que me haya saludado a último momento, pero al ver qué no había tenido esa intención, cerré la puerta.

El coche se puso en marcha y lo vi alejarse, con un nudo en el pecho. Lo que más me extrañó fue que no se marchaba directo al lujoso edificio que daba a la calle de enfrente y en el cual, vivía.

¿Dónde iba a esas horas de la noche? Me dije rápidamente que eso no era asunto mío.

—¿No te cansas nunca de arruinarlo todo?—me pregunté a mi misma, con el ánimo por el piso.

Subí las escaleras con gran pesar, con los zapatos lastimándome con cada paso que daba. Dios, que noche tan asquerosa. No merecía pasar por todo aquello.

Las lágrimas caían mientras me adentraba en el edificio, parecían ser ya las once de la noche. Solo las luces de los pasillos estaban encendidas y las personas de administración ya se habían marchado.

Llegué a mi piso, prácticamente arrastrando los zapatos y cuando llegué al pasillo, mi vecino Hardi estaba justo abriendo su puerta, asomando la cabeza.

—¿Noche difícil?—me preguntó con un ánimo contagioso apenas me vio.

—¿Quieres follar?—le contesté con otra pregunta, llegando a mi puerta con gran cansancio y pesar.

Hardi era tan apuesto. Su piel era morena cubierta por tatuajes, ojos verdes y labios gruesos. No recordaba si tenía veintiocho o veinticinco años.

Me miró sorprendido pero con una sonrisa picarona.

—Hace mucho que no me lo pides, Ada—me dijo, abriendo su puerta para salir al pasillo.

—No estuve bien últimamente, pero eso se ha terminado hoy—me excusé.

—Veo que tuviste una mala noche. Tienes el maquillaje de tus ojos corrido, pareces un pequeño mapache.

¿Qué demonios tenían los hombres en la cabeza para compararme con animales pequeños?

—Este pequeño mapache te pide que lo folles.

Rió entre dientes, dispuesto a ofrecerme una noche que logrará calmarme y hacerme olvidar de todo.

Abrí la puerta sin tomarme la molestia de ponerle llave ya que estaba rota y encendí la luz.

—Gracias por vigilar el apartamento mientras yo no estaba—le agradecí—. Bájame el cierre de del vestido por favor. Me está apretando mucho y es insoportable.

Hardi cerró la puerta, colocando una de las sillas pesadas que tenía contra ella y procedió a bajar el cierre del vestido, haciéndome sentir su calor corporal detrás de mi espalda.

—Eres una hermosura, m*****a sea—me decía, mientras bajaba el cierre y llenaba de besos mi delicado cuello—, no sé dónde has ido, pero estoy seguro que infartaste con ese trasero que tienes a más de uno.

Ojalá hubiera sido una magnifica noche como él tanto imaginaba.

El vestido rojo cayó al suelo, dejandomé únicamente con mis bragas y medias de encaje negras y los zapatos.

Cuando estaba apunto de quitarme las bragas, Hardi me paró en seco.

—No, quédate así. Quiero follarte así—me susurró, mordiéndome el lóbulo de la oreja y pegando su enorme erección contra mi trasero.

—Mierda, como te he extrañado—logré decir apenas, ya que me faltaba el aliento.

Hace cuanto tiempo no tenía contacto carnal...

—Y yo a ti, Ada.

Hardi y yo solíamos follar mucho, pero las cosas se habían nublado cuando comencé a perderme en mis negativos pensamientos, aislandomé yo misma de las personas.

Cuando me di cuenta me había levantado del suelo y me lanzó delicadamente a la cama, que no tardó en rechinar por mi peso. Era una cama barata que por cada movimiento hacia un ruido distinto e incómodo.

Desnuda bajo el cuerpo de Hardi, no tardó en empezar a penetrarme con delicadeza luego de colocarse el último condón que quedaba en mi mesa de noche. Su rostro lleno de placer era todo lo que necesitaba ver, y cerré los ojos tras suprimir un gemido. No sé por qué quería ver el rostro de Max y no él de Hardi.

¿Qué demonios me estaba ocurriendo?

Cada embestida era algo brusca, algo incómoda y cada tanto le decía que fuera un poco más conciderable ya que no era una m*****a muñeca inflable. Demonios, Hardi.

Apretando uno de mis muslos con sus manos y la otra uno de mis senos, estaba listo para acabar. La respiración de él comenzó a aumentar, a contraerse, empezar a maldecir. Sabía que cuando Hardi hacía eso …

—Mierda, Ada—masculló, transpirado y dejando caer su cuerpo al costado del mío, agitado y sin tomarse la molestia de retirarse el condón.

¿Tan rápido acabó?

—Yo no acabé—le recordé, en seco.

Me miró, encogiéndose de hombros.

—¿Tengo que pedirte disculpas por ello? Follar es cómo una carrera, Ada; el que acaba primero gana. Tú debiste esforzarte por acabar.

Lo que me faltaba...

—¿Pero qué demonios estás diciendo, Hardi?¿Me tomas el pelo?¡Ni siquiera estimulaste mi clítoris!

Me miró como si estuviera loca, sin entender por qué estaba reaccionando así.

—¡Pero si te he penetrado ahí!

Si hubiera tenido café en mi boca lo hubiera escupido.

—¡Toma clases de educación sexual y luego podremos acostarnos!¡Dios mío!—me escandalicé, sin poder creer lo que había dicho.

—Ada ¿qué te pasa?¡Siempre la pasamos bien juntos y ahora te la das de exigente!

Caminé hacia mi pequeña cajonera para buscar uno de mis remerones largos que no tardé en colocarme encima para tapar mi desnudes.

—¿En serio no sabes dónde demonios está el clítoris, Hardi?

Bufó, ironica, rodando los ojos y mirándome cómo si le negara que dos más dos es cuatro. Luego, su orgullo varonil desapareció bruscamente y negó con la cabeza, sin ni siquiera mirarme.

Solté el aliento, comprendiendo tarde que estaba siendo demasiado exigente con él.

—El orgasmo femenino también es importante, Hardi.

—Ahora comprendo por qué Beth me dejó.

Me senté a su lado, extrañada por su confesión.

—También se quejaba cuando follabamos, me decía que era bruto y que no entendía lo que ella quería —prosiguió—. Beth se cansó y me dejó, hace un par de días se ha ido del apartamento, con su gato y sus maletas. El sexo fue aquello que desbordó el vaso. Aunque hace dos días le he enviado un mensaje para ver si podíamos hablar de lo nuestro y accedió, mañana a la noche nos veremos.

—Práctica conmigo.

Me miró, con las cejas levantadas.

—¿Qué?

—Práctica el sexo conmigo para recuperar a Beth—le repetí.

—A veces creo que estás loca, Ada.

Tomé mi celular y busqué la imagen de una vagina dibujada. Lo encontré y se lo mostré haciéndole zoom en ella.

—Lo que aquí ves es el clítoris, ese punto diminuto necesita estimulación para que la mujer llegue al orgasmo. Puedes hacerlo si mojas tus dedos y lo acaricias haciendo formas circulares en él o puedes hacerlo con la lengua. Debes abrir ambos labios para llegar a él, no penetrar a lo bestia, Hardi —miró la imagen atentamente, como si lo viera por primera vez—. Una cosa que te aconsejo: cuándo la penetres, acaríciale a la vez la zona, veras como llega al orgasmo más pronto de lo que crees.

Me puso la mano en la pierna y me miró a los ojos.

—¿Podemos practicar?

Algo en mí me dijo que retrocediera, ya que ahora no me encontraba segura de que fuera algo indicado si intentaba recuperar a una mujer.

—Mejor práctica con ella, creo que con lo que te he indicado te servirá para que ambos puedan descubrirlo juntos.

Me miró con una media sonrisa en sus labios y me atrajo hacia él en un abrazo.

Le devolví la sonrisa y no sé por qué se me dio por mirar la ventana que daba al apartamento de en frente, la de Max. Para mi sorpresa, la luz de su habitación estaba encendida y no estaba sólo, si no, con una chica con la cual compartían una copa de vino.

MAX VOELKLEIN.

Minutos antes...

Con los pies arrastrados regreso agotado a mi apartamento. Declaro que fue la peor noche de mi vida. Me aflojo la corbata y el saco. Me duele el cuerpo por lo tensionado que estuve. Agotado, busco en mi bolsillo la tarjeta magnética que abre más rápido la puerta de mi hogar.

Pero el ascensor que da acceso al pasillo de la entrada se abre de par en par, dándome a entender que esta noche no estaré solo.

—Sé que nuestra relación terminó, solo vine con la intención de darle un adios.

La voz de Melody que golpea mi espalda me deja mudo. Me doy la vuelta y la veo venir hacia mí con un deseo que oculta en su mirada apenada.

Los rizos castaños de mi ex novia caen sobre sus hombros y su despampanante vestido negro ajustado al cuerpo ya no me causan ese atractivo que fue una de las cosas que me conquistó. Ella es hermosa, por supuesto que sí, pero nuestra relación se había desgastado debido a que ambos viajábamos mucho.

—Siempre vienes con el mismo pretexto de decir adiós —le sonrío y la saludo con un beso en la mejilla —¿Cómo estás?

Abro la puerta del apartamento y la dejo ingresar primero.

—Bien —suelta un suspiro —. Bueno, se supone que debo estar así cuando una está a punto de oficializar un noviazgo con un italiano.

Me dirijo a la cocina, extrañado por su inesperada noticia.

—¿Te pondrás de novia? Vaya.

Melody se saca los zapatos con la ayuda de los dedos de sus pies y los deja en la entrada mientras me dedica una media sonrisa.

—Sí, por eso tengo ganas de despedir mi soltería contigo, pelirrojo —se acerca a la isla y se sienta en una de las butacas tomando la copa de vino que acabo de servirle.

Rodeo la isla y me quedo a su altura.

—Tuviste una noche de m****a ¿verdad? —me pasa una mano por la mejilla y tomo rápidamente distancia.

Cuando se pone melosa es imposible sacársela de encima.

—Discusión con mis padres.

—¿Siguen con la absurda idea de que tengas una sugar baby?

—Sí —confirmo, llevándome la copa a los labios y bebiendo un largo trago tras recordar la m*****a fiesta.

Ojalá puedas perdonarme por llevarte a la boca del lobo, Ada.

—Max, eres un hombre solitario que sabe también divertirse con citas de una noche ¿por qué no lo consideras? Tienes dinero de sobra.

—Me sentiría un sucio de m****a si le pago a alguien para que me haga compañía, Mel —le confieso ante su idea.

La primera regla en ese mundo estúpido es no encariñarte con esa persona, que no vaya más allá. Si hay sentimientos de por medio.

Ada empezaba a afectarme. No llevaba ni un día de conocerla que ya empezaba a tenerle cariño.

Mis ojos se desvían, quizás por instinto o por reflejo. No tengo ni p**a idea. Pero se pausaron en la ventana de su habitación. Tuve que enfocar bien la vista para detectar lo que jamás esperé, aunque era predecible.

Ada tiene compañía en su cama. El hombre está de espalda, sentada junto a ella.

Un momento ¿él está desnudo?

Ella tiene una playera que le queda gigantesca. Están hablando hasta que sus ojos grises se desvían hacia mi ventana.

El que debería estar en esa habitación tendría que ser yo. Dejándome llevar por mis impulsos, cuando Melody decidió mirar en la misma dirección que yo corrí su rostro con mi mano y le devoré la boca de un beso.

ADA GRAY.

La luz de mi habitación también estaba encendida, así que supongo que fue algo del momento que se nos cruzaran las miradas. Max me miraba a la distancia, y cuando su compañía vio que algo había captado su atención, decidió mirar a dónde él tenía puesto los ojos pero se lo impidió, tomando su mejilla con la palma de su mano. Besó a la chica que parecía tener el cabello castaño claro y un vestido negro ajustado.

Me quedé helada, literalmente la estaba besando apasionadamente mientras me miraba. Tragué con fuerza, sintiendo mis mejillas acaloradas.

—¿Puedes hacerme un último favor? —le pregunté a Hardi, sabiendo perfectamente que yo no estaba orgullosa por lo que estaba a punto de soltarle.

—Dime.

—¿Tú estás completamente separado de Beth?

—Sí, estoy soltero.

—Follame de nuevo, entonces.

Fui yo esta vez quien enlazó mis manos detrás de la enorme nuca de Hardi, para traerlo hacia mis labios y así. Mientras lo besaba, miraba a Max, quién ahora tenía el rostro desfigurado y noté que estaba besando con más intensidad a la chica.

Yo lo imité. Me subí a horcajadas de Hardi, sentándome entre sus piernas mientras rosaba mi sexo con su enorme erección. Max, por su parte, había destapado los senos de la chica, quien parecía gozar mientras él le pasaba la lengua por los pezones sin apartar sus ojos de los míos.

Hijo de...

—Ada, nos quedamos sin condones —susurró Hardi de manera lenta, ya que parecía lo bastante excitado.

—No, nos quedamos sin condones, tengo otro más en el cajón —le dije.

—¿Por qué me mentiste diciéndome que sólo te quedaba uno?

—Porque me estabas follando horrible, Hardi —rodé los ojos.

Saqué un condón de la mesa de noche, sin dejar de mirar a Max con cierta arrogancia. Él, mientras tanto, tenía contra una pared a la chica, quien parecía estar gimiendo mientras la lengua de Max le hacía sexo oral. Mis piernas se contrajeron ante ese espectáculo y sentí como mi deseo empezaba a aumentar.

Estaba entre enojada y excitada.

No tardé en ponerle el condón a Hardi y meter su miembro erecto en mi interior. Solté el aliento y cerré los ojos, sintiendo cómo él comenzaba a moverlo y yo empezaba a subir y bajar de manera cuidadosa hasta que este se acomodara.

Para mi sorpresa, Max se estaba follando a la chica de cabello castaño, luego de levantarle el vestido a la altura de la espalda. Esta se aferraba a la pared mientras él la penetraba por detrás, tomando con sus manos cada costado de sus caderas. El muy imbécil me seguía mirando, con su cuerpo tenso y claramente soltando ruidos roncos, disfrutando el momento.

Comencé a moverme más rápido arriba de Hardi. Lo abracé, aferrándome a él mientras la intensidad aumentaba al igual que mis gemidos. Max penetraba cada vez más fuerte a la chica al verme de esa forma.

Cómo forma de castigo, me saqué la camiseta larga, dejando mis pechos al descubierto. Max paró bruscamente de follar y abrió levemente sus labios, mirándome anonadado y sin dar crédito de lo que veía.

Arqueé una ceja, sonreí, maliciosa y le saqué el dedo del medio. Hardi no se dio cuenta, estaba demasiado concentrado penetrándome.

Max soltó a la chica, furioso, cerró la cremallera de su pantalón y cerró la cortina, dejándome consternada por su reacción, pero bastante orgullosa de que había logrado afectarlo.

Hardi acabó, dejándose caer de espaldas a la cama y con los brazos abiertos. Yo me quedé allí, arriba de él, algo confundida por lo que acababa de pasar.

¿Por qué habíamos hecho eso? ¿Con qué intención?¿Qué demonios con Max? No comprendía nada, ¿fue para herirnos mutuamente o simplemente disfrutábamos ver al otro en aquella situación tan intima? No sabía cómo definir los sentimientos por los cuales estaba atravesando, estaba helada.

—¿Te hice acabar? —me preguntó Hardi, regresándome a la realidad, mientras él trataba de recuperar el aliento.

—No, pero no estuviste nada mal, Hardi.

—¿Puedo dormir aquí? Estoy desnudo y me da pereza regresar a mi apartamento.

Asentí con una sonrisa, apartándome algunos mechones de pelo pegados a la cara.

No sabía que estaba tan agotada hasta que puse mi cara en la almohada y me dormí al instante, soñando que Max me follaba a mí.

MAX VOELKLEIN.

Cerrar la cortina con el corazón acelerado por la adrenalina del momento fue lo mejor que hice para no verla cogiendo con otro. Melody se acomoda el vestido. Su rostro brillante por el sudor y sus mejillas rosadas me demuestran que estuve bien.

Si tan solo supiera que no estaba pensando en ella cuando la poseía. No me gusta hacia dónde se dirigen mis pensamientos.

—¿Quién es la vecina? —me pregunta mi ex, divertida —Porque antes tú no me follabas de esa forma tan salvaje, Voelklein.

Me subo la cremallera y me acomodo la camisa mientras me dirijo a la barra. Me sirvo uno de los wiskis más caros del mercado en un vaso de cristal y me lo bebo como si fuese agua en el desierto.

—A mí también me gustaría saber quién es la vecina —le respondo tras quemar mi garganta.

Esa noche soñé que le hacia el amor a Ada Gray.

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