* * * * * * * * Leo * * * * * * * * * *—Creo que ya debo irme —precisa la mujer cuando hemos logrado calmar nuestras escandalosas risas.—Ah… sí, claro —susurro al seguir mirándola; y ella sonríe.«Hermosa sonrisa», pienso de repente y, de forma involuntaria, sonrío también.—Ah…, ¿dónde podría cambiarme? —me pregunta al hacer un gesto un poco extraño (como si estuviese apenada y divertida a la vez). No sabía cómo describir sus gesticulaciones; eran bastante extrañas, pero… pero le quedaban muy bien—. ¿Leo? —arquea una de sus cejas.—Ah, perdón —le digo al tiempo en que me levanto de mi cama mientras me cubro la parte inferior de mi cuerpo con una de las sábanas—. Usted —la miro fijamente— puede quedarse aquí —le señalo—. Yo iré a la otra habitación a cambiarme —le informo; y aquella asiente.—Muchas gracias —expresa gentil y sonriente.—Bueno, entonces la dejo para que se vista —preciso y, luego de ello, me dirijo hasta mi puerta y giro la perilla para abrirla.Cuando estoy a punto
* * * * * * * * Leo * * * * * * * *—Usted se dedica a los negocios, ¿cierto? —me pregunta de pronto.—Sí; es cierto —confirmo su teoría; y ella sonríe.—Siendo sincera, este modo de vestir —mira el clóset—, cada conjunto que hay aquí, pues sí creo que lo ayuda mucho a transmitir que es usted un genio para los negocios y con mucha autoridad —asevera—. Si ese era su objetico, pues, definitivamente, lo logró —manifiesta—. Sin embargo, de por sí, usted transmite mucha seguridad y todo eso que se necesita en el rubro que usted trabaja, así que, desde mi humilde opinión, que no es la de una experta —aclara; y yo sonrío.—Me gustaría escuchar lo que piensa —le digo; y ella sonríe.—Bueno… —suspira al mirarme—, en mi opinión, creo que usted no necesita de algo que lo ayude a transmitir ello, ya que, de por sí, usted mismo lo hace, así que su ropa, según lo poco que lo he conocido, podría variar de cierta manera…—¿Cómo variar? —inquiero curioso.—Pues… —mira todo lo que hay en el clóset otra
* * * * * * * * Leo * * * * * * * *—Bueno, creo que ya debemos ir a bañarnos y vestirnos —precisa la mujer al mirarme y, como siempre, sonriente.—Sí, tiene mucha razón —le respondo al perderme en su mirada.—Bieeeen… —alarga suavemente— entonces, ya voy… saliendo —determina al señalar la puerta.—Ah sí —respondo al reaccionar— yo… yo… —me aclaro la garganta— yo también debo irme —señalo un tanto nervioso y no entendía a qué se debía.—Bueno, voy avanzando —indica ella para después darse media vuelta y comenzar a caminar hacia la salida de mi clóset, solo con una toalla envolviendo su cuerpo (toalla que… me dejaba ver la parte superior de su espalda, la cual estaba perfectamente adornada por pecas).Luego de que la mujer saliera del clóset y de que escuchara cómo cierra una puerta (la que imaginó debe ser del baño), yo decido hacer lo mismo que ella: decido abandonar mi clóset para ir a una habitación de huéspedes y bañarme.Cuando llego al cuarto que había elegido, me dirijo rápidam
* * * * * * * * Lorey * * * * * * * *—Su casa es muy bonita —le comento mientras salimos a una especie de jardín trasero.—Gracias —responde cordial (pero aun manteniendo aquella seriedad que había mostrado desde que salí de la habitación y lo vi parado afuera de esta, esperándome).—Mi amiga ya me envió la ubicación del hotel y el nombre —le informo; y aquel se gira a verme; y asiente con cordialidad—. Ya pedí un taxi también y… —alargo mientras miro mi móvil— este ya está por llegar en menos de un minuto —le preciso al revisar el tiempo estimado que se marcaba en la pantalla de mi celular.—No la dejaré irse en un taxi, Lorey —contesta el hombre al tiempo en que se detiene; y yo hago lo mismo—. Yo la llevaré a su casa —puntualiza firme.—Aceptaría su propuesta, Leonardo —lo miro fijamente—, pero, desde hace un rato, noto que está usted muy extraño —le confieso; y aquel parece apenarse—. Así que imagino que debe tener algún problema o inconveniente que debe solucionar —menciono—. Si
* * * * * * * * Lorey * * * * * * * *—Leo… Leonardo —lo nombro al separarme de él para volver a controlar mi agitada respiración.—Lorey… perdón —precisa un tanto apenado.—¿Qué? No, no —le sonrío—. No lo alejo porque no me esté gustando —le preciso al tomar sus mejillas para darle un beso sobre sus labios—. Lo que sucede es que mis amigos han de estar muy preocupados por mí y… —le doy otro beso— debo ir a verlos antes de que llamen a mi padre e inicien una búsqueda internacional por mí —comento divertida; y aquel se ríe un poco.—Entonces… —susurra un tanto deseoso aún—, ¿me está diciendo que me está salvando de ir preso por secuestrarla? —cuestiona divertido y, ante su idea, solo opto por reírme.—No es lo que he dicho, pero bueno —sonrío para después, mirarlo fijamente—. ¿En serio se irá? —le pregunto de pronto; y aquel deja de sonreír de forma casi inmediata.«Carajo, Lorey», me reclamo.«Tú no sabes cuándo quedarte callada», me digo al ver la forma tan rápida en la que el hombre
* * * * * * * * Lorey * * * * * * * *—Esto sí que es una sorpresa —me giro a mirarlo mientras estamos en el interior de su lujoso auto deportivo—. Vivimos demasiado cerca —comento divertida—. ¿Cuánto hemos demorado en llegar aquí? ¿Seis? ¿Siete minutos?—Pues, para ser exactos, solo nos tomó poco más de cinco minutos —me responde sereno al mirarme y sonreírme.—Casi nada —susurro al mirar sus ojos y, curiosamente, perderme en ellos.—Sí, casi nada —murmura como para sí al tiempo en que dirige toda su atención a mí.—Ya debo bajar —le anuncio con mucha tranquilidad.—Ha sido un placer conocerla, Lorey…—Lo mismo digo, Leonardo —respondo con calma; y aquel me sonríe—. En tres meses, viajaré a Roma, espero que se nos dé encontrarnos…—¿Viajará a Roma en tres meses? —inquiere con interés; y yo asiento.—Sí, viajaré a Roma en tres meses —le confirmo—. Francis, el esposo de Chiara, está trabajando para una firma Italiana y, si bien, por el momento, solo es necesaria su presencia de una vez
* * * * * * * * Lorey * * * * * * * *—¡Lorey! —exclama Chiara cuando me ve entrar a mi departamento y, de inmediato, se acerca a mí y me abraza.—Chaira —la nombro al tiempo en que la estrecho con delicadeza.—Por dios, Lorey, ¿dónde te habías metido? —parece reclamarme (lo cual me hace sentir apenada, ya que notaba que mi mejor amiga estaba preocupada.—Tranquila, Chiara, estoy bien —le susurro a la vez que me alejo, lentamente, de ella.—Pero… ¿en dónde te habías metido, Lorey? —inquiere con una mezcla de preocupación, reclamo, seriedad, cariño, etc. (lo cual me hace sonreír internamente).—Salí un rato, Chiara —contesto con la mayor tranquilidad posible.—Vi tus llamadas de hoy en la madrugada —precisa mi amiga—. Te las devolví, pero no me contestabas, así que subí a verte, toqué tu puerta muchas veces, pero no salías —me cuenta un tanto angustiada.—Ya estoy aquí, Chiara —preciso al decidir abrazarla otra vez—. Disculpa por haberte hecho preocupar —le pido verdaderamente apenada;
* * * * * * * * Leo * * * * * * * *—Señor, sus maletas ya están listas —me informa mi ama de llaves.—Muchas gracias, Mariana —respondo gentil al girarme a verla.—¿Desea algo más, señor? —me pregunta gentil—. ¿Desea que llame a la casa en Roma para anunciar su llegada?—No, no —me apresuro en responder—. No, Marian, muchas gracias —contesto amable—. Quiero que sea una sorpresa para mis hijos —le digo—. Estoy seguro de que, si anuncias mi llegada, le avisarán a Binca y ella avisará a mis hijos…—Entiendo, señor —me sonríe tierna—. Entonces no diré nada.—Gracias, Mariana.—Bueno… —suspira la mujer—, fue un gusto haberlo visto nuevamente, señor Leonardo —menciona de pronto—. Espero que tenga un buen viaje y, si no es mucho pedir, me gustaría que pueda enviarles mis saludos a los niños —me pide algo penada y, ante ello, solo me queda sonreír.—Claro que les daré a mis hijos tu saludo, Mariana —puntualizo firme—. Es más, creo que pronto podrás verlos —le anuncio y, ante la noticia, la m