Alexander había llegado de bastante buen humor esa mañana a la oficina.Había decidido llevar una buena relación con su esposa y dejarse llevar por sus instintos en lugar de por las ideas que lo torturaban.Su instinto siempre lo había ayudado en los negocios, ¿por qué debía ser diferente con las mujeres?Le daría a Diana el beneficio de la duda y esperaba que ella poco a poco se fuera abriendo con él y le contara su pasado.—Lo veo de muy buen humor esta mañana, señor Turner —lo saludó Roger—. ¿Acaso pasó una buena noche con su esposa?—No sé de qué me hablas, estoy como siempre, mi esposa no tiene nada que ver con mi humor. Por cierto, necesito una niñera.—Ya tiene una o ¿acaso se va a divorciar? —preguntó Roger.—Diana es mi esposa, no la niñera. Necesito alguien que se ocupe de mis hijos para que yo pueda pasar tiempo con… ¡Necesito una niñera y punto! ¿Desde cuándo tengo que dar explicaciones?—Ya veo que su hipotético amigo ha comenzado a confiar en su esposa.—¡Ah, sí! Mi amig
Alexander vio que Diana se marchaba enfadada.Intentó quitarse de encima a Tiffany sin armar un escándalo y le propuso una invitación a cenar en su casa.Esa mujer y él habían tenido una pequeña aventura.Pensó que podría casarse con ella y darles a sus hijos la madre que tanto pedían, pero eso no funcionó.Ni a Nathan ni a Gabriel les agradaba e hicieron todo lo posible por espantarla.Algo que agradecía, ya que lo habían salvado de cometer un terrible error.En cuanto pudo librarse de Tiffany y de la directora de la escuela, salió apresurado, pero solo alcanzó a ver a su esposa subirse al coche y marcharse.—Parece que al final no ocurrió nada grave —le dijo Roger en cuanto llegó a su lado.Alexander sonrió sin dejar de mirar cómo se alejaba el coche en el que iba Diana por la carretera.—Estaba celosa —murmuró y se le escapó una sonrisa bobalicona.—¿La directora?—No, idiota, mi esposa.Diana, celosa, ¿quién lo diría?***El día transcurrió, era la tarde y sus hijos ya se encontra
Cuando Alexander la soltó todavía estaba aturdida.No comprendía a qué había venido ese beso, hasta que escuchó la voz de Tiffany.—Pensé que me habías invitado a cenar para que estuviéramos juntos, no para verte besando a esta —se quejó la mujer.Diana se tensó y miró con inquina a Alexander.No se podía creer que la hubiera hecho arreglarse para restregarle en la cara a su amante.—Esta es mi esposa, por eso mismo la beso. Lo extraño sería que me vieras besando a otra —le respondió su esposo y le rodeó la cintura con su brazo de forma posesiva—. Pensé que sería buena idea limar asperezas, al parecer hubo algún malentendido en la escuela que podríamos solucionar durante la cena. Adelante, Tiffany.Quería salir corriendo, pero Alexander no la soltó.—¿Traes a tu amante, sin importarte que tus hijos están en la casa y encima pretendes humillarme? —murmuró Diana para que solo él lo escuchara.Alexander la miró, ofendido y un poco molesto.—Intento todo lo contrario. Ya que no te has mol
Alexander no pudo reaccionar cuando la escuchó decirle que lo amaba.No era la primera vez que ella insinuaba algo así, pero en esa ocasión aquellas palabras lo dejaron impactado.La observó correr con toda la intención de huir de él y se lo permitiría.Se encontraba en shock, Alexander no quería llevarse bien con ella, quería que fuera su esposa en todos los sentidos, pero sin entregarle el corazón.Se sintió tan egoísta que se dirigió al despacho donde siempre se encerraba cuando las situaciones podían con él.En aquel lugar no dejaba entrar a nadie.Era su templo para sufrir y el lugar donde conservaba el único retrato visible que conservaba de Rebeca.Las demás fotos las había guardado bajo llave para no torturarse y para entregárselas a sus hijos cuando fuese capaz de hablarles de su madre.Se colocó frente al cuadro que colgaba en la pared, como otras muchas veces lo había hecho y miró las botellas de alcohol.Sintió deseos de opacar el dolor de esa forma, pero en lugar de eso
La siguiente semana no fue fácil, Diana no dejaba de darle vueltas a esa noche y a si las cosas serían diferentes si hubiera reaccionado de otra forma, pero por una vez iba a priorizarse a sí misma.Al menos en lo que respectaba a los sentimientos. Ella no era centro de rehabilitación de hombres con traumas, suficiente tenía con los suyos propios.—Mami, por qué papá y tú no se hablan —le preguntó su hija Victoria esa mañana.—Sí nos hablamos, no sé por qué piensas que no.La niña tenía toda la razón y no solo era ella la que se había dado cuenta.Nathan cada vez estaba más rebelde y Diana sentía que el niño guardaba un temor que no se atrevía a mencionar, y su forma de expresarlo era comportándose como un pequeño ogro.Ojalá ella tuviera la misma facilidad para entender al padre, pero con Alexander era incapaz de comprender los mensajes ocultos que demostraba su comportamiento.—No, ya no hablan, ni siquiera te llama bruja, mami. Mi hermanito Gabriel dice que se van a divorcidiar com
Diana estaba dándolo todo en la cinta de correr.Se encontraba con el corazón a punto de salírsele del pecho y pagando con aquella máquina lo mal que se sentía, cuando su esposo se colocó a su lado.Ella lo miró de reojo, pero no disminuyó la velocidad.Él se había colocado en la cinta de al lado y le comentó algo que no escuchó porque estaba con la música a todo volumen.Al ver que continuaba moviendo la boca mientras comenzaba a caminar con calma, Diana disminuyó la velocidad de golpe y saltó de la cinta.Un mareo le sobrevino al bajarse con tanta brusquedad y tuvo que agarrarse a la máquina para no perder el equilibrio.Alexander no tardó más que un par de segundos en saltar de la suya y tenerla en sus brazos.«¡Dios! ¿Por qué te empeñas en torturarme?», se quejó en su mente.Su marido al ver que ella no le respondía, le quitó los auriculares.—Eres una insensata —fue lo primero que escuchó apenas la música dejó de sonar a todo volumen—. Vienes aquí a desgastarte y no has desayunad
Diana corrió para escapar de la casa, por grande que fuese ese lugar sentía que no había lugar dónde esconderse de él.De lo que su esposo le provocaba.Ya no podía ejercitarse tranquila sin que él apareciera luciendo ese aspecto de gladiador, de hombre rudo y salvaje. Y eso a ella la volvía loca.Su marido ocultaba ese cavernícola que vivía dentro de él bajo esos trajes que se ponía para ir a trabajar, pero cuando se lo quitaba, aparecía su verdadero ser.El hombre que era capaz de rescatarla de las aguas en plena montaña, el que la protegía de los asesinos imaginarios y de los ratones que él mismo le colocaba.Lo sentía su tortura y a la vez su salvación, porque cuando Alexander estaba cerca ella se sentía segura.Y durante cinco años había pasado suficiente miedo para toda una vida.Tenía que huir de él y de todas esas sensaciones que le provocaba.Diana llegó hasta la zona donde se encontraban las piscinas, el día no estaba como para bañarse en ella, pero poco le importó.Así como
Diana había caído en un sueño profundo como era normal en ella.Desde que se había mudado a aquella casa había vuelto a sentir que podía dormir sin preocuparse de nada.Por más que intentó permanecer alerta para cuidar de Alexander, al sentir el calor de la cama y el del cuerpo de su esposo se había rendido al letargo.Era la peor enfermera del mundo.Se había dejado llevar por el sueño y las alucinaciones que su mente creaba no la animaban a despertar.Sentía la respiración acelerada de su esposo en la espalda y sus manos grandes y traviesas comenzar a recorrerle el cuerpo.Ni loca iba a despertar, aunque fuera en sueños dejaría toda esa calentura que tenía incrustada por culpa de Alexander.Tal vez la que tenía fiebre era ella y le había contagiado el resfriado, porque sentía su respiración agitada y el cuerpo ardiendo.Las manos de su esposo se llenaron con sus pechos y los torturó con ellas hasta hacerla desear que no se detuviera.Después la boca de Alexander le tomó el lóbulo de