* * * * * * * * Lorey * * * * * * * *—Su casa es muy bonita —le comento mientras salimos a una especie de jardín trasero.—Gracias —responde cordial (pero aun manteniendo aquella seriedad que había mostrado desde que salí de la habitación y lo vi parado afuera de esta, esperándome).—Mi amiga ya me envió la ubicación del hotel y el nombre —le informo; y aquel se gira a verme; y asiente con cordialidad—. Ya pedí un taxi también y… —alargo mientras miro mi móvil— este ya está por llegar en menos de un minuto —le preciso al revisar el tiempo estimado que se marcaba en la pantalla de mi celular.—No la dejaré irse en un taxi, Lorey —contesta el hombre al tiempo en que se detiene; y yo hago lo mismo—. Yo la llevaré a su casa —puntualiza firme.—Aceptaría su propuesta, Leonardo —lo miro fijamente—, pero, desde hace un rato, noto que está usted muy extraño —le confieso; y aquel parece apenarse—. Así que imagino que debe tener algún problema o inconveniente que debe solucionar —menciono—. Si
* * * * * * * * Lorey * * * * * * * *—Leo… Leonardo —lo nombro al separarme de él para volver a controlar mi agitada respiración.—Lorey… perdón —precisa un tanto apenado.—¿Qué? No, no —le sonrío—. No lo alejo porque no me esté gustando —le preciso al tomar sus mejillas para darle un beso sobre sus labios—. Lo que sucede es que mis amigos han de estar muy preocupados por mí y… —le doy otro beso— debo ir a verlos antes de que llamen a mi padre e inicien una búsqueda internacional por mí —comento divertida; y aquel se ríe un poco.—Entonces… —susurra un tanto deseoso aún—, ¿me está diciendo que me está salvando de ir preso por secuestrarla? —cuestiona divertido y, ante su idea, solo opto por reírme.—No es lo que he dicho, pero bueno —sonrío para después, mirarlo fijamente—. ¿En serio se irá? —le pregunto de pronto; y aquel deja de sonreír de forma casi inmediata.«Carajo, Lorey», me reclamo.«Tú no sabes cuándo quedarte callada», me digo al ver la forma tan rápida en la que el hombre
* * * * * * * * Lorey * * * * * * * *—Esto sí que es una sorpresa —me giro a mirarlo mientras estamos en el interior de su lujoso auto deportivo—. Vivimos demasiado cerca —comento divertida—. ¿Cuánto hemos demorado en llegar aquí? ¿Seis? ¿Siete minutos?—Pues, para ser exactos, solo nos tomó poco más de cinco minutos —me responde sereno al mirarme y sonreírme.—Casi nada —susurro al mirar sus ojos y, curiosamente, perderme en ellos.—Sí, casi nada —murmura como para sí al tiempo en que dirige toda su atención a mí.—Ya debo bajar —le anuncio con mucha tranquilidad.—Ha sido un placer conocerla, Lorey…—Lo mismo digo, Leonardo —respondo con calma; y aquel me sonríe—. En tres meses, viajaré a Roma, espero que se nos dé encontrarnos…—¿Viajará a Roma en tres meses? —inquiere con interés; y yo asiento.—Sí, viajaré a Roma en tres meses —le confirmo—. Francis, el esposo de Chiara, está trabajando para una firma Italiana y, si bien, por el momento, solo es necesaria su presencia de una vez
* * * * * * * * Lorey * * * * * * * *—¡Lorey! —exclama Chiara cuando me ve entrar a mi departamento y, de inmediato, se acerca a mí y me abraza.—Chaira —la nombro al tiempo en que la estrecho con delicadeza.—Por dios, Lorey, ¿dónde te habías metido? —parece reclamarme (lo cual me hace sentir apenada, ya que notaba que mi mejor amiga estaba preocupada.—Tranquila, Chiara, estoy bien —le susurro a la vez que me alejo, lentamente, de ella.—Pero… ¿en dónde te habías metido, Lorey? —inquiere con una mezcla de preocupación, reclamo, seriedad, cariño, etc. (lo cual me hace sonreír internamente).—Salí un rato, Chiara —contesto con la mayor tranquilidad posible.—Vi tus llamadas de hoy en la madrugada —precisa mi amiga—. Te las devolví, pero no me contestabas, así que subí a verte, toqué tu puerta muchas veces, pero no salías —me cuenta un tanto angustiada.—Ya estoy aquí, Chiara —preciso al decidir abrazarla otra vez—. Disculpa por haberte hecho preocupar —le pido verdaderamente apenada;
* * * * * * * * Leo * * * * * * * *—Señor, sus maletas ya están listas —me informa mi ama de llaves.—Muchas gracias, Mariana —respondo gentil al girarme a verla.—¿Desea algo más, señor? —me pregunta gentil—. ¿Desea que llame a la casa en Roma para anunciar su llegada?—No, no —me apresuro en responder—. No, Marian, muchas gracias —contesto amable—. Quiero que sea una sorpresa para mis hijos —le digo—. Estoy seguro de que, si anuncias mi llegada, le avisarán a Binca y ella avisará a mis hijos…—Entiendo, señor —me sonríe tierna—. Entonces no diré nada.—Gracias, Mariana.—Bueno… —suspira la mujer—, fue un gusto haberlo visto nuevamente, señor Leonardo —menciona de pronto—. Espero que tenga un buen viaje y, si no es mucho pedir, me gustaría que pueda enviarles mis saludos a los niños —me pide algo penada y, ante ello, solo me queda sonreír.—Claro que les daré a mis hijos tu saludo, Mariana —puntualizo firme—. Es más, creo que pronto podrás verlos —le anuncio y, ante la noticia, la m
* * * * * * * * Leo * * * * * * * *—Pero… ¿qué haces tú aquí? —le cuestiono extrañado, al hombre que está parado en la entrada de mi sala.—Lamento venir a molestarte en tus vacaciones, pero… —camina hacia mí con un sobre en sus manos— lo que tanto habíamos estado esperando, llegó —me anuncia al tiempo en que, de manera sorpresiva, aquel comienza a sonreír de forma amplia y libre.—¿A qué te refieres? —cuestiono expectante al mirarlo.—¿Cómo que a qué me refiero, Leo? —parece reclamarme, pero sin perder su felicidad—. ¿Qué es lo que hemos estado esperando desde hace mucho? —inquiere sonriente y, cuando me pregunta ello, caigo en cuenta de lo que se refería.—¿Acaso?—¡Sí! —exclama feliz—. ¡Sí es eso! —reafirma al tiempo en que, sin esperarlo, se acerca a mí y me abraza efusivamente.—No, no lo puedo creer —expreso sorprendido mientras sonrío al corresponder el abrazo de mi mejor amigo.—¡Sí, Leo! ¡Se logró! ¡Lo lograste! —exclama contento al separarse de mí.—No, no, no, Max —articul
* * * * * * * * Leo * * * * * * * *—Tú debes estar bromeando —articula divertido al sonreír mientras niega con la cabeza para después, beber un poco más del espumante, pero, esta vez, directo de la botella.—No, Max —le respondo firme—. Regreso a Roma —reafirmo y, en el momento en que le digo aquello, este deja de beber y se gira inmediatamente hacia mí para observarme con su ceño fruncido (el cual era un gesto bastante común, en mi amigo, cada vez que este se encontraba o se sentía confundido.—Pero… ¿Por qué? –interroga verdaderamente interesado sin dejar de observarme.Ante su pregunta, no sabía cómo responder, ya que era bastante difícil.¿Qué le iba a decir?... ¿Qué le fui infiel a mi esposa con una mujer a la que apenas conocí en un día?...«Dios, ¡vamos, Leo!», me reclamo en silencio.«No puedes decirle eso», determino en mi mente.—¿Leo? —me habla mi amigo— ¿Qué pasa? ¿Por qué quieres regresar tan pronto? —inquiere confuso—. Yo creí, realmente, que querías tomarte este tiempo
* * * * * * * * Leo * * * * * * * *—¡Leonardo! —vuelvo a escuchar la voz de mi amigo.—¿Qué? ¿Qué sucede? —le pregunto al no entender por qué había levantado su voz—. ¿Qué pasa? —le pregunto confundido al tornar mi mirada hacia él y, cuando lo hago, puedo observar cómo aquel me mira de una manera extraña (como si estuviese escrutando en mi mirada para poder adivinar qué es lo que me pasaba.—Leo —me mira con cierto ápice de preocupación también— ¿Qué pasa? —interroga serio—. De pronto, de la nada, dejaste de tomarme atención —señala confuso—, es como si te hubieses olvidado de que alguien más existiese señala—. ¿Qué sucede, Leo? ¿Por qué estás así? —inquiere verdaderamente interesado.—Tranquilo, Max, no es nada —respondo, finalmente, al decidir no contarle lo que había sucedido entre la mujer que acababa de conocer y yo.—Leonardo, nos conocemos desde niños —me recuerdo al mirarme fijamente— Algo te pasa —afirma—. Pensé que estabas así porque ya querías regresar a Roma con la decisi