Apenas salió de casa de sus padres, Diana se dirigió a la empresa de su esposo y a pesar de que le dijeron que no se encontraba, ella no se detuvo hasta que no se cercioró por sí misma.Ni él ni su asistente se encontraban allí y la única explicación que le dieron fue que ambos habían salido.Diana aprovechó que la recepcionista que se encontraba en turno era la misma que la ayudó con la entrevista para el trabajo de niñera, pero la mujer insistía en que aquello era normal.Al parecer su esposo de vez en cuando salía a supervisar los trabajos y decía que era algo común que se ausentara.Incluso insistió en que ella los vio marchar y que no parecían preocupados por ningún asunto.Ya más tranquila, Diana regresó a su hogar, si Alexander y Roger estaban ocupados era normal que no contestaran el teléfono.Izan intentaba enloquecerla y quería que ella entendiera que la atacaría con todos los medios a su alcance.Y eso incluía a las personas que amaba.Había sido un farol y ella cayó en la
—¡¿Qué hiciste qué?! —gritó Albert Miller cuando se enteró de que su yerno había aprovechado que no estaba en casa para embriagar a su esposa y robarle el teléfono.—Te dije que si tú no lo lograbas lo haría yo, pero la niña ya no es tan tonta y no se dejó engañar con facilidad.A Albert no le hacía ninguna gracia dejar ese asunto tan delicado en manos de Izan.Con los años se había alejado del jovencito que conoció y se había convertido en una persona bastante volátil, pero él estaba cada vez más enfermo y los doctores no le daban mucho tiempo.—Yo me ocuparé, Diana solo necesita un poco de presión. Estoy seguro de que si le cuento sobre mi enfermedad por más que me odie no podrá evitar ser tan blanda como su madre. —Albert se sentó, cada día se cansaba más rápido.En aquellos momentos se conformaría con que Diana se separara de ese hombre, aunque no regresara con Izan. Prefería que el trabajo de su vida quedara en manos de la inepta de su hija a que un Turner disfrutara del fruto de
Diana estaba harta de la actitud de su esposo, de la de su familia y de la de su exmarido.Estaba cansada de no poder vivir un solo día tranquila.En ocasiones sentía deseos de agarrar a Victoria y regresarse a su pequeño apartamento, pero recordaba las caritas de Gabriel y Nathan y se veía incapaz de dejarlos.Si era sincera consigo misma y omitía el coraje que sentía en ese instante contra su esposo, tenía que reconocer que tampoco sería capaz de dejarlo a él.Pero es que la sacaba de quicio.Se había enfadado tanto que ni siquiera pudo contarle sobre su embarazo y menos pensaba hacerlo con esa actitud.Tal como había ido la conversación lo que le habría faltado es que le preguntara si era hijo suyo o la había inseminado Izan en la llamada telefónica.No pensaba disculparse por algo que no había hecho, Diana no era culpable de la actitud de su exmarido.Ella actuó como debía, primero intentó avisar a Alexander, pero él no contestó el teléfono.Y después tomó precauciones, no actuó p
A Diana le sorprendió la llamada de Roger y más cuando le pidió que fuese a buscar a su marido a una comisaria de policía.Cuando llegó a la comisaria, el asistente de su esposo la estaba esperando fuera.—Siento mucho haberla tenido que molestar y hacerla venir hasta aquí, pero hubo un pequeño incidente.Roger se veía un poco incómodo y también despeinado. Nada propio de él que siempre parecía impecable.Diana lo imaginaba almidonando sus camisas en la noche para que estuvieran bien tiesas y sin arrugas.—¿Cómo de pequeño? Estamos en una comisaria y me dijiste que viniera a buscar a mi esposo. ¿Se le averió el coche mientras ejercía su trabajo secreto como policía? —bromeó ella—. Siempre me gustaron los hombres de uniforme.—Siento mucho decepcionarla, pero no, su esposo no aparecerá vestido de uniforme. ¿Le trajo una muda de ropa como se la pedí? —Diana asintió con la cabeza y eso pareció tranquilizar al asistente de su marido—. Qué bueno, porque tenemos muchas cosas que hacer y no
—¡Estás loco! —le gritó a través de la ventana y mantuvo los seguros de las puertas bajados—. ¡¿Qué pretendes?!Diana se fijó en que, en el coche de Izan, ya no iba Natalie, la habría bajado en cualquier calle.Al final la compadecía.—No podía desaprovechar una oportunidad como esta, el bueno de Alexander dejó solita a su esposa. Qué buen detalle de su parte, me facilita lo que debo hablar contigo.—Yo no tengo nada que hablar contigo, así que quítate de mi camino.Diana intentó dar marcha atrás a su coche para volver a la carretera, pero Izan metió la mano por la ventana y le agarró el brazo.—Te conviene escucharme, pero si no lo haces no te quejes de que no te avisé.—Habla de una vez y déjame marcharme, pero desde ya te aviso que no me importa lo que tengas que decir. Lo que hiciste es ruin, ¿acaso crees que soy tan tonta para no saber que fuiste tú quien provocó el incendio? —lo increpó.Izan fingió estar ofendido por su acusación y después comenzó a reírse.—No podrán probarlo,
Alexander miró a Roger enfadado.—¿Por qué colgaste el teléfono? —le exigió una explicación.—Usted también me lo agradecerá, he trabajado mucho para que su matrimonio funcione y no lo va a estropear con una horrenda declaración de amor telefónica. Su esposa es tan adorable, realmente me encanta a pesar de que piense que tengo tan mal gusto como para que usted me atraiga.—Roger, si vuelves a decir que mi esposa te encanta puedes ir avisándola de nuevo para que venga a sacarme de comisaría, pero en esta ocasión por asesinar a mi asistente —amenazó.—Al único que tiene que enterrar es a Izan Brown, ese es el único que tiene intenciones de quitarle a su esposa. Me recuerda a mi hermanita, ella también tiene una suerte terrible con los hombres, como su pobre esposa.Alexander negó con la cabeza.Roger tenía razón en muchas cosas y en esa también.La suerte de Diana con los hombres era pésima y ahora casada con él, que era alguien que se echaba a temblar con la sola idea de confesarle lo
Alexander tenía preparado unos días románticos junto a su esposa.Había trabajado con mucha intensidad antes del viaje para que Roger pudiera hacerse cargo de todo mientras él no se encontraba en la ciudad.Tenía todo meditado y decidido.Estaba enamorado de su esposa y se lo iba a confesar en ese viaje. Una vez que cumpliera con la soporífera convención, pasaría unos días con su esposa en la ciudad de New York. Iba a hacer las cosas bien, el recuerdo de Rebeca cada vez era más difuso y si bien siempre la guardaría en su memoria como la madre de Nathan y Gabriel y por ser una mujer a la que amó mucho, Diana había conseguido lo que nadie más.Su esposa había conseguido que él volviera a confiar en el amor.Ella se merecía tener todo lo que anhelaba y él pensaba dárselo.Volvería a pedirle matrimonio y en esa ocasión le daría la boda de sus sueños.Aunque le prohibiría volver a acercarse a la cocina, todavía sufría dolores de estómago desde la última vez.—Pero ¿por qué no podemos ir,
—Alexander, no te duermas —le dijo a su marido.Diana se encontraba apoyada en su torso desnudo y le acariciaba el abdomen.—Mujer, no tienes llenaderas, dame media hora para recuperarme —se quejó, pero agarró su mano y la bajó hasta colocarla en su miembro—. Si lo revives es tuyo.Ella comenzó a reírse y le besó el pecho.—No es eso, estoy agotada, si revive a la que matarás será a mí, pero no quiero que te duermas porque debo contarte algo.Había llegado el momento y puede que no fuera el mejor, pero no quería dejar pasar más tiempo.Sentía miedo, pero debía confiar en el amor que sentía por ella.La verdad la liberaría de todo y estarían bien.Alexander se colocó de lado sin dejar de abrazarla y le alzó la barbilla para alzarle el rostro.—¿Qué te preocupa?—La reacción que tengas cuando te lo cuente —admitió—. No es algo fácil de digerir.—Digerí tu comida, cariño, creo que eso me prepara para cualquier cosa. Vamos, dime, no me gusta que me mires de esa forma.Diana frunció el ceñ