Diana miró a Alexander, él se había quitado la corbata, la chaqueta de su traje y comenzó a desabrocharse la camisa.—Señor guapo, la que va a desnudarse para ti soy yo, no te apresures —bromeó e intentó borrar de su mente todo lo ocurrido esa noche.Alexander la miró y se detuvo.Su expresión era la de un niño al que regañaban y no le dejaban obtener lo que deseaba.—Solo quiero ponerme cómodo para disfrutar del espectáculo, no seas tan dura conmigo, no todos los días la mujer que uno ama decide hacerle un regalo así.Él continuaba diciéndole que la amaba, aunque a ella ya le costaba creerlo después de todas las comparaciones.Su autoestima había quedado muy dañada de su anterior matrimonio y con todo lo ocurrido en su vida.La actitud de Alexander tampoco ayudó a reafirmar que ella era digna de ser amada como cualquier otra mujer y ya le costaba creer sin importar cuántas veces se lo dijeran.No quería continuar haciéndose ilusiones con más palabras vacías, al final lo que importaba
Diana apenas dormitó esa noche, aunque el cansancio que sentía por todo el estrés que había pasado esos días estaba haciendo mella en ella.Se obligó a no cerrar los ojos porque si lo hacía no podría despertar a tiempo para marcharse antes de que Alexander notara su falta.Su vuelo salía a las ocho de la mañana y debía estar allí con antelación.El sol apenas comenzaba a vislumbrarse por el horizonte cuando Diana intentó quitar el brazo de su marido de encima de su cuerpo.Alexander no la había soltado en toda la noche y permanecía aferrado a ella como si presintiera que se iba a marchar.Tenía que ser rápida, no pensaba llevarse ni la maleta, solo se vestiría y saldría sin despertarlo.Con sigilo buscó un trozo de papel para escribirle una nota que dejaría junto al sobre.Se metió en el baño y la garabateó a prisas mientras se acicalaba lo más rápido que le era posible y sin hacer ruido.Cuando salió del baño dio un grito al encontrarse a Alexander de pie, junto a la cama y mirando el
Alexander entró en la habitación del hotel con una bolsa en la mano.Había logrado encontrar un establecimiento abierto las veinticuatro horas y logró conseguir algo de comida decente para Diana.Se sintió angustiado, el sueño que había tenido todavía se repetía en su mente y más la sensación tan terrible de pérdida con la que se había despertado.Cuando vio su lado de la cama vacío y pensó que su pesadilla se había hecho realidad creyó que el mundo se le vendría encima.Si no fuera porque ella tenía hambre, tras esa horrible sensación no la habría dejado ni un momento sola.—Cariño, espero que sigas con hambre porque te conseguí el desayuno —dijo y se encontró como el día anterior, hablando solo.Se dirigió a la habitación donde dormían, pero allí tampoco estaba.Recorrió cada espacio, incluso miró en el armario pensando que aquello era alguna especie de broma pesada.La habitación parecía vacía, fría y el silencio era ensordecedor.Trató de mantener la calma mientras sus ojos buscab
Alexander se encontraba sentado en la cama de su habitación del hotel, con el teléfono en la mano e intentando llamar a Diana una vez más.Aún no se había recuperado de la impresión que le dio ver el contenido de ese sobre.Se sentía burlado y no dejaba de pensar en sus hijos y en la reacción que tendrían al saberlo.Volvió a marcar el número de su esposa, porque por más que Rebeca estuviese viva, para él su mujer continuaba siendo Diana.El teléfono saltó directo al buzón de voz y de nuevo volvió a dejar un mensaje pidiéndole que lo llamara en cuanto los escuchara.No pensaba desahogarse con aquella máquina, quería una explicación, saber de dónde había sacado esa información sobre Rebeca y dejarle muy claro que no iba a rendirse.Miró a su alrededor y llegó a una conclusión, encerrado allí no conseguiría nada.Dudaba mucho de que Diana continuara en la ciudad, por lo que la conocía lo más probable es que se encontrara de camino a casa y lo primero que haría sería contactar a sus hijo
Diana salió de la casa de sus suegros con el corazón roto y la mente nublada de tanta preocupación. Había ido a visitarlos con la esperanza de que le permitieran llevarse a sus hijos, pero en lugar de eso, se encontró con aquella negativa y los insultos.Se había esforzado tanto por ser una buena esposa y una buena madre, pero parecía que nunca era suficiente.Ni para Alexander, ni para sus suegros, ni para su padre.No sabía qué hacer, debería pedir un taxi o llamar a Mathew para que pasara a recogerla, pero en ese instante se encontraba exhausta.La realidad era que no había cavilado su siguiente paso, en lo único que pensó fue en huir de Alexander antes de que se enterara de que Rebeca estaba con vida.Se le había pasado por la mente ir a su apartamento con sus hijos y avisar a Alexander para que no creyera que los había secuestrado, porque regresar a la casa donde comenzó su relación se le hacía demasiado duro.Mientras se debatía sobre qué paso seguir, se fijó en que un hombre s
Diana llegó a la casa de sus padres y observó a su madre demasiado tranquila para la situación.Permanecía sentada en el sofá, en una postura muy recta, como si se encontrara en una casa ajena y no quisiera acomodarse demasiado.No la miró cuando entró, ni siquiera cuando le habló.—Mamá… ¿Mamá? —repitió y hasta que no se sentó a su lado es que la mujer se mostró consciente de que no estaba sola.—Yo sé que no fue un buen padre, pero él no quiso que te destruyeran de esa forma ante las cámaras. Él me lo dijo, que no se fiaba de Izan y que solo quería que te separaras de Alexander. Incluso mencionó que tal vez fuese mejor que tú te hicieras cargo de todo una vez que ya no estuvieras casada con ese hombre al que él odiaba tanto —pronunció su madre con mucha calma. Como si tuviera el discurso ensayado para soltarlo sin respirar—. No lo mencionó, pero sé que en el fondo te quería.Diana le acarició la mano y la mujer agradeció el contacto tomándola entre las suyas.No quiso llevarle la co
Cuando Alexander aterrizó lo primero que hizo fue encender su teléfono.Tenía varias llamadas perdidas de su familia, pero de Roger y Diana no había absolutamente nada.Nervioso por esa falta de información, decidió marcar de nuevo a su esposa, pero, al igual de cómo ocurrió el resto del día, su teléfono se encontraba apagado.Mientras esperaba la salida del equipaje marcó a su asistente una y otra vez, pero Roger tampoco contestaba el teléfono.Aquello no auguraba nada bueno y él estaba a punto de volverse loco.Vio sus maletas aparecer en la cinta trasportadora y las agarró con brusquedad.«Roger, desgraciado, como te estés aprovechando de la vulnerabilidad de mi esposa el aumento de sueldo lo obtendrás cuando lo lance sobre tu tumba». Le mandó en un mensaje contundente y salió del aeropuerto.Lo recibió Mathew, este le abrió la puerta del coche y se ocupó del equipaje.En cuanto el chofer entró se dispuso a preguntarle:—Dime que mi esposa te ha llamado para que vinieras a por ella
Diana contestó el teléfono porque no podía ser tan cobarde y de esa forma era una forma menos complicada de dar la cara después de haberse marchado.—Hola… Me dijo Roger que habías decidido viajar —fue lo primero que se le ocurrió decir antes de que se le atragantaran sus propias palabras.Escuchó el suspiro aliviado de Alexander al otro lado de la línea, como si él no hubiera esperado que ella contestara.—¿Por qué te fuiste? —soltó de golpe sin un saludo.Los dos estaban ansiosos, tanto que no eran capaces ni de fingir un poco antes de ir al grano.—Uf, parece que vas directo al grano, ¿no vamos a hablar del tiempo antes? ¿O de si hubo turbulencias en tu vuelo? ¿Ya estás en Canadá? —apenas lo preguntó se colocó la mano sobre los labios—. No me digas nada, prefiero no saber.—¿En Canadá? No, cariño, ¿eso pensabas? Me encuentro en nuestra casa, en nuestra cama y por cierto que todo está silencioso y muy vacío sin que estén aquí. ¿Lo niños ya se durmieron?Diana no entendía la actitud