Alexander se quedó en la cocina y la vio marchar.No se veía como alguien que estuviera mintiendo.Sus lágrimas no se miraban falsas ni tampoco el dolor que se mostraba en sus ojos.Quería ir tras ella, no sabía qué era lo que deseaba escuchar, pero no soportaba verla tan infeliz por haberse casado con él.«De nuevo he caído en lo mismo y en esta ocasión sin la intervención de mi padre», esa frase se repitió en su mente.¿A qué se refería con caer en lo mismo?¿En qué había intervenido ese desgraciado de su padre?La cabeza comenzó a darle vueltas, tenía que aclararlo, tenía que saber…Agarró el teléfono y llamó a su asistente sin importarle la hora que era.Varios tonos después Roger contestó.—¡Dime qué has averiguado de mi esposa! —exigió sin saludar.—Buenas noches, señor Turner, qué placer que me saquen de mi sueño reparador a gritos. Imagino que me pagará horas extras por llamarme a horas tan intempestivas.—No estoy para tus juegos, Roger, dime qué averiguaste de mi esposa —gru
Cuando la mañana llegó y se escuchó la alarma que daría inició al día, Diana no quiso moverse porque Alexander se encontraba a su lado.La continuaba abrazando y se veía relajado.«Tal vez si despierta y ve que se quedó dormido a mi lado comience a dar gritos como el otro día», pensó.Así que intentó salir de la cama antes de que él abriera los ojos, pero no fue posible.—Estoy despierto desde hace rato —murmuró con la voz enronquecida y la apretó más contra su cuerpo—. No quise moverme para no despertarte.Diana, mientras lloraba el día anterior, había llegado a la conclusión de que no iba a luchar más por su matrimonio.También se dijo que no iba a permitir que la continuara dañando con esos tira y afloja que mantenía con ella.Estaba cansada de sufrir desilusiones.Era preferible que él fuese frío siempre para que su corazón entendiera, pero cuando su esposo la abrazaba su cuerpo respondía por inercia.—Debo arreglarme para despertar a los niños y llevarlos a la escuela —le explicó
Alexander había llegado de bastante buen humor esa mañana a la oficina.Había decidido llevar una buena relación con su esposa y dejarse llevar por sus instintos en lugar de por las ideas que lo torturaban.Su instinto siempre lo había ayudado en los negocios, ¿por qué debía ser diferente con las mujeres?Le daría a Diana el beneficio de la duda y esperaba que ella poco a poco se fuera abriendo con él y le contara su pasado.—Lo veo de muy buen humor esta mañana, señor Turner —lo saludó Roger—. ¿Acaso pasó una buena noche con su esposa?—No sé de qué me hablas, estoy como siempre, mi esposa no tiene nada que ver con mi humor. Por cierto, necesito una niñera.—Ya tiene una o ¿acaso se va a divorciar? —preguntó Roger.—Diana es mi esposa, no la niñera. Necesito alguien que se ocupe de mis hijos para que yo pueda pasar tiempo con… ¡Necesito una niñera y punto! ¿Desde cuándo tengo que dar explicaciones?—Ya veo que su hipotético amigo ha comenzado a confiar en su esposa.—¡Ah, sí! Mi amig
Alexander vio que Diana se marchaba enfadada.Intentó quitarse de encima a Tiffany sin armar un escándalo y le propuso una invitación a cenar en su casa.Esa mujer y él habían tenido una pequeña aventura.Pensó que podría casarse con ella y darles a sus hijos la madre que tanto pedían, pero eso no funcionó.Ni a Nathan ni a Gabriel les agradaba e hicieron todo lo posible por espantarla.Algo que agradecía, ya que lo habían salvado de cometer un terrible error.En cuanto pudo librarse de Tiffany y de la directora de la escuela, salió apresurado, pero solo alcanzó a ver a su esposa subirse al coche y marcharse.—Parece que al final no ocurrió nada grave —le dijo Roger en cuanto llegó a su lado.Alexander sonrió sin dejar de mirar cómo se alejaba el coche en el que iba Diana por la carretera.—Estaba celosa —murmuró y se le escapó una sonrisa bobalicona.—¿La directora?—No, idiota, mi esposa.Diana, celosa, ¿quién lo diría?***El día transcurrió, era la tarde y sus hijos ya se encontra
Cuando Alexander la soltó todavía estaba aturdida.No comprendía a qué había venido ese beso, hasta que escuchó la voz de Tiffany.—Pensé que me habías invitado a cenar para que estuviéramos juntos, no para verte besando a esta —se quejó la mujer.Diana se tensó y miró con inquina a Alexander.No se podía creer que la hubiera hecho arreglarse para restregarle en la cara a su amante.—Esta es mi esposa, por eso mismo la beso. Lo extraño sería que me vieras besando a otra —le respondió su esposo y le rodeó la cintura con su brazo de forma posesiva—. Pensé que sería buena idea limar asperezas, al parecer hubo algún malentendido en la escuela que podríamos solucionar durante la cena. Adelante, Tiffany.Quería salir corriendo, pero Alexander no la soltó.—¿Traes a tu amante, sin importarte que tus hijos están en la casa y encima pretendes humillarme? —murmuró Diana para que solo él lo escuchara.Alexander la miró, ofendido y un poco molesto.—Intento todo lo contrario. Ya que no te has mol
Alexander no pudo reaccionar cuando la escuchó decirle que lo amaba.No era la primera vez que ella insinuaba algo así, pero en esa ocasión aquellas palabras lo dejaron impactado.La observó correr con toda la intención de huir de él y se lo permitiría.Se encontraba en shock, Alexander no quería llevarse bien con ella, quería que fuera su esposa en todos los sentidos, pero sin entregarle el corazón.Se sintió tan egoísta que se dirigió al despacho donde siempre se encerraba cuando las situaciones podían con él.En aquel lugar no dejaba entrar a nadie.Era su templo para sufrir y el lugar donde conservaba el único retrato visible que conservaba de Rebeca.Las demás fotos las había guardado bajo llave para no torturarse y para entregárselas a sus hijos cuando fuese capaz de hablarles de su madre.Se colocó frente al cuadro que colgaba en la pared, como otras muchas veces lo había hecho y miró las botellas de alcohol.Sintió deseos de opacar el dolor de esa forma, pero en lugar de eso
La siguiente semana no fue fácil, Diana no dejaba de darle vueltas a esa noche y a si las cosas serían diferentes si hubiera reaccionado de otra forma, pero por una vez iba a priorizarse a sí misma.Al menos en lo que respectaba a los sentimientos. Ella no era centro de rehabilitación de hombres con traumas, suficiente tenía con los suyos propios.—Mami, por qué papá y tú no se hablan —le preguntó su hija Victoria esa mañana.—Sí nos hablamos, no sé por qué piensas que no.La niña tenía toda la razón y no solo era ella la que se había dado cuenta.Nathan cada vez estaba más rebelde y Diana sentía que el niño guardaba un temor que no se atrevía a mencionar, y su forma de expresarlo era comportándose como un pequeño ogro.Ojalá ella tuviera la misma facilidad para entender al padre, pero con Alexander era incapaz de comprender los mensajes ocultos que demostraba su comportamiento.—No, ya no hablan, ni siquiera te llama bruja, mami. Mi hermanito Gabriel dice que se van a divorcidiar com
Diana estaba dándolo todo en la cinta de correr.Se encontraba con el corazón a punto de salírsele del pecho y pagando con aquella máquina lo mal que se sentía, cuando su esposo se colocó a su lado.Ella lo miró de reojo, pero no disminuyó la velocidad.Él se había colocado en la cinta de al lado y le comentó algo que no escuchó porque estaba con la música a todo volumen.Al ver que continuaba moviendo la boca mientras comenzaba a caminar con calma, Diana disminuyó la velocidad de golpe y saltó de la cinta.Un mareo le sobrevino al bajarse con tanta brusquedad y tuvo que agarrarse a la máquina para no perder el equilibrio.Alexander no tardó más que un par de segundos en saltar de la suya y tenerla en sus brazos.«¡Dios! ¿Por qué te empeñas en torturarme?», se quejó en su mente.Su marido al ver que ella no le respondía, le quitó los auriculares.—Eres una insensata —fue lo primero que escuchó apenas la música dejó de sonar a todo volumen—. Vienes aquí a desgastarte y no has desayunad